“Afuera los pájaros cantan tristes, llamando al sol. Es la hora de las tinieblas. Y la iglesia está helada, como llena de demonios, mientras seguimos en la noche recitando los salmos.”
Por Víctor Longares Abaiz
El 1 de marzo del 2020, falleció el nicaragüense Ernesto Cardenal, a los 95 años. Fue sacerdote, escultor y poeta. Su compromiso con los pobres le llevó a militar en la Revolución Sandinista y formar parte del gobierno que echó a Somoza, como Ministro de Cultura, entre 1979 y 1987.
Ernesto Cardenal era un símbolo en todo el mundo, conocido y querido por sus poemas y por su compromiso social y político. Cuatro veces nominado al Premio Nobel de Literatura, recibió galardones y reconocimientos por todo el planeta. Especialmente admirado fue en América Latina y, en particular, en Nicaragua. Como sacerdote, fundó comunidades cristianas donde buscaba despertar a sus fieles a la realidad de injusticia estructural que vivía el continente. Fue uno de los mayores promotores de la Teología de la Liberación y proclamó abiertamente: “No estoy interesado en una liberación económica del hombre, sin la liberación del hombre entero.”
Se ganó la enemistad de los poderosos y también de la jerarquía católica. En su visita a Nicaragua, el 4 de marzo de 1983, el Papa Juan Pablo II abroncó a Ernesto Cardenal. La imagen del pontífice riñendo al Ministro de Cultura arrodillado dio la vuelta al mundo. Pero no quedó esto ahí. Ernesto Cardenal fue suspendido en el ejercicio del sacerdocio, sin volver a ser restituido hasta 2019, ya bastante enfermo.
El poeta que cantó enamorado en la Revolución Sandinista, el sacerdote que luchó por mejorar la vida de sus compatriotas, el político que nunca abandonó la lucha por la justicia y la promoción humana nos ha dejado poco después de publicar un libro donde recoge, en 1.200 páginas, toda su obra poética. Siempre vivirá entre nosotros su imagen con boina y una agradable sonrisa bajo su barba blanca. Ernesto Cardenal no se ha ido del todo, sino que sigue presente en todos los revolucionarios que sueñan con un mundo mejor para todos. Que su despedida no sea triste, sino una llamada a la esperanza:
“Volveré con un poco de lodo en los zapatos y una palabra alegre que decirte.”