Por: Gloria Arias Nieto
Pocas cosas deprimen más a una sociedad que los odios por decreto, por tradición o conveniencia; son como una camisa de fuerza, que la vida y la muerte nos van anudando hasta asfixiarnos. Por eso cuando alguien dice que es inmoral no hacer cuanto esté al alcance de cada uno por convertir a Colombia en territorio de paz, siento que es una persona de quien yo quisiera aprender.
Así empecé a descubrir a un ser humano resiliente, un filósofo y político lleno de valor incondicional, genuina vocación de paz y equilibrada fortaleza frente a la adversidad. Lo he visto frente a los rostros entristecidos de Caloto, hablando con los pueblos desplazados en Montes de María y los líderes amenazados en el Sinú. Es alguien que no cayó en las trampas de la venganza, cuando el Estado y los paramilitares asesinaron a Manuel Cepeda, su padre, y —por el contrario— resolvió dedicar su propia vida al trabajo por la no violencia y a la defensa de los derechos humanos.
Para muchos, Iván Cepeda es un izquierdista de ceño fruncido y barba errante que cometió la inconcebible osadía de tocar lo intocable y por ello merece calumnias, intimidaciones y juicios en redes y estrados.
Mi visión —y creo que la de medio país— es bien distinta. Siento que es un hombre capaz de ser inflexible ante los poderosos, sereno frente a las injurias y un legítimo defensor de los más vulnerables, abanderado de las víctimas de la violencia estatal, reservado interlocutor de indígenas, ministros, campesinos, guerrilleros, sindicalistas, generales y comunistas.
No pertenezco a su partido, ni acompaño todas sus causas, pero me inspiran respeto los argumentos que no se construyen a partir de la vehemencia sino de las evidencias. Veo en Iván a un tejedor de confianza que mira a los ojos y me enseña lenguajes de paz. Y le he tomado ese afecto insospechado que uno siente cuando descubre el ser humano que está detrás de “la foto de carné”.
Seis años de exilio, amenazas y persecuciones no lo volvieron un hombre irascible ni escéptico. Cada agravio es otro estímulo para seguir trabajando por la erradicación de la violencia, de todas las violencias, y alcanzar la que él llama “la paz total”.
He sido testigo de la forma como reciben a Iván las víctimas de las armas, del olvido y los desplazamientos. Es como si en él llegaran la esperanza y la reivindicación que han aguardado desde siempre. Para cada interlocutor tiene una palabra de dignidad y consideración. No promete milagros; entrega respeto y cercanía.
Ha liderado debates de control político, proyectos de ley y denuncias que han puesto contra la pared a corruptos, paramilitares, invasores de tierras y depredadores del medio ambiente. Ha defendido a quienes son vulnerados en su territorio y en su identidad, y no descansará hasta que se conozcan las causas y los responsables en la muerte sistematizada de los líderes sociales.
Sabe que la polarización destruye y que, si no tendemos puentes con espíritu de conciliación, los dos extremos de la crisis perderán. Por eso lleva más de 20 años siendo mediador, negociador, árbitro y garante.
En un país tan acostumbrado a la guerra, cumplirle al imperativo moral de la paz exige mucho valor, y para llegar a la paz necesariamente hay que pasar por la verdad. Para recorrer el camino, #CepedaValiente no está solo.