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BOLIVIA, MANUAL DE ZONCERAS (IV): LA ZONCERA DEL TIRANO

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PorRosalba Alarcón Peña

Nov 27, 2019

Por Lautaro Rivara @Lautarorivara

Evo quiere quedarse para siempre en el poder”

Para Arturo Jauretche, mentor de las zonceras como género pedagógico (no exento de ribetes literarios), hay una zoncera madre que encuadra y da sentido a toda la parentela de zonceras menores. En la Argentina de 1968, como en la Bolivia del 2019, la gran zoncera, de abolengo oligárquico, sigue siendo aquella de “civilización o barbarie”. Toda la saga de zonceras liberales y republicanas que pululan por Nuestra América y que veremos en las próximas entregas, son sus descendientes de primera generación por derecho de sangre. Sobre todo nos detendremos en aquellas tres que han sido de uso común en el zonzo análisis de la coyuntura boliviana: la zoncera del tirano, la zoncera de la alternancia y la zoncera de la derecha democrática. Cada una va eslabonada a la siguiente, pero todas penden de un tronco común liberal y republicano. El día de hoy saldaremos cuentas con la primera, una zoncera que podríamos englobar bajo la denominación general de lo que Jauretche llamaba las zonceras de la autodenigración.

En Bolivia se produjo un golpe visiblemente reaccionario y antidemocrático que rápidamente derivó en un gobierno de facto, sin ningún viso de constitucionalidad. Éste barrió con un gobierno como el del MAS, que acababa de ser refrendado en las urnas por un 47.08% de los votos, reeligiendo a su binomio presidencial y obteniendo una holgada mayoría parlamentaria en todas las de la ley. Ni siquiera la co-organizadora del golpe, la nefanda OEA, impugnó per se la mayoría electoral conquistada por Evo Morales. Mientras tanto, paradójicamente, las fuerzas de derecha podrían alzarse con la victoria en los comicios uruguayos por la módica suma de 29 mil votos, apenas un 1,2% que resulta menor al monto de los votos observados. Ante este cuadro de situación, la primera zoncera nace antecedida por un “pero”, que como todo “pero” lleva en sí un riesgo justificatorio. Advierte la conocida socióloga argentina Maristella Svampa: “pero no olvidemos que Evo quería mantenerse para siempre en el poder”. O sea que no hay mal que por bien no venga y el golpe sirvió al menos para desbaratar el “afán reeleccionista” del caudillo.

Una de las más viejas y repetidas zonceras latinoamericanas y caribeñas reza que todo líder popular es un tirano en acción o en potencia, que los liderazgos carismáticos son siempre movidos por bajas pasiones, y que el ejercicio del poder de líderes surgidos de las clases populares entrañan siempre rasgos autoritarios. Toda la constelación de zonceras liberales y republicanas tienden, por su propia abstracción conceptual, a subrayar las formas. Por eso es que Svampa señala con preocupación los “crispados” debates generados en torno al golpe, como si una cuestión de tamaña gravedad debiera ser discutida como dicen que los ingleses discuten las cosas a la hora del té: cruzados de piernas, con elegancia, buenos modales y cierta persistente indiferencia. Por el contrario, la crispación, prima indignada de la pasión, es un condimento tan natural como inevitable de quién toma parte en los combates. Desconfíe siempre, usted que lee estas líneas, de un intelectual desapasionado. O bien éste carece de pulsiones alegres y vitales, o sus pasiones son tan culposas que elige sustraerlas a la mirada del público.

Ahora bien, según Svampa y otros “liberales de izquierda”, estos tiranuelos de nuestras repúblicas bananeras, de jetas anchas o barbas tupidas, sacados de la imaginación febril de algún guionista de películas norteamaericanas, serían “democratizadores e incluyentes como todos los populismos”, pero “reforzarían los elementos corporativos pre-existentes” ¿No es pertinente acaso preguntarse por qué preexiste lo que existe, y si todo lo que existe es vil y merece nuestra auto-denigración? ¿Son estos elementos corporativos que Svampa menciona (se entiende que negativos) la organización de la sociedad en vastas organizaciones de masas, partidarias y sindicales? ¿No eran intelectuales como Svampa los que hace apenas una década cantaban loas a los movimientos sociales indígenas o campesinos? (ver los libros abajo citados al respecto). ¿Es acaso superadora una sociedad concebida bajo el modelo liberal, con individuos libres, atomizados y desorganizados que se vinculan de tú a tú, sin mediaciones más que su capital, a un Estado débil y sin sustancia? Formalmente libres, fatalmente desorganizados y radicalmente solos, así parecieran desear que permanezcamos estos liberales ultramontanos.

Pero el relato prosigue aún: “sucedió entonces lo inesperado. Gracias a los errores y abusos del oficialismo, cuyo triunfo electoral era sospechado por justas razones, sectores abiertamente antidemocráticos y racistas, se apropiaron del discurso de defensa de la democracia”. Líneas antes de esta singular teoría de los dos demonios aplicada al caso boliviano (Svampa habla de un populismo “ciego” y un revanchismo racista enfrentados como fuerzas simétricas), la misma autora mencionará la presunta confusión que caracteriza al momento político. Confusión que no es la de la coyuntura, sino la de quiénes la ven con anteojeras extrañas. Sólo así la crónica lenta y desesperante del más anunciado de los golpes de Estado en lo que va del siglo, podría ser concebido como algo inesperado. Mención aparte merece el hecho de la supuesta apropiación del “discurso democrático” por los Comités Cívicos y otros actores del golpe que entran en escena como una especie de deux ex machina. Hipótesis construida al caso para justificar cómo la presunta insurrección popular de masas que estos intelectuales supieron describir, devino en un golpe de estado en toda la regla: oligárquico, señorial, racista, patriarcal y pro-imperialista, saludado por los Estados Unidos, Israel y las trasnacionales mineras alemanas, sostenido a bala por la policía y las fuerzas militares. Pero nos detendremos en esto en una de nuestras próximas zonceras: la “zoncera maximalista”.

No deja de sorprender el hecho de que décadas de reflexión sociológica abreven en una lectura del poder tan simplista y mistificadora como ésta, reduciendo en una explicación individual y casi psicologizante los complejos debates sobre el poder, su ejercicio, su concentración y su transferencia. Y sin embargo, para ser Evo un tirano aferrado al poder, tuvo un extraño sentido del desprendimiento al renunciar a su cargo, para evitar una masacre que, zoncera o no de su parte, era ya irreversible. Es inédito, e inexplicable para nuestros liberales, el hecho de que un presidente electo ofrezca primero la realización de nuevos comicios, renuncie luego a su reelección ganada con justeza, abdique incluso del propio ejercicio de su mandato en curso, y hasta se abstenga finalmente de ser nuevamente candidato. Tiranos eran los de antes, los que se sostenían con la represión más cruenta como Stroessner, movilizaban grupos paramilitares como Duvalier, se daban autogolpes como Fujimori, o los que preferían sumir al país en una guerra civil antes que ceder un ápice de sus privilegios, como Ríos Montt en Guatemala. Curiosa estrategia la del “populista” Evo Morales, tirano sui generis que vimos refugiado en el Trópico de Cochabamba, durmiendo en un camastro como en sus tiempos de sindicalista.

Todas las zonceras liberales podrían entrar bajo la denominación de lo que Roberto Schwarz llamaba las “ideas fuera de lugar”. Es decir, ideas que tuvieron un sentido progresivo en otras latitudes y en otro tiempo histórico, pero que entraron a nuestra común historia latinoamericana y caribeña fatalmente torcidas, al ser reapropiadas por las oligarquías dominantes. Schwarz da el ejemplo de la oligarquía brasileña, aquella que edificó su poder sobre uno de los contrasentidos más trágicos de nuestra historia: la de una clase política liberal-esclavista, que mientras pregonaba la libertad, la igualdad y la fraternidad universales, bestializaba a los esclavos en las plantaciones y senzalas, y domesticaba y violaba a las esclavas en los cuartos de servicios de las Casas Grandes.

Por parte de los intelectuales coloniales (no sólo europeos y norteamericanos), las diatribas contra los tiranuelos latinoamericanos entran también, como el librecambio, dentro de la tradicional política de “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”. La vieja y cauta Europa, por ejemplo, fundó sus estados nacionales bajo la férula de regímenes despóticos, militaristas, sanguinarios y coloniales: Napoleón Bonaparte en Francia, Otto von Bismarck en Alemania, o Leopoldo II en Bélgica. Los detractores europeos o norteamericanos que levantan un coro de voces exasperadas por el carácter “dictatorial” de los líderes populares latinoamericanos, harían bien en preocuparse más bien por Jean-Marie Lepen en Francia, Matteo Salvini en Italia, Geert Wilders en Países Bajos, por Amanecer Dorado en Grecia o por el partido Vox en España. Por el fascismo, en suma, que vuelve a vomitar como una bilis la Europa liberal y socialdemócrata.

Por último, lo que nunca pudo entender una escuela sociológica que está más cerca del anti-populista Gino Germani que de la sociología revolucionaria de Florestan Fernandes en Brasil o de Camilo Torres y Orlando Fals Borda en Colombia, es que los liderazgos carismáticos son mucho más que los exabruptos de un pueblo bárbaro. “El caudillo fue el sindicato del gaucho”, pero también de la clase obrera, el campesinado, las masas esclavizadas y los pueblos indígenas. Y lo fue (y lo seguirá siendo) porque nuestras sociedades, rotas por la experiencia colonial, el capitalismo subdesarrollante y la tutela imperial, no dejan de generarlos como elementos en los que reconocerse y religarse. Nuestras sociedades son muchos más estructuralmente heterogéneas que aquellas que sustentan los modelos liberales y republicanos presuntamente puros, presentados como arquetipos de democracia. Contra las recetas mágicas de la alternancia (que evaluaremos en la próxima zoncera), de la división de poderes y de todo el ritualismo vacío de la democracia procedimental, se impone aquí una dialéctica fundamental entre líder y masas que analizamos para el caso del chavismo en Venezuela, en eso que el ensayista Roberto Fernández Retamar llamó, poéticamente, “el diálogo de dos diapasones”.

Para rematar su argumento, Svampa culmina con una analogía evidente, al menos para los argentinos, entre el golpe en curso en Bolivia y aquel que derrocó al gobierno de Juan Domingo Perón en el año 1955. Lo que no quedan claros son los alcances de esta analogía y el propio lugar que Svampa ocuparía en la retrospectiva histórica. ¿Vacilante como aquí? ¿Sin “crispaciones”? ¿Prescindente acaso? ¿Señalando que los militares fusiladores derrocaron a Perón porque este “quería perpetuarse en el poder”? ¿O señalando los excesos autoritarios de las masas obreras y de quiénes las bombardearon en la Plaza de Mayo?

No podemos asegurarlo.

Sobre el autor

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Rosalba Alarcón Peña

Rosalba Alarcón Peña, periodista y Defensora de Derechos Humanos, directora del portal web alcarajo.org y la Corporación Puentes de Paz "voces para la vida". Además, analista y columnista del conflicto armado de su país natal (Colombia) en medios internacionales. Redes sociales. Twitter: @RosalbaAP_ Facebook. Rosalba Alarcón Peña Contacto: rosalba@alcarajo.org

Un comentario en «BOLIVIA, MANUAL DE ZONCERAS (IV): LA ZONCERA DEL TIRANO»
  1. @Lautarorivara.
    A pesar de todas las nobles e hidalgas zonceras que Ud. hace mención refiriéndose a Evo Morales. Existe una de las más absurda extravagante y aberrante zoncera de los facista xenofobicos, la forma como perpetran el golpe de estado al líder populista. En condiciones críticas irracionales en estado hipnótico de drogadicción, tanto civiles como militares. El gestor planificador de este morvido hecho es Fernando Camacho conocido como un adicto consuetudinario de estupefacientes.

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