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Uribe Noguera, el Club El Nogal y la sociopatía institucional

PorDaniel Mendoza Leal

Jun 4, 2020

Artículos publicados originalmente en el periódico el Tiempo en 2016.

Estos artículos junto con otras denuncias por corrupción y nexos de socios con el paramilitarismo y el narcotrafico, ocasionaron la expulsión del Club el Nogal del autor y el cierre de su espacio en el diario el Tiempo.

@elquelosdelata

No hay nada que defender. La niña murió debido a dos tipos de asfixia, mecánica y por sofocación. Es decir, además de querer matarla, se esforzó en hacerlo. Las cámaras que son hoy en día ese Dios que todo lo ve, apuntan desde el cielo con el dedo: allí estuvo Rafael, en la misma camioneta propiedad de su hermano Francisco en la que encontraron el zapato de la menor. En su apartamento un caldo hirviendo con el ADN del agresor, pelos, babas, una botella de güaro, cigarrillos chupados, además ropa de la víctima en la lavadora. Del cotejo de fluidos, especialmente aquellos hallados en el cuerpo de la menor, provendrá aquella prueba irrefutable de responsabilidad. Habrá de concluirse después de un juicio que no va durar mucho, lo que todos sabemos: este muchachito fresa de la alta sociedad la secuestró, la torturó, la asfixió y después la mató. La niña tenía siete años y él 38.

El homicida habrá de confesar. Tendrá que ahorrarle el pantallazo al apellido pomposo con el que se presentaba cuando iba a los cocteles de exalumnos del Moderno.

Hasta aquí la conclusión del penalista. Ahora escuchemos al criminólogo. Hablemos de los porqués.

¿Qué llevó a Uribe Noguera a cometer semejante crimen?

Los Uribe y los Noguera dormirían tranquilos si se pudiera probar que fue la coca la que lo enloqueció. Lo que pasa es que no se había metido ni un pase al momento de cometer el crimen. Inhaló las primeras líneas por lo menos una hora después de la muerte de la menor. Después de que su hermano, abogado, miembro de la firma más prestigiosa del país, hubiera mandado a la policía para otro lado cuando llegó a preguntarle por la camioneta que le sonrió a las cámaras en el video, para así ganar el tiempo suficiente que permitiría que él y su hermana Catalina permanecieran junto a Rafael durante más de tres horas en el apartamento que constituyó la escena del crimen, en la que apareció el cuerpo de la menor lavado y juagado en aceite.

A Uribe Noguera alguien le tuvo que haber ayudado. Con la cantidad de perico y güaro que lo pusieron a meter para solventar la locura transitoria que lo iba a exonerar, no pudo haber arreglado él sólo, de esa forma, ni el cadáver ni el lugar. Además nadie se enrumba con una niña muerta al lado después de que le informan que lo está buscando la policía. ¿Y es que a cualquier mortal se le ocurre ir a comprar tres bolsas de cocaína, para alegar una inimputabilidad transitoria? ¿No habrá que haber sido abogado y haber cogido un código penal algún día, cómo para darle a alguien el consejito?

Rafael Uribe es un sociópata. Es decir, es alguien que nunca tuvo linderos éticos, ni culturales, ni morales ni de ningún tipo, que regularan su actuar frente a la sociedad. Él mató a la niña estando plenamente consciente de la maldad que conllevaba su actuar. Disfrutando al doblegar el lindero legal que le impone la sociedad. No creo que Rafael Uribe hubiera matado antes a otra niña: el asesinato de la menor muy probablemente fue el pináculo de su carrera en la perversidad, pero si analizamos su comportamiento y la estructura de su patología, sí podemos suponer a partir de esas visitas frecuentes a zonas de tolerancia expuestas a la prostitución infantil, que no era la primera menor a la que violaba. Su actuar nos dice que pagó antes por sexo con menores.

Ahora, ya en el terreno de la hipótesis, nadie puede saber si los hermanos del homicida hubieran terminado involucrados si la policía no los ubica.

Es muy probable que si en ese barrio no hubieran existido las cámaras, que si los policías no le hubieran caído a Francisco, su hermano el abogado, los dos con tiempo de sobra y sin saberse perseguidos, habrían logrado meter el cuerpo de la menor en el baúl del carro y lo habrían enterrado en cualquier potrero; quedando la pequeña reducida a un número más en esas estadísticas tan aburridas de leer en los periódicos. Si eso hubiera sucedido Rafael Uribe Noguera habría dejado de comprar menores para violarlas… y las habría empezado a matar. Ese gusto no lo hubiera perdido jamás. Cruzado ese lindero, jamás se hubiera devuelto.

La sociopatía es la maldad de las élites. Por lo general de allí proviene gran parte de estos individuos. Si observamos su personalidad no nos es difícil extraer el resultado de la ecuación. Los sociópatas son egocéntricos, prepotentes, megalómanos, faltos de responsabilidad, extrovertidos, hedonistas, impulsivos, adictos al control y al poder. Es decir, ellos son la fotografía impresa de un hijo de papi.

A diferencia del esquizofrénico, no hay ningún factor genético que lo predisponga. Por eso es que de ellos no se puede decir que estén locos, ni mucho menos que estén enfermos. Todo lo contrario, hay que ser muy lúcido para ser sociópata. El sociópata no nace, él siempre se hace. O mejor dicho, lo hacen. Lo fabrica su entorno, la familia, especialmente sus padres, las instituciones como el colegio, la universidad y los amigos.

Al monstruo se le ven las patas. Mucho billete, mucho poder, una familia y una serie de instituciones que lo malcriaron al punto de que lo convirtieron en lo que el acto mismo que llegó a ejecutar, convirtiéndolo en su propio crimen, caracterizándolo como un desteñido guasón, en el rufián metido en la pantalla que bajaban custodiado de la tanqueta en medio de aquella turba que lo quería linchar.

Su padre fue decano en la Universidad Javeriana de la misma carrera que él estudió: Arquitectura. ¿Se imaginan las licencias que se pueden llegar a permitir al hijo del decano? Después vienen y lo sientan a presidir la empresa de construcción familiar. Empresa que le construye un edificio en el que tiene su penthouse y en el que por ser el dueño del inmueble, los vecinos nada podían decir cuando hacía sus bacanales. No es chisme la querella que le pusieron cuando un viejito le golpeó la puerta a la madrugada y casi lo levanta a golpes. Es decir, para Uribe Noguera, todo fue al gratín, sin ningún esfuerzo. Le enseñaron que él todo se lo merecía. Que estaba por encima de los derechos de los demás. De forma muy clara, a través de símbolos recurrentes le dijeron que la ley y las normas a él no le aplicaban. Entonces ¿podían llegar a significar algo, la ética, la bondad, la generosidad y el amor?

Un sociópata no siente más allá de su propia satisfacción.

Ahora, como la idea es poner el dedo en la llaga, abramos un poco más el perímetro y preguntémonos, ¿De dónde nacen esas familias que los deforman? ¿No existirá una conducta generalizada por parte de la élite colombiana, que la convierte en paridora de perversos enfermos mentales?

Son los simbolismos sociológicos los que generan la transmutación de valores en el individuo. Para explicarme me permito tomar eventos de su vida que fueron ventilados en redes. Por ejemplo, cuando Rafael Uribe hizo fraude en la universidad con la tesis y lo amparó su padre de la echada, ese acto simbólico seguro que le movió aquel lindero existente entre el bien y el mal, se le fue corriendo el muro de contención en su inconsciente. Cuando lo cogen robando en un club social y también le palanquean la impunidad, se lo siguen moviendo.

Eso, sólo si contamos con lo que rumorea el internet, pero estoy seguro que los padres de Rafael, si viajan en el tiempo, podrán contar con los dedos de las manos las veces que a su hijo le dijeron no. Fue así, desde pequeño, en cada uno de los universos que lo rodeaban, que se formó la personalidad de Uribe Noguera como el ser despiadado e inhumano que hoy en día, sentado en esa celda, debe estar pensando que es una injusticia lo que le está pasando, que la sociedad entera se está portando mal con él. Él no está arrepentido, ténganlo por seguro, el sociópata jamás se arrepiente. Él ahora está pensando que tenía todo el derecho de violar y asesinar a esa pequeña niña venida del campo. Y querrá escapar. Y como no puede hacerlo, desde aquí lo advierto: hay que estar encima de él, señores del INPEC, porque se les suicida. Él preferirá matarse. Jamás asumirá las consecuencias de sus actos.

Les va doler, pero es que mis letras no son pomada, ustedes, padres de Rafael, son en gran parte responsables de lo sucedido. A un sociópata no se le corre la teja, son los linderos de la ética y la legalidad los que se corren en él, y ustedes ayudaron durante su vida entera a desplazarlos.

Los simbolismos son también institucionales. Estos vienen siendo los más importantes, pues son aquellos los que gestan las bases para que sea la sociedad misma la que fecunde y procree este tipo de personalidades. Una sociedad desigual es la madre de la sociopatía social. La desigualdad genera injusticia y es precisamente esa injusticia de la que surgen los símbolos que a patadas mueven los límites. Para Uribe Noguera quienes no pertenecieran a su círculo social, eran seres despreciables, unos «guisos», él estaba por encima de ellos, ellos eran objetos que estaban diseñados para servirle o para satisfacer sus más elementales deseos, lo que se le pasara por la mente.

Así fue como Uribe Noguera vio a Yuliana como un objeto más: en ese momento, en su mente, la niña no representaba lo que para cualquiera debe representar un ser humano. La deshumanizó y para lograr verla como una cosa o un animal, al punto de llegar a violarla y matarla, el agresor tiene que haber estado expuesto durante toda su vida a simbolismos sociales y culturales que moldeen esa personalidad oscura.

Uribe Noguera tuvo que haber vivido de pequeño situaciones en que se le permitió abusar sin consecuencias de gente de escasos recursos. Me lo puedo imaginar entre berrinches pegándole al hijo del cuidandero de la finca, insultando a la empleada de servicio, maltratando al conductor, mientras su papá le dice «Rafita, príncipe bello… eso no se hace»

La clase alta colombiana es responsable de la transmisión de simbolismos culturales, que desfiguran la escala de valores de los jóvenes que la componen. Los sociópatas no solo son los que cometen crímenes sexuales y homicidios. Cualquier persona que delinca sin sentir sentimientos de culpa, gozando de sus actos, considerando su actuar ilícito como un derecho adquirido, es un sociópata.

He conocido varios políticos y empresarios, que han solventado su carrera a punta de estafas, fraudes, peculados, cohechos y falsedades, y no es que no sepan que están delinquiendo, es que se sienten con derecho de hacerlo. El límite lo tienen corrido. Los símbolos han operado en ellos hasta convertirlos en sociópatas, que puede que no violen ni maten, pero el daño que hacen es devastador.

Cuando la justicia, los organismos del Estado y en general la estructura social está diseñada para amparar y solventar los intereses de la élite, se desfigura la escala de valores, los símbolos permean el inconsciente colectivo del que tanto habla Carl Jung, ese psiquiatra sollado que tanto le peleó a Freud, y entonces es como si los papás de Uribe Noguera nos estuvieran malcriando a todos.

Cada vez que los políticos roban y defraudan y nada les pasa, cada norma tributaria que agrede de forma regresiva a los más pobres, cuando los niños aguantan hambre y tienen que subir lomas para ir al colegio, es como si el papá Estado estuviera haciéndose el pendejo como el papá de Rafael y estuviera diciéndole a los millonarios: «príncipes bellos, eso no se hace».

El Estado se convierte entonces en un factor institucional que hace de los ricos deidades convencidas de que la constitución está para que la obedezcan los demás, monarcas sudacas del siglo XXI, gamonales que ven el país como su feudo y a los pobres como sus siervos, desprovistos de cualquier tipo de derecho. Colombia lleva toda su existencia viviéndolo: la institucionalidad estatal al servicio de la promoción sociopática.

Y no sólo es el Estado. Las instituciones privadas, las empresas… los clubes sociales, todos pueden obrar como transmisores de esta patología social que vive el país desde que llegaron los españoles a abusar de nuestros pueblos.

Los ejemplos son muchos, pero hay uno tan a la mano que no puedo dejarlo en el tintero, por lo claro, lo actual y lo veraz. El Club el Nogal del que cual soy socio, por donde transitan los empresarios más ricos del país, los magistrados y políticos más reconocidos, optó por expulsarme y todo por el hecho de haber denunciado en mis artículos actos de corrupción por parte de algunos miembros de la Junta Directiva del Club y sus negocios con paramilitares neonazis genocidas.

¿Qué le está diciendo Luis Fernando López Roca, el presidente del Club el Nogal a la sociedad, con este acto manifiestamente inconstitucional?

Si lo vemos desde un punto de vista sociológico, siendo el Club el Nogal el lugar en el que confluyen los diversos universos que componen la clase alta colombiana, estamos frente a una reacción simbólica que traduce esa tergiversación de los valores, generadora de las conductas sociópatas tan propias de algunos integrantes de la alta sociedad.

Para el Presidente del Club, en la casa de la elite política y empresarial no entra la ley, allí no aplica la constitución, ni la libertad de expresión, ni los derechos fundamentales, ni el código penal. Los miembros de la Junta Directiva son paridos por los Dioses, intocables, al Club los linderos no se le imponen. Eso por un lado, pero es que además a los poderosos no se les puede denunciar, ni se les puede mencionar en escritos públicos, ni en artículos, ni en declaraciones, y podrán haber cometido mil barbaridades, pero aun así a quién se atreve a denunciarlos es a quien habrá de castigársele.

Los socios del Club no son todos unos sociópatas, algunos pocos podrán tener sus límites éticos y legales bien definidos. Lo que estoy diciendo es que institucionalmente, sus directivas repiten los simbolismos estructurales que deforman las finalidades de una sociedad que pretende ser día a día más humana y menos voraz.

La democracia fue inventada para eso: para estructurar estos linderos. Para quitarle al monarca su corona y su feudo. La democracia si de verdad existe, tiene el deber de estar en todas partes, ella es la única vacuna, que bien aplicada, con justicia y equidad, puede sanar esa pandemia que ha trastornado antisocialmente nuestra sociedad.

Y ahora espero que empiecen los unos a decir que soy un resentido y que no merezco estar en el Club, y los otros a decir que soy un mamerto comunista, que qué hago en ese Club que tanto me detesta. Y a unos y otros les respondo que estoy luchando, luchando en contra de esos simbolismos con los que quisieron criarme, porque también tuve empleada de servicio, conductor y finca con cuidandero, y por eso sé de lo que hablo y sé del daño que le haría a esta sociedad si me quedara callado, si no diera la lucha por disciplinar a esa clase alta que me expulsó solamente por transmitir ese mensaje de impunidad frente a las ilicitudes recurrentes de algunos de sus miembros. Yo no me voy a convertir en el símbolo que les ayuda perpetuar la inexistencia del lindero.

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