Por Lautarorivara
Ante la incertidumbre que se vive en América Latina, la crisis de los modelos neoliberales y los intentos de superación de las experiencias de izquierda y progresista, este artículo intenta dar cuenta del devenir de un proceso con final abierto y las alternativas que se presentan. Co-escrito con Gonzalo Armúa y publicado en Notas el 9 de octubre.
Nuestra América en tres tiempos: acontecimientos y análisis de la coyuntura regional y global
“Incertidumbre”. Tal parece ser la palabra de orden de nuestro tiempo histórico. La incertidumbre aparece como un dato objetivo de una realidad precaria y sin garantías de futuro para las tres quintas partes de la población global. Sin garantías, decimos, ni en lo social, ni en lo político, ni en lo económico ni en lo ecológico. Pero la incertidumbre, o la adaptabilidad a ella, también aparece como un valor promovido por las escuelas de pensamiento neoliberal y las teorías coloniales más diversas. Si “vivir peligrosamente” era la invitación de fascistas, nazis y falangistas en el siglo XX, “vivir inciertamente” parece ser la compulsión en este siglo nuestro.
Nuestra América en particular vive tiempos de conmociones fenomenales. La circulación permanente de noticias de significación histórica en la práctica totalidad de nuestras naciones, amenazan con obturar nuestra percepción. El impresionismo puede hacernos perder una visión de conjunto que nos permita actuar con inteligencia y eficacia frente a los desafíos presentes. Intentaremos, por tanto, sentar primero algunas coordenadas para el análisis de nuestra realidad geopolítica global. En segundo lugar repasaremos brevemente algunos de los hechos más notorios de la actualidad regional en relación a los ya extensos debates en torno a la existencia o no de un fin de ciclo. Por último, nos centraremos en el análisis de una estrategia a ser desplegada en Nuestra América en tres tiempos o velocidades.
La geopolítica global: un marco necesario
Ante la imposibilidad de contar con refugios más seguros, un consejo habitual en zonas sísmicas es buscar el marco de una puerta para evitar ser aplastado por las estructuras que colapsan. Desde esta advertencia pretendemos interpretar la actual coyuntura, echando mano de un marco referencial seguro.
Asistimos en la actualidad a un momento de Transición Geopolítica de la Hegemonía Global, en dónde el centro del sistema económico está corriendo su eje desde Occidente hacia el Oriente. Esta transformación no es, evidentemente, la primera de la historia, pero sí presenta novedades trascendentales. En primer lugar, la transición se imbrica con una crisis social, económica y ecológica sin precedentes. Una crisis que presenta tal cantidad de aristas y dimensiones que numerosos autores insisten en definir como “civilizatoria” (1). En segundo lugar, el sistema capitalista, por primera vez en sus casi 500 años de historia, empieza a descentrarse de su eje atlántico. Esto explica no sólo la dinámica de las guerras comerciales (2) entre China y Estados Unidos y las luchas por el predominio global, sino también el ablandamiento de la alianza atlántica de norteamericanos y europeos, sus crisis internas respectivas y el resurgir de fuerzas fascistas y ultraconservadoras en su seno, y el agravamiento de núcleos de conflictividad política regional en las zonas de influencia de potencias de primer y segundo orden en pleno ascenso. Podemos mencionar, a modo de muestra, los acontecimientos en Yemén, Cachemira o Ucrania (este último país como uno de los ejemplos de intervención de lo que Andrew Korybko denomina como Guerra Híbrida) (3).
Cada época de transición de la hegemonía global, según Arrighi, se caracteriza por un incremento de la competencia interestatal e intercapitalista, por la agudización de las luchas sociales dentro de cada formación social nacional, y por estar precedido por un momento financiero expansivo que a la vez expresa el agotamiento de la economía real. Estos momentos bisagra han estado asociados, también, a ciclos bélicos altamente destructivos, como la Guerra de los Treinta Años en el siglo XVIII, las Guerras Napoleónicas en el siglo XIX y la 1° y 2° Guerra Mundial en el siglo XX (4).
No hay dudas de que la crisis es generalizada y multidimensional, ya que tiene expresión no sólo en el terreno económico, social y ecológico, sino que impacta de lleno en los sistemas políticos liberal-republicanos. Siendo más precisos, a lo que asistimos es a una crisis profunda del modelo de los Estados nacionales construidos por la modernidad europea bajo la orientación del capital. El Estado cruje, desbordado por los propios capitales financieros en su disputa por bienes comunes y territorios, aunque lejos estamos de poder vaticinar su desaparición. Más bien lo que comienza a suceder es su mutación hacia formas aún más monstruosas de gestión de los territorios: neoliberalismo de guerra y paramilitarización como en Colombia, narco-estados como el mexicano, agrupamientos terroristas trasnacionales como el Dáesh en Oriente Medio, proliferación de las Organizaciones No Gubernamentales de Alcance Transnacional (ONGATS) como en Haití o en zonas selváticas de Bolivia, control poblacional total como el de las iglesias neopentecostales en Guatemala, etc.
La crisis financiera internacional que irrumpió en los años 2008 y 2009 es tan sólo la punta del iceberg de una crisis estructural de un sistema financiarizado y desacoplado de la producción real. Este proceso no sólo conduce a niveles de pobreza y exclusión permanente nunca antes vistos, sino que eleva las tasas de explotación al infinito. Un reciente estudio del Instituto Tricontinental de Investigación Social (5), revela que la tasa de explotación en el proceso de producción de un iPhone, el teléfono inteligente de Apple, es de un 2.458%, por lo que una trabajadora de una maquila resulta hoy 25 veces más explotada que una obrera de la Revolución Industrial en el siglo XIX. La productividad global crece exponencialmente, pero la precariedad e informalidad laboral afectan al 61% de la población global, y los salarios quedan rezagados. Como resultante, hoy 26 personas acumulan en el mundo la misma riqueza que 3800 millones de seres humanos.
Como ejemplo de estas tendencias, no debemos olvidar que durante algunas horas EE.UU. estuvo a punto de iniciar una nueva cruzada militar en Oriente, esta vez contra Irán, que finalmente fue desactivada en Twitter por Donald Trump. Por otro lado, la destrucción parcial de la refinería más grande de Arabia Saudita con aviones yemeníes no tripulados revela la volatilidad de la situación en la región, sobre todo en un contexto en el que Europa sostiene aún los acuerdos en materia nuclear con Teherán que Trump insiste en desconocer. Por otro lado, la crisis política alcanzó al baluarte de la democracia de lores y reyes, cuando en Inglaterra el conservador Boris Johnson decidió cerrar el parlamento, hecho que pasó desapercibido para liberales y republicanos de todo el globo. Por último, las protestas en Hong Kong bajo el estandarte de banderas norteamericanas y británicas, parece asemejarse mucho más a un nuevo ejemplo de “Revoluciones de Colores” manipuladas desde Occidente, en este caso para desestabilizar al gigante asiático (6), que a las luchas sociales progresivas como las que lleva adelante Ecuador contra el “paquetazo” de Lenin Moreno y el FMI.
De todos modos aún es apresurado sentenciar si el mundo camina hacia una multipolaridad efectiva, o más bien hacia un lento recambio de la hegemonía global no exento de disputas, contradicciones, marchas y contramarchas. Y también, claro está, de esperanzas para los pueblos del sur global. Lo que es claro es que la reacción instintiva de los Estados Unidos es el reaseguro de su zona de influencia inmediata, mediante el refuerzo del control de América Latina (7) y particularmente del Caribe (8), que los norteamericanos consideran hasta hoy en día como un lago interior. Por eso la ofensiva imperial recrudece en los territorios al sur del Río Bravo, tanto por la acción directa política y militar de los Estados Unidos, como por la mediación económica de sus instrumentos financieros coactivos como el Banco Mundial y el FMI.
Principales acontecimientos en Nuestra América
Mencionemos, sin pretensión de exhaustividad, apenas algunos de los acontecimientos más relevantes sucedidos a nivel continental en los últimos meses:
– Renuncia de ministros y crisis política en Paraguay por el acuerdo secreto con Brasil por la renta energética de la represa binacional de Itaipú (mayo – junio).
– Nuevo ciclo de protestas contra la narco-dictadura de Juan Orlando Hernández en Honduras (junio).
– La caída del Gobernador Rosselló y el reimpulso de las luchas independentistas en Puerto Rico (agosto).
– Las masivas marchas contra las políticas educativas de Bolsonaro en Brasil (agosto)
– El asesinato de gran número de líderes sociales y de guerrilleros desmovilizados y la re-insurgencia de una pequeña fracción de las FARC-EP en Colombia (agosto).
– La precoz derrota político-electoral del macrismo en la Argentina (agosto).
– Los incendios en la Amazonía y la creciente criminalización contra indígenas y ecologistas en Brasil (agosto).
– La crisis energética y la radicalización de las protestas en Haití (septiembre).
– El entendimiento con sectores de la oposición y la reincorporación de la bancada del PSUV a la Asamblea Nacional en Venezuela (septiembre).
– La disolución del Parlamento en Perú, la guerra de poderes y nuevo calendario electoral (octubre).
– El paquetazo neoliberal, las revueltas populares y la declaración del estado de excepción en Ecuador (octubre).
– La activación de los procedimientos para iniciar un juicio político a Donald Trump (octubre).
– El llamado a indagatoria al ex presidente Álvaro Uribe en Colombia (octubre)
– La continuidad de la crisis migratoria en todo el istmo centroamericano.
– El agravamiento del bloqueo a Cuba mediante la aplicación de ciertos artículos de la Ley Helms Burton (mayo a la actualidad).
Si observamos e hilvanamos con detenimiento estos episodios recientes, veremos que lo que diferentes intelectuales llamaban un “fin de ciclo progresista” no fue más que la convergencia de los deseos de dos sectores diferentes: las derechas neoliberales y la intelectualidad liberal de izquierda (más liberal que de izquierda). Mientras que los primeros querían el exterminio liso y llano de los experimentos de transformación social e integración regional autónoma, los segundos esperaban una especie de “borrón y cuenta nueva”, y un recomenzar puro sin la odiosa mediacioń de gobiernos “populistas” y “estatistas”. Tan o más evidente que el retroceso provisorio de algunos procesos de la región (Brasil, Ecuador, Argentina) y el aislamiento de los proyectos más avanzados (Cuba, Venezuela, no así Bolivia), es el hecho de que la avanzada imperial-neoliberal no consiguió estabilizar sus proyectos de restauración conservadora. Lo que dejan tras de sí es un reguero de explosivas crisis de deuda, una institucionalidad rota y desacreditada, y una conflictividad social en ascenso que podría derivar en nuevas rupturas insurreccionales contra el neoliberalismo.
Este “neoliberalismo zombi” (9) como lo llama Álvaro García Linera, es incapaz de sostener un modelo de acumulación por más de cuatro años, y los acuerdos con el FMI se firman como un certificado de defunción anticipado. Las tensiones por arriba y por abajo están pulverizando a los proyectos políticos que se aferran a esta salida suicida: Haití, Ecuador, Argentina, etc. Por otro lado, los procesos de golpes de Estado institucionales o judiciales, como los de Honduras, Paraguay o Brasil son incapaces de normalizar su institucionalidad ni de recomponer la legitimidad mellada de las élites políticas, sea a nivel internacional o doméstico.
1) Sostener: la defensa irrestricta de los gobiernos de izquierda
La prioridad política, histórica y ética, es la defensa y continuidad de los procesos de izquierda de la región. Procesos amplios, ricos y contradictorios que no pueden ignorar ni deben ser reducidos a su expresión gubernamental. No sólo se juegan allí procesos de acumulación nacionales, sino que su importancia es regional y global. No es lo mismo sufrir una serie de reveses y retrocesos, que una derrota frontal y duradera que aún no se ha producido, y que ésta vez sí marcaría un regresivo fin de ciclo. Mientras que los reveses permiten y aún estimulan, de mediar los balances necesarios, procesos de acumulación política, ideológica y organizativa, las derrotas históricas nos devuelven a foja cero.
En particular, la derrota por vía militar o económica de la Revolución Bolivariana significaría para el campo popular latinoamericano lo que la caída del Muro de Berlín significó para la izquierda europea, aún sepultada en gran medida bajo sus escombros: desmoralización, dispersión y clausura de la dimensión utópica de nuestras luchas. Hay un mito peligroso que circula ingenuamente entre sectores de la izquierda latinoamericana y caribeña, que establece que sería posible la caída de gobiernos “populistas”, “autoritarios” o “bonapartistas” sin que eso dañará en lo sustantivo a sus bases de sustentación en las clases populares. Caído, por ejemplo, el gobierno de Nicolás Maduro, habría vía libre para que fuerzas radicalizadas tomarán el poder y establecieran un estado obrero “auténtico”. Muy por el contrario, estos gobiernos son un dique de contención en plena arremetida imperial. No hay victoria sin revancha para el imperialismo, por que su enemigo estratégico no son los gobiernos sino precisamente la acumulación política, ideológica y organizativa de las clases populares. El último día de gobierno de Nicolás Maduro sería el primero de un genocidio directo o tercerizado, orientado a los cientos y cientos de miles de chavistas que constituyen el hueso duro de la Revolución Bolivariana. Ellos son indoblegables, como los demuestra su resistencia frente a los impactos materiales y psicológicos de una larga guerra de asedio. Su radicalidad sólo podrá ser desactivada con su eliminación física, y el enemigo lo sabe. Es ridículo y reaccionario, mediante una operación quirúrgica, pretender separar al chavismo de los chavistas, y lo mismo vale para el proceso boliviano o cubano y sus bases respectivas. A pesar del más amplio despliegue de estrategias de guerra no convencional sobre su territorio y sobre su población por parte del imperio, la Revolución Bolivariana se mantiene en pie. Las intentonas golpistas con dirigentes autoproclamados se empantanan en su telaraña de narcos y paramilitares, mientras el chavismo aún sostiene las riendas del Estado, cuestión no menor en un continente con trágicas historias de golpes de estado e implantación de regímenes neoliberales a la fuerza.
Por otro lado, la porfiada isla de Cuba ha sorteado, contra los pronósticos de propios y extraños, los desafíos de la temida transición política tras la muerte del comandante Fidel Castro Ruz. Mientras se afianza el liderazgo de Miguel Díaz-Canel, la Revolución Cubana transita, con contradicciones y pendientes, su adaptación al nuevo marco constitucional, aprobado por la abrumadora mayoría de la población tras un intenso proceso de democracia sustantiva en todos los sectores de la vida nacional. Sin embargo, la “distensión” de las relaciones con los Estados Unidos, que incluyó la visita a la isla del ex presidente Barack Obama, el crecimiento del turismo europeo y norteamericano y la apertura de las embajadas respectivas, fue breve. Pronto la administración Trump comenzó a ajustar las tuercas del criminal bloqueo y embargo económico que sostiene sobre la isla, mediante la aplicación de artículos en desuso de la Ley Helms Burton. Las pérdidas económicas derivadas de ésta nueva ofensiva son ya exorbitantes, mientras que la isla resulta también afectada colateralmente por el embargo que no permite que los cargueros venezolanos distribuyan el combustible de Petrocaribe en los países de la región. Pese a la tendencia al ensimismamiento propio de las transformaciones endógenas del proceso y como respuesta al recrudecimiento de las agresiones externas, Nuestra América necesita que Cuba sostenga activamente sus políticas de solidaridad internacional, dado que es imposible hablar de internacionalismo en nuestro continente sin la presencia señera de cubanos y cubanas. Así lo hizo en el desamparo del Período Especial, y así sabrá hacerlo ahora con seguridad.
Nicaragua resistió el embate del año pasado y logró evitar la “Revolución de color” promovida para arrancar al FSLN del poder. Pese a los yerros y vacilaciones, la estabilidad económica y social del país en una Centroamérica marcada por el hambre, la violencia paramilitar y la compulsión migratoria, no puede pasar desapercibida. Si a esto sumamos el acuerdo con China para la construcción de un nuevo canal-interocéanico que rivalizaría con el Canal de Panamá, podemos comprender porque Nicaragua fue señalada como un objetivo geopolítico. En la actualidad parece abrirse un período de mayor diálogo con las bases sandinistas y los movimientos que se movilizaron masivamente en la legítima defensa de su soberanía.
A su vez, Bolivia ha demostrado una extraordinaria estabilidad política y económica en medio de la volatilidad general de la región y se encamina, pese a las agresiones internas y externas, a un probable triunfo electoral del binomio de Evo Morales y Álvaro García Linera. Mientras que esta estabilidad resulta un valor en sí mismo ante el asedio asfixiante que sufren los otros actores del ALBA, Bolivia correo el riesgo de volverse tan sólo un administrador de la bonanza económica que por sólida y bien administrada, no será eterna. Relanzar la radicalidad interna del proceso, y salir de un cierto aislamiento auto-inducido es fundamental para que el resto de los procesos de cambio, y sobre todo las organizaciones populares del continente, puedan nutrirse del formidable acumulado de experiencias organizativas y de los aportes teórico-ideológicos que Bolivia debe ofrecer.
También hay que destacar, que de forma transversal, en todo el continente la lucha de las mujeres y del feminismo es un elemento central en las luchas contrahegemónicas. No solo por su presencia en la calle por demandas concretas de empoderamiento e igualdad sino en la totalidad de las luchas, que tienen como protagonistas más visibles, aunque no siempre reconocidas, a las mujeres. En Argentina el movimiento feminista ha sido vanguardia en los paros contra el gobierno de Macri y sus políticas neoliberales. La lucha por el aborto legal, seguro y gratuito es un tema de agenda ineludible para cualquier fuerza política disruptiva y de masas; esto sin contemplar que la disputa de sentido, del lenguaje y de las percepciones empieza a irradiar hacia el conjunto de la sociedad, y sobretodo a las nuevas generaciones. Un ejemplo de esto es que la fuerza que llevará a Alberto Fernández a la presidencia lleve el nombre de Frente de Todos/as/es, porque como advierte Giacomelli reformulando a Florestan Fernandes es necesario “asumir una postura de clase en relación al uso del lenguaje y reconocerlo, por ellos, como campo de relaciones de poder y de lucha ideologica- cuestión que el movimiento de feminista de los últimos años nos demuestra con fuerza” (10). Pero esto no se expresa sólo en un país en particular, durante este año se han observado acciones masivas y articuladas en distintos puntos de Nuestra América y otros continentes como el Paro Internacional de Mujeres del 8 de marzo que logró niveles de unidad internacional no vistos en otros movimientos. Ni que hablar de la resistencia en Brasil contra el gobierno fascista de Bolsonaro donde el movimiento de mujeres y disidencias es central y se plantó desde la campaña electoral de 2018 con el “Ele não” que se instaló como consigna a nivel internacional. No hay dudas de que vivimos un nuevo momento de la lucha feminista, por su potencia, su radicalidad y su masividad pero no se puede obviar que existe una disputa hacia dentro en cuanto a sus perspectivas, sujetas y formas de lucha.
2) Contener: la reorganización defensiva de una articulación progresista
Urge calibrar las expectativas sobre el “neodesarrollismo que se viene”, de la mano, principalmente, del eventual triunfo del Alberto Fernández en la Argentina. Su insólita pero significativa gira latinoamericana aún antes de las elecciones generales del 27 de octubre, auguran la rearticulación de un espacio progresista moderado entre la Argentina y el México que, según López Obrador, ha “comenzado a mirar al sur”. Y pese a que la cuestión venezolana es tratada como tema tabú en plena campaña electoral, las recientes declaraciones en torno a la intención de abandonar el descompuesto Grupo de Lima, y el hecho de que Argentina deje de ser parte de la entente criminal contra Venezuela conformada por Macri, Piñera, Bolsonaro, Duque y Guaidó, ya sería un acontecimiento tremendamente positivo. A su vez, el candidato del Frente de Todos en Argentina ha ponderado también de forma elogiosa el gobierno de Evo Morales en Bolivia, y sentado una clara y distante posición respecto a los desmanejos de Jair Bolsonaro en Brasil, principal socio comercial de la Argentina. Sin embargo, las condiciones globales y el crítico estado del país tras cuatro años de política económica neoliberal, el peso y los condicionamientos de una gravosa deuda contraída con el FMI, y la propia moderación de Alberto Fernández no permiten cifrar expectativas en la recreación de los momentos más virtuosos y confrontativos del neodesarrollismo en la Argentina. Lo que resulta claro es que el gobierno, aún antes de ser electo de forma definitiva, ya es fruto de una intensa disputa entre los grupos económicos locales, diversas corporaciones, y fuerzas políticas de variado pelaje que ocupan todos los espacios del espectro político. Así y todo, las fuerzas populares han avanzado en mayores niveles de organización, en la construcción de marcos de unidad, y en la puesta en pie de novedosas herramientas gremiales como la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular que serán decisivas en los tiempos por venir.
El caso de Brasil es ejemplar, ya que hace pocos años se posicionaba como una potencia emergente con su propio proyecto de hegemonía subregional y un modelo de alianza de clases que redistribuía limitados beneficios para las mayorías populares sin afectar los intereses de los grandes capitales. Hoy, en cambio, el país se encuentra notoriamente subordinado, bajo el comando de un presidente que parece el invitado indeseable de las fiestas. En el mayor experimento de Guerra Judicial en la historia, la estrategia del imperialismo parece no ofrecer garantías de largo plazo. El caso Odebrecht, que fue la punta de lanza para tumbar al gobierno del PT en Brasil, y en tanto expresión de la disputa intercapitalista nacional e internacional, ha salpicado a toda la región con resultados impredecibles, como puede verse en el más reciente episodio peruano. La Guerra Judicial fue una caja de Pandora que ahora amenaza con llevarse puestos a quiénes la destaparon. Los pedidos de juicio político se multiplican por doquier, y el procedimiento avanza ni más ni menos que en las entrañas del monstruo, en el corazón de la institucionalidad norteamericana. Las calamitosas imágenes del Amazonas consumido por las llamas, así como el inverosímil discurso de Bolsonaro en las Naciones Unidas, continúan desgastando su imagen a nivel nacional e internacional. Sin embargo, en simultáneo con su desgaste, se refuerza el ala militar del proceso, conformado por el núcleo de oscuros comandantes formados en la ocupación de Haití entre 2004 y el 2017, que tiene en Augusto Heleno a su figura más notoria. En síntesis, la crítica situación del gigante de América podría evolucionar en una descomposición parecida a la del macrismo en la Argentina, que finalmente sea capitalizada por vía electoral dando lugar a un refuerzo del bloque neodesarrollista, para lo cual la liberación de Lula Da Silva sería un componente insustituible. Pero también, atendiendo a la historia y particularidades de la formación social brasileña y a los procesos de fascistización de diferentes capas de la población, no es de descartarse una resolución de corte ultraconservadora, que abandone la construcción de consensos y se decante por una política de autogolpe institucional y shock represivo en una escala aún mayor a la actual.
3) Insurgir: la desestabilización de la ofensiva imperial desde la movilización de las periferias
Como el marxismo ha teorizado largamente desde la Revolución Rusa hasta aquí, desde Lenin hasta Rosa Luxemburgo, desde Mao Tse Tung hasta Kwame Nkrumah, desde Antonio Gramsci hasta José Carlos Mariátegui, el eslabón suele romperse por lo más delgado. Pues son las periferias, y aún más las periferias de las periferias, las que cargan sobre sí la mayor acumulación de contradicciones económicas y sociales. Lo mismo vuelve a demostrarse en lo que parece ser el despuntar de un nuevo ciclo de movilización popular de masas en toda la región, y en particular en el Gran Caribe, abanderado histórico de las revoluciones sociales de nuestro continente.
Las masivas movilizaciones en Puerto Rico y la revitalización de las fuerzas independentistas nos recuerdan una cosa: que en América Latina y el Caribe persisten aún enclaves coloniales bajo la forma de “Estados Libres Asociados”, “Departamentos de Ultramar” o bajo otras legalidades, por lo que en importantes territorios ni siquiera podemos hablar de “segunda y definitiva independencia”: aún está pendiente la primera. Esto sin mencionar la soberanía mancillada de territorios ocupados con bases norteamericanas desde Colombia a Guantánamo. Como decía Martí en Nuestra América, mientras quedan países o territorios por libertar no podemos sacarnos las botas de campaña ya que “Bolívar tiene que hacer todavía”. Por su parte, el movimiento de diversidades y feminista ha tenido un rol trascendental en estas movilizaciones, surgidas en parte por las expresiones filtradas del Gobernador Rosselló con claros rasgos discriminatorios y patriarcales sobre las identidades disidentes de la isla.
Lo mismo vale para estados sólo formalmente independientes que carecen de toda soberanía como es el caso de Haití. Tras 13 años de indigna ocupación por las tropas de la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (MINUSTAH), la pequeña pero aguerrida nación caribeña aún sigue ocupada por la Misión de las Naciones Unidas de Apoyo a la Justicia en Haití (MINUJUSTH), que será reemplazada por la llamada Bureau intégré des Nations unies en Haití (BINUH) en este mismo mes. El mismo país que inició el ciclo de gobiernos progresistas en la región en fecha tan temprana como el año 1991, y que presenció ese mismo año el primer golpe de estado del período, vuelve a ser pionero con la masiva y permanente insurrección popular que sacude al país desde julio del año pasado contra la miseria planificada y las políticas del FMI en materia energética. A pocas millas de Cuba, Venezuela y Miami, la explosión definitiva del polvorín haitiano podría tener consecuencias impredecibles. Por lo pronto, las protestas podrían tumbar en breves a un gobierno ultra-neoliberal como el de Jovenel Moïse, que se ha convertido en el principal operador de los Estados Unidos en las Antillas contra la política del ALBA, el proyecto de Petrocaribe e incluso contra articulaciones más moderadas como la Comunidad del Caribe que Trump pretende disolver.
Cerca, en el istmo centroamericano, encontramos a una Honduras también convulsa. Es evidente el fracaso de la narco-dictadura de Juan Orlando Hernández a la hora de estabilizar el régimen surgido del golpe de estado perpetrado a Manuel Zelaya durante las tratativas del país para ingresar al ALBA en el año 2009. Con el protagonismo de trabajadores de la educación y la salud, las movilizaciones tuvieron en junio un pico de radicalidad contra las políticas privatizadoras, mientras el presidente recibía a marines norteamericanos llegados para participar en dispositivos de “ayuda humanitaria”. El autoritarismo y la violencia de Estado crecen mientras el agravamiento de la crisis económica y alimentaria refuerzan la migración forzosa, como quedó evidenciado en la mayoritaria participación hondureña en la caravana de migrantes centroamericanos.
Por otra parte encontramos a Perú, un paradojal país de abrumadora población indígena, que sin embargo no vivió en las últimas décadas un proceso organizativo similar al de los pueblos originarios de Bolivia, Ecuador o Guatemala. La nación podría comenzar a despertar de un cierto letargo, si la crisis institucional, la breve guerra de poderes de Estado y la finalmente legitimada disolución del Parlamento logran indignar y movilizar a las mayorías populares no sólo contra la corrupción y la supervivencia del cáncer fujimorista, sino también contra el largo ciclo de políticas neoliberales ininterrumpidas. En síntesis, la lucha de clases se agudiza en las periferias del mundo, y Nuestra América, lejos de ser la excepción, oficia como vanguardia, reserva moral y territorio de fe.
Proyectos, riesgos y oportunidades
Tres proyectos han caracterizado, con sus variantes, el devenir político de este siglo latinoamericano y caribeño: el neoliberalismo, al neodesarrollismo y el proyecto del ALBA. La crisis simultánea de los tres podría derivar en la conformación de dos grandes polos con sus respectivas anomalías. Un primer bloque neoliberal en proceso de radicalización fascista y guerrerista con Colombia, Brasil y Chile a la cabeza y el acompañamiento subordinado de países como Perú, Ecuador, Honduras, El Salvador, etc. Esta radicalización endógena de la derecha continental tiene que ver con la imposibilidad de recrear los consensos neoliberales en esta fase del ciclo de acumulación del capital, y por tanto, en la imposibilidad de acceder al poder mediante procesos eleccionarios limpios (Honduras, Paraguay, Brasil, las “guarimbas” en Nicaragua y Venezuela) o mantenerse en él sin una visible clausura democrática a través de la militarización, la paramilitarización o la declaración de estados de excepción (Ecuador, Colombia, Perú, Guatemala, Haití). La democracia liberal aparece hoy como un viejo traje enmohecido que la burguesía global se apresta a desechar.
En la década del 90 y comienzos de los 2000, encontrábamos procesos neoliberales que se legitimaban ya sea por su estabilidad cambiaria, el congelamiento de los procesos inflacionarios, los procesos de flexibilidad laboral presentados como preferentes a mayores niveles de desempleo o por una bonanza económica ficticia a costa de contraer niveles de deuda que harían eclosión años más tarde. En otros casos ofrecían mediante salidas represivas una estabilidad política autoritaria, o se justificaban mediante las necesidades del desarrollo de guerras internas pasadas o presentes. Las clases populares, además, entraban en la oscura noche neoliberal marcadas por tres procesos: la desmoralización y clausura utópica que implicó el colapso del eurocomunismo y la torsión capitalista de antiguos regímenes comunistas del Tercer Mundo; la pulverización estructural de las clases populares merced a los nuevos regímenes de explotación laboral y a la búsqueda de la supervivencia asociada a los nuevos fenómenos de exclusión y empobrecimiento; y el aniquilamiento y la desorganización resultante del largo ciclo de dictaduras y genocidios que como en ráfagas azotaron el Caribe insular, el Cono Sur y el istmo centroamericano en las últimas décadas del siglo XX.
Hoy, en cambio, no sólo el neoliberalismo se repite en sus versiones más grotescas y trágicas, sin que la acumulación popular tras el ciclo de insurrecciones anti-neoliberales y gobiernos populares es sensiblemente mayor. Por eso insistimos: los golpes no deben ser vistos como golpes meramente anti-gubernamentales, sino como una política preventiva regional para evitar que otros países alcancen el desafiante nivel de acumulación popular que expresó y expresa, por ejemplo, el sindicalismo campesino-indígena boliviano o las experiencias comunales en Venezuela.
El segundo bloque podría ser una reedición neodesarrollista más moderada en su política regional y más restricta en la ampliación de derechos sociales y económicos a nivel interno. Este bloque ya no sería traccionado por el empuje de radicalidad y la propensión a la integración regional autónoma que promovía el proyecto del ALBA bajo la dirección de Hugo Chávez durante el momento expansivo de la Revolución Bolivariana. Cuba y Venezuela aparecerían, como ya de hecho están, aislados como procesos de radicalidad anómala, aunque con más oxígeno que en la actualidad. El lugar de Bolivia, por sus garantías macroeconómicas, sería de alguna forma intermediario entre la articulación neodesarrollista y el debilitado ALBA. Debilitado no sólo por la asfixia imperial sino por la impericia interna que llevó por ejemplo a la resonante derrota del FMLN en El Salvador y a la traición de Lenin Moreno en Ecuador.
La estabilidad de este esquema, sobra decirlo, resultaría regresiva, al menos para quienes aún sostenemos la posibilidad de iniciar una transición de ruptura postcapitalista y una integración regional estable y duradera en la gran nación latinoamericana y caribeña. Ante la posibilidad de este escenario, la política de defensa y rearticulación de gobiernos de izquierda o progresistas no alcanza. Es patente la necesidad de insurgir y patear el tablero en las periferias para desde allí desestabilizar la ofensiva imperial, como viene sucediendo en numerosos países. Notablemente, por la conjunción de crisis institucionales y políticas por arriba y fenomenales movilizaciones de calle por abajo, los casos mencionados de Ecuador, Puerto Rico, Honduras y Haití, aunque lo mismo podría suceder en Chile, Colombia o Brasil en un futuro próximo. Para alentar eficazmente una “segunda oleada” en la región, no debemos olvidar que la primera fue amasada en largos ciclos de acumulación y sobre todo producto de insurrecciones populares antineoliberales que sólo después, en un segundo momento, fueron electoralmente capitalizadas. Así fue el caso de Venezuela con el Caracazo, el de Argentina con la rebelión popular del 2001, el de Bolivia con las Guerras del Gas y el Agua, el de Ecuador con las insurrecciones indígenas, el del primer gobierno de Aristide en Haití con las luchas contra la dictadura de Jean-Claude Duvalier, etc. La segunda oleada, por tanto, tendrá entre uno de sus componentes la movilización popular o no será, dado que no hay posibilidad de reeditar el viejo ciclo virtuoso del “todos ganan”, ni de conquistar posiciones estatales saltando desde el vacío, sin echar a andar de nuevo la dialéctica entre rupturas de calle y gobiernos populares.
Creemos que la disputa inter-imperial de hoy actual tiene características similares a la lucha incesante de las potencias europeas en el siglo XIX, dado que los actores en danza son múltiples, con características e intereses globales diversos: Estados Unidos, la Unión Europea, China, Rusia, etc. Como sea, los gigantes globales se han de embestir tarde o temprano, y los movimientos actuales parecen ser tan solo un largo precalentamiento. Cabe preguntarse si la imagen de China como una “potencia amable” y no militarista se mantendrá por mucho tiempo en la región. La duda es válida dado que la apuesta por un mundo pluripolar y multicéntrico como el que propugnaba Hugo Chávez, fue pensada desde una óptica regional propia, y nunca como como la negociación de nuevas condiciones de subordinación. Por otro lado, la geopolítica actual se asemeja también al contexto de la Guerra Fría, en el sentido de que no es esperable por ahora una confrontación militar directa, sino más bien el estímulo a conflicto subsidiarios y su tercerización en territorios del sur global.
Este panorama podría leerse desde una mirada apocalíptica y desmovilizante, y el pesimismo de la inteligencia indica que el ciertamente el panorama global aún puede evolucionar a peor. Por el agravamiento de la crisis ecológica hasta puntos de no retorno, por la pauperización social y económica inducida por las políticas neoliberales, por la perspectiva no tan lejana de conflictos militares mundiales, y por el avance de fuerzas neo-fascistas desde Estados Unidos a la India, desde Alemania a Brasil. Sin embargo, estos momentos de crisis son también tiempos de bifurcación, por lo que igualmente razonable es esperar la apertura de transformaciones sociales de envergadura. Es preciso prepararse para ello con el optimismo de la voluntad, dado que ha sido en estas coyunturas dramáticas en las que los pueblos han avanzado en sus respectivos procesos de liberación social, nacional y regional. En estos momentos de transición hegemónica se han dado desde la Revolución de Haití hasta las luchas de independencia en Nuestra América; desde las revoluciones socialistas de la periferia en Rusia, China y Vietnam hasta los procesos de descolonización en Asia y África.
Los tres movimientos que proponemos y analizamos en Nuestra América, a saber, la defensa irrestricta de los gobiernos y procesos populares de izquierda, la reorganización defensiva de una articulación progresista (en el marco de un mundo multipolar), y la desestabilización de la ofensiva imperial desde la insurgencia de las periferias más castigadas, son en realidad procesos simultáneos y mutuamente dependientes. Su condición de posibilidad primera es el necesario rescate del proyecto de la Patria Grande y el ejercicio del internacionalismo, la imbricación con el feminismo popular y la solidaridad activa entre los pueblos. Lo que está claro es que en los tiempos por venir no habrá tranquilidad para nadie. Lo que habrá son riesgos y oportunidades.
@GonzalArm y @LautaroRivara
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1. Para un análisis pormenorizado de la dimensión energética, alimentaria, hídrica, ambiental y climática de esta crisis, véase Vega Cantor, Renán (s/f) Revista Herramienta. Disponible en: https://herramienta.com.ar/articulo.php?id=1052. O también: Ornelas, Raúl (coord.) Crisis civilizatoria y superación del capitalismo (2013). UNAM, Instituto de Investigaciones Económicas.
2. Véase: Instituto Tricontinental de Investigación Social (2018). Dossier n° 7. El imperialismo del capital financiero y las guerras comerciales. Disponible en: https://www.thetricontinental.org/es/el-imperialismo-del-capital-financiero-y-las-guerras-comerciales/
3. “La guerra No Convencional se define como cualquier tipo de fuerza no convencional (es decir, grupos armados no oficiales) involucrada en un combate ampliamente asimétrico contra un adversario tradicional. Si se consideran conjuntamente en un doble enfoque , las Revoluciones de Colores y la Guerra No Convencional representan los dos componentes que darán origen a la teoría de la Guerra Híbrida , un nuevo método de guerra indirecta que libra EE.UU. En: Koribko, Andrew (2019) Guerras Híbridas, Revoluciones de colores y guerra no convencional. Buenos Aires: Batalla de Ideas.
4. Arrighi, Giovanni y Silver Beverly (2001) Caos y orden en el sistema mundo moderno. Akal.
5. Instituto Tricontinental de Investigación Social (2019). La tasa de explotación: el caso del iPhone. Disponible en: https://www.thetricontinental.org/wp-content/uploads/2019/09/190924_Notebook-2_ES_Final_Web.pdf
6. Así, por ejemplo, la Confederación de Sindicatos de Hong Kong, la Asociación de Periodistas y los Partidos Laborista, Demócrata y Cívico son financiados por Inglaterra y por los Estados Unidos, a través de la Fundación Nacional para la Democracia (NED), la Fundación Ford y la Rockefeller y el mismísimo George Soros.
7. Borón, Atilio (2012). América Latina en la geopolítica del imperialismo. Buenos Aires: Ediciones Luxemburg.
8. Ceceña, Ana Esther (2010). El Gran Caribe: umbral de la geopolítica mundial. Quito: Fedaeps-OLAG.
9. García Linera, Álvaro (2018). Intervención en Buenos Aires en el Primer Foro Mundial de Pensamiento Crítico organizado por CLACSO.
10. Fernandes, Florestan (2019) ¿Qué es la Revolución? Buenos Aires: Batalla de Ideas,