Por: Guillermo Rico Reyes – periodista y escritor.
En los últimos días, a raíz de la pandemia y su evidente respuesta de un encierro obligado para proteger la vida, han circulado una serie de escritos que anuncian el fracaso y fin del capitalismo.
Para esos escritores, la evidencia de la hambruna que podemos estar a punto de vivir, como resultado de ese encierro y la falta de producción de los artículos básicos para la vida: comida, salud, vivienda, educación y todo lo que tenga que ver con el desarrollo de las sociedades, son hechos que van a llevar al fin del capitalismo.
Son muy interesantes esas propuestas, pero a mi parecer, es solo hablar con el deseo. Lamento no acompañarlos en ese sueño que describen en sus artículos. Yo pienso justo lo contrario.
Desde su nacimiento, el capitalismo se ha caracterizado por la falta de humanismo, cuando derrocó al feudalismo, la nueva política dejó morir de hambre a sus esclavos; el modelo derrocado garantizaba comida y refugio a sus ejércitos esclavizados, claro, hay que reconocer que la calidad era mínima, pero el capitalismo se la quitó. El nuevo modelo solo garantiza el ingreso económico a quien le servía, por su puesto, en la mayoría de los casos, paupérrimo.
Después se desarrolló el neoliberalismo o capitalismo salvaje que se inicia con la intervención de las multinacionales en todo el desarrollo económico de los Estados. Las empresas públicas fueron privatizadas, así como las responsabilidades de los gobiernos en la garantía de la vida, la salud, la educación y el trabajo, es decir, los pueblos quedaron abandonados a la suerte de empleos o a la ruleta de la independencia en pequeños negocios hoy conocidos como las pymes.
Antes de continuar, definamos quiénes componen las corrientes neoliberales. Hace décadas, se conocía como parias a esas personas que traicionaban todo por dinero, se vendían, claudicaban en sus ideas y posiciones por. Las grandes propuestas y el saqueo de ideas para venderlas clandestinamente a las competencias, eran rechazadas socialmente. Nadie podía imaginar que algún estado vendiera la riqueza nacional, hubiera sido señalado peor que un traidor de su propio pueblo.
Las propuestas de las escuelas económicas de las potencias mundiales terminaron naturalizando esa gran traición a las comunidades, hasta que en 1989 se logró el Pacto de Washington o pacto de la Casa Blanca, donde muchos estados aceptaron las nuevas propuestas. Entonces todo comenzó a privatizarse y Colombia, con Cesar Gaviria como presidente, no fue la excepción.
Uno de los puntillazos más peligrosos es que, antes del pacto, los gobiernos debían garantizar los derechos a sus gobernados, pero la palabra DERECHOS, fue cambiada sutilmente por SERVICIOS. Así que la salud, la educación y la vivienda, entre muchos más, comenzaron a ser un servicio y como tal, el usuario debe pagarlos.
Los hospitales y los centros educativos ahora deben dejar riqueza, no salud ni profesionales que cubran las necesidades sociales, no. Deben dar dinero, riqueza, es decir, que sus cuentas bancarias se engorden, mientras el usuario o paga, o se muere, o paga o no estudia.
Cada día, las propuestas neoliberales fueron peores y en menos de 20 años aparecieron sobre la mesa algunas que nunca se pensó pudieran existir: los TLCs que casi prohibieron la producción campesina en países que giraban en torno al desarrollo agrícola, la prohibición del uso tradicional de los mejores productos del agro como semillas, ahora solo se pueden cultivar las que nos llegas de las grandes potencias y que son manipuladas genéticamente sin la rigurosidad de los estudios necesarios para determinar como impactará en la vida, esa mutación genética.
Pero la que más me asombró, ya que nunca creí que llegáramos a ese punto es “el campo sin campesinos, el campo para las multinacionales”. Entonces todo encajaba en el modelo geo-militar que se aplica en Colombia por el paramilitarismo creado y fortalecido por el Estado.
Comienzan a aclararse las políticas del establecimiento, el pacto de paz a toda costa ya que las Farc eran la principal piedra en el zapato para que estas propuestas puedan ser una nefasta realidad, y lo lograron. Entonces saltaron a la mesa las propuestas del nuevo gobierno de continuar la guerra, pero ahora apuntan sus fusiles contra los líderes sociales y las comunidades indígenas, que son las más organizadas en el país.
Con la pandemia, todo está listo para conocer la tercera parte del capitalismo, pero ahora más despiadado de lo que lo hemos conocido. Él como se desarrolló el virus, eso dejémoslo para los investigadores científicos, lo que si podemos sospechar, es que esta encaminado contra las sociedades que no trabajan para el modelo económico: Tribus indígenas, adultos mayores, comunidad con alguna discapacidad, etc.
El encierro acabará irremediablemente con la Pymes que le garantizan el empleo a casi el 70 por ciento de la población mundial, con su quiebra, los bancos, como aves de rapiña, arrasarán con todo lo de valor de estas pequeñas y medianas empresas y estará lista la alfombra roja para que las multinacionales dominen la economía mundial.
Aparecerán entonces las empresas héroes, que le den comida a los pueblos hambrientos, los campesinos que se han resistido a la avanzada del capital serán estigmatizados como los responsables de algún tipo de bloqueo al desarrollo “necesario para el mundo en crisis” y no tendrán mas alternativa que entregar sus amadas tierras por monedas.
En las ciudades, los tenderos de barrio desaparecerán, como ya está pasando, los talleres satélites de manualidades, los obreros independientes y todo lo que suene libre, será doblegado y los que no se quebraron por no aceptar los créditos bancarios, los paramilitares los obligarán a arrodillarse.
Este apocalíptico relato tiene alternativas. La organización popular fracturada por el encierro debe continuar; todo tipo de comunicación debe mantenerse y para lograrlo, la creatividad social es vital, como la solidaridad entre nosotros. No podemos pelear contra el vecino, el blanco, el indígena, el venezolano, el negro, el que abraza alguna fe, o los que las rechazamos, debemos fortalecer la unidad, obvio, con el respeto a la diferencia, que es lo que el pueblo colombiano nunca ha tenido.
Rechazar la información falsa, no aceptar las especulaciones de sanaciones milagrosas o muertes como único camino. La creatividad de los pueblos está en juego.
El consumo de alimentos campesinos es quizá la más importante solución al hambre, no a las aguas podridas que nos venden como gaseosas, el agua no hace daño y nuestra tradicional panela es deliciosa, fría o caliente, con limón, jugo de naranja o simple.
Y quizá la más importante, el compromiso de protestar contra cualquier atropello que se haga en nuestros entornos, así como responder a convocatorias de todo tipo, siempre y cuando la consideremos adecuada: cacerolazos, banderas, trompetas, videos de los atropellos, comunicación masiva permanente pero responsable. Estas deben ser nuestras responsabilidades y las tenemos que empoderar ya, por su puesto, se aceptan sugerencias.