Por Víctor de Currea-Lugo / 25 de marzo de 2020
Llevamos varios días encerrados, unos más que otros, y sin embargo ya hay estrés y malestar. Ya la gente extraña la calle por más riesgosa y contaminante que sea. La gente mira desde los ventanales queriendo estar allí afuera, y hasta asume riesgos. No sé cuántos están saliendo no sólo a comprar, sino a poder sentirse no encerrados, porque la claustrofobia social crece y crece.
Es cosa de unos pocos días que se puede prolongar por semanas y sin embargo ya, en poco tiempo, estamos suficientemente estresados e irascibles. Lo muestra las redes sociales, en donde como siempre, seguimos mostrando más el diente para morder que la mano para ayudar.
Ahora imaginémonos por un momento, que hay vecinos de todo tipo y no toda la gente que está en nuestro edificio es buena gente, tampoco todos son malos, pero allí debe haber gente que a lo mejor fue corrupta, o gente que algún día cometió un crimen, o gente que algún día robó una cosa. Esa es también nuestra sociedad, y esa es la realidad que tenemos, la sociedad colombiana, que se refleja también de alguna manera en el edificio donde vivimos, en el barrio, en la calle o en la vereda donde estamos.
Pasemos a la cárcel, un lugar donde están unas personas que cometieron algún delito, es más muchos que ni siquiera les han comprobado que hayan cometido un delito, porque el sistema punitivo colombiano encierra y después investiga. Eso que muchas personas de leyes han condenado, sigue siendo una parte estructural de nuestro sistema carcelario y la explicación en parte del nivel tan terrible de hacinamiento.
Lo cierto es que hay unos detenidos, pocos por corrupción, que no están en la Modelo, ni en la Picota en las zonas masivas, sino que están en zonas exclusivas o están en centros militares, donde el virus y el peligro de una infección, estadísticamente hablando, es mucho menor.
Imaginémonos que una persona de estas, o nosotros mismos, por la razón que sea, somos capturados y llevados a una estación de policía donde ahora mismo el hacinamiento es brutal, conducidos a una cárcel. Y cuando llegamos a una cárcel nos dicen que hay un virus con un gran nivel de agresividad y que la solución es muy fácil: aislarse. ¿Alguien me puede decir cómo se puede aislar uno en una cárcel? Es imposible. Y la otra recomendación que nos dicen es: bañarnos las manos. Alguien que haya pisado una cárcel sabe medianamente cómo es el servicio y la disponibilidad de agua. Todos sabemos que hay cárceles en que la gente ha tenido que subir en baldes la poca agua hasta un quinto o cuarto piso, o que incluso a veces cortan el servicio durante horas o días.
En esa situación, imaginémonos que nosotros, que ahora estamos estresados con tan solo pocos días y con provisiones en la soledad de la casa o con nuestras familias, nos ponen a vivir con cientos y cientos de desconocidos sin agua, sin elementos de protección y diciendo que nos aislemos en medio del hacinamiento. Si varios de los vecinos míos desde el ventanal quieren salir a la calle, imagínese que puede pensar una persona detenida. Pero más allá de eso que es natural, querer salir y querer estar en la libertad, existen dos fenómenos sociales que son peligrosos.
Lo primero es la noción de que las personas que están detenidas, por la razón que sea, no tienen derechos, que son personas que ya no tienen derecho a la vida ni a la salud, a las cuales la ley y el estado punitivo no solamente les quita la libertad sino les quita su condición humana, su dignidad. y entonces se reducen casi a objetos, no tienen naturaleza humana, son personas que se reducen a su delito, que se reducen al peor de los delitos del grupo y lo tercero que se asume que todos son culpables hasta que demuestren que son inocentes. Esa mentalidad nuestra nos permite además decir que ellos son los malos y nosotros somos lo buenos, los que estamos en la calle somos honrados, honestos; los que están adentro son los malos, pervertidos y todos ellos son indignos de merecer reconocimiento de derechos.
Y lo segundo, una vez hemos convencido a todo el mundo de que no tienen derechos, podemos plantear el exterminio de las cárceles, como en los campos de concentración donde bastó decir que los judíos eran los malos para luego saltar a la solución final, como en Ruanda donde bastó decir que los Tusi eran una plaga, o como en Colombia donde se dice que cuando se mata a un sindicalista por algo sería o que el asesinato del líder social es porque era guerrillero. Saltamos a justificar el atentado, el asesinato y la violencia como solución a la crisis de salud carcelaria.
Mi vecino está mirando desde la ventana, quiere salir a la calle, se siente ahogado, cruzamos algunas palabras y me reconoce que se siente en una cárcel, en unos pocos días. ¿Qué tal si nos imaginamos a todos o a mi vecino en la cárcel Modelo?, ¿intentaría mi vecino exigir unas mejores condiciones?, ¿Buscaría un sitio para huir del hacinamiento?, ¿Le gustaría tener agua para lavarse las manos?
Hay quejas en las redes sociales de que todo se produjo porque los presos tienen celulares. Me gustaría saber si alguna de las personas que me está leyendo, aceptaría estar en la cárcel y no acceder a un celular. Los teléfonos que hay disponibles en las cárceles no dan abasto y ahora más que nunca las personas detenidas quieren sabe cómo están sus familiares, igual que nosotros. Uno de los presos me dice que tener celulares es el único medio de contacto ante su angustia de saber cómo está la familia, por las restricciones para recibir visitas. El temor es tanto de los que están adentro, como los que están afuera ¿Es tan difícil entender eso?
La revuelta carcelaria no fue una revuelta planeada, como dice la Ministra de Justicia, en un plan terrorista. Eso es tan tonto como decir que si la gente va a la playa en el Mediterráneo y va a la playa en el Caribe es un plan internacional urdido para ir en la playa. No, las revueltas en las cárceles han ocurrido siempre y no obedecen a un plan orquestado internacional, sino que obedecen a la respuesta de una política carcelaria inhumana y fascista.
El coronavirus es una realidad, pero aquí también sirve como una excusa para que no nos acordemos de las decenas de muertos y de heridos que dejó la revuelta en las cárceles del país, claro, esto se sazona con tres cosas fundamentales: Uno, que la protesta como derecho está a priori condenada en Colombia, satanizada, presentada como un delito, como un crimen, frente a una parte de la sociedad convencida de que “yo no paro, yo produzco”.
Dos, que esos seres que están adentro no tienen dignidad y, además de eso, cometen el delito de protestar, ya se está cerrando el circulo sobre ellos. Y tres, con lo que se cierra el círculo, es el Estado represor, donde las respuestas no se dan sobre el análisis de las causas que producen las revueltas sino su negación a punta de bala y de violencia.
Pero ninguno de los tres puntos anteriores sería posible, sino fuera porque hay una sociedad fascista dispuesta a aplaudir y a justificar los asesinatos. La cárcel como institución sirve para lavarse las manos y decir desde la sociedad “allá están los malos y nosotros somos los buenos” y como somos los buenos, tenemos la legitimidad de condenar incluso sin haber juzgado, de ajusticiar aun a los inocentes, de que desaparezca la presunción de inocencia y el derecho a controvertir las pruebas.
El problema no es que el sistema judicial este podrido, es que el sistema judicial refleja los valores de una sociedad. Ahora, ¿qué podemos esperar de una sociedad que votó contra la paz, que no votó contra la corrupción y que eligió al señor Duque? Pues eso, fascismo. Cuesta trabajo aceptarlo, pero muchos de los que en las redes sociales se inclinaban a favor de la violencia y del exterminio de los presos, son personas que en sus perfiles denuncian y condenan los falsos positivos. Tenemos una izquierda políticamente correcta, presta a negar el debido proceso, a aceptar la calumnia y a pisotear la presunción de inocencia.
Fotografía: https://noticias.canalrcn.com/bogota/se-registran-protestas-en-varias-carceles-nivel-nacional-354366