Muy a pesar de la aparente victoria de la “revolución verde”, de las semillas transgénicas, o del monopolio global de la producción/consumo de los agroquímicos, muchas familias se quedaron en el área rural, cultivando sus alimentos en surcos alquilados o “mini parcelas”, incluso contra la voluntad de los estados empresariales.
En la región de Abya Yala no existe un solo Estado que haya apostado o apueste por la agricultura familiar como su prioridad política económica para garantizar el bienestar integral de su país. Incluso Cuba, con su ejemplar modelo educativo, descampesinó al país, dejando los suelos de cultivo abandonados.
La pandemia del COVID19 nos encontró a los países de Abya Yala no sólo con los servicios de salud deficitarios o privatizados, sino también nos halló ilusos en los beneficios per se de la modernidad… ¡El dinero no es un producto comestible!
El espejismo del “bienestar” de la modernidad es tan apabullante que Ud. y yo pasamos nuestra juventud en las ciudades creyendo que “habrá comida mientras tengamos dinero para comprar”.
Jamás nos cuestionamos de quiénes, dónde, o en qué condiciones producen las verduras o productos frescos que compramos… No… esas preguntas no fueron, ni son parte de la currícula académica… Crecimos con la certeza de: “Campesinos nacen para cultivar la tierra, nosotros nacimos para estudiar”.
La pandemia, y el “quédate en casa” global, a muchos nos ha sacudido de nuestras certezas e ilusiones modernas, y nos devolvió a lo más elemental: la alimentación como base de la salud y del bienestar. ¡La alimentación sana es una aliada para sobrevivir a la pandemia!
En Abya Yala, muy a pesar de las condiciones de empobrecimiento/desnutrición de las familias en el área rural, el “quédate en casa” no fue tan fatal, ni psicológica ni biológicamente, como en las zonas urbanas… Nosotros continuamos con nuestras labores cotidianas, criando, conviviendo, cultivando, volviendo al cultivo de plantas medicinales…
La pandemia nos devolvió a la Tierra
Volver a la ética y estética de la Tierra. La filosofía antropocéntrica y la civilidad moderna nos alejó de la Tierra al límite de convertirnos en seres anti Tierra. La pandemia activó en nosotros, en diferentes medidas, el deseo de reconectar, volver a tocar la Tierra, cultivar lechugas en masetas… Quizás aún sea únicamente para hacer selfie… Pero, no cabe duda, la pandemia nos devolvió a muchos a la Tierra.
Después de esta pandemia nuestra tarea es repesar nuestra posición y misión en la Tierra, y actuar en consecuencia. Volver a cultivar la Tierra, y dejarnos cultivar por Ella es nuestra tarea.
Comida se escribe con “C” de campesino. Los monocultivos o agroindustrias no cultivan comida para alimentarnos, sino, en el mejor de los casos, para sacarnos dinero. Es una de las lecciones de la pandemia.
Fueron y son las familias campesinas quienes nos alimentaron y alimentan, incluso en tiempos de pandemia, sembrando, cultivando y cosechando, incluso contra las inclemencias del clima, la insensibilidad de los estados y voracidad de los agro negocios letales.
Las familias campesinas no extorsionan a los estados para conseguir subsidios o ventajas. No manipulan las reglas del mercado, ni destruyen comida como las agroindustrias para asegurar ganancias. Las y los campesinos cultivan en el silencio y te ofrecen sus mejores frutos.
Nuestra tarea como consumidores sobrevivientes a la pandemia ha de ser buscar y consumir los productos de las familias campesinas para estimular y apoyar la expansión de dicha practica productiva. Creo, en buena medida, nuestra salud dependerá de la agricultura familiar.
Estados con soberanía alimentaria. Técnicamente la economía post pandemia consistirá en fortalecer la producción y consumo interno. El mercado internacional está herido. En este sentido, los estados nacionales, que históricamente nacieron como estados anti campesinos, están obligados a reconciliarse con las familias campesinas, e impulsar políticas integrales de agricultura familiar para garantizar salud y alimentación adecuada para toda la población.
La pandemia demostró que los principales aliados de los estados para la defensa de la vida y de la salud no es la agroindustria, ni el empresariado transnacional. Son y fueron las familias campesinas que no dejaron de cultivar la tierra, incluso en micro suelos alquilados, para proveer alimento sano para toda la población.
Nuestra comida debe ser nuestra medicina. La pandemia en Abya Yala visibilizó la potencia de las plantas medicinales para fortalecer el sistema inmunológico de las personas.
Por ejemplo, en Bolivia, con asombro fuimos testigos de la solidaridad e intercambio de plantas medicinales entre familias campesinas organizadas o no, provenientes de diferentes pisos ecológicos. Esto con la finalidad de mitigar la tragedia de las pandemias.
En países como Guatemala, el jengibre, el limón, el ajo, la miel de abeja…, cobran mayor importancia que antes en los cultivos y hábitos alimenticios de familias campesinas…
Todo esto evidencia que la agricultura familiar es y será el aliado imprescindible de los estados para enfrentar futuras pandemias con óptimos sistemas inmunológicos. La agricultura campesina debe ser reconocido y promovido como uno de los principales actores de la economía de los países.