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Los niños de la guerra

PorGuillermo Rico

Jul 23, 2020

Por Guillermo Rico @

Son miles los niños que se encuentran en medio de la guerra que vive Colombia, por parte de la guerrilla la cifra pudo llegar a unos 3 mil, mientras que, en el paramilitarismo, por la época de la aplicación de la ley de justicia y paz, el número pudo alcanzar los 14 mil, pero Uribe ordenó ocultarlos ante la opinión pública. El siguiente es un relato que publiqué en mi libro “Los Niños en Colombia: El Futuro Abandonado y que hace parte del capítulo 6.

(…) Millones de voces se alzan para protestar, con justa razón, porque la guerrilla tiene niños en sus filas, lo curioso es que no pasa lo mismo con los que tienen los paras, y aquí sí son miles. En este caso, si alguien denuncia, es probable que lo desmientan, lo acusen de ser un agente Castrochavista, lo amenacen o lo asesinen.

Hace algunos años me di una vuelta por los territorios del sur del país donde operan estos ejércitos de extrema derecha, justo después de aplicar la ley de Justicia y Paz que presentó Uribe y que pedía la impunidad total de los paras, pero gracias a la Corte Constitucional, el proyecto de ley, ya aprobado por el congreso, fue rechazado y devuelto para su reforma, por esto los paracos fueron condenados a ocho años de cárcel por los miles o cientos de miles de asesinatos que cometieron pero que, gracias a los hornos crematorios o las motosierras, muy pocos se lograron demostrar, los que hablaron fueron acusados de narcotráfico, delito que también cometieron, y entregados a la justicia gringa.

Esos hornos que se emplearon para evadir la justicia eran operados en su mayoría por adolescentes, “pichones de paracos”, como los llaman sus comandantes. Estos casi niños, están en toda la estructura paramilitar, sirven para la mensajería, son estafetas entre las diferentes organizaciones, pero además sirven para entrar a los batallones o estaciones de policía a intercambiar información. Nadie sospechará de un menor que, además, está respaldado con algún alto oficial que simplemente dirá, cuando le preguntan en la portería, “déjelo pasar que es el hijo de un pariente que vive por acá”. Transportan armas, drogas, pertrechos y, además de atravesar poblaciones habitadas o campos abandonados, también pueden asesinar, para eso son entrenados, pero también tienen que complacer a sus comandantes en todo, incluida la prostitución.

Después de varios días de mi recorrido, decidí descansar un poco en algún lugar del llano, entonces uno de los vecinos del humilde hotel donde me hospedaba me invitó a pescar: “yo nunca lo he hecho y como dice Mafalda… no puede ser que hayan personas que no pueden aburrirse sin incomodar a los peces” le respondí, pero tras su insistencia, acepté… de verdad que Mafalda tiene razón, pero ya con todo el vecindario apoyando la labor y caña en la mano, lancé el anzuelo… varios minutos después me convencía que no debería estar allí y cuando recogía el nylon para retirarme, un animal había picado…. Grité y grité y volví a gritar…. Cayo, cayó, picó, pero para mi sorpresa el animal que luchaba por su vida se enredó en alguna parte del fondo del rio y las cosas se complicaron. Un joven de unos 12 años se lanzó, nadó hacia el lugar donde se había atascado el pez y se sumergió para sacar el tesoro viviente, lo hizo una, dos, y varias veces más, hasta que por fin me gritó ¡¡¡enrolle rápido!!!

Orgulloso de mi trofeo le brindé al adolescente un tamal enlatado. Para los que no sepan a qué me refiero les explico que es el típico tamal, pero que algún empresario creativo los comercializó enlatándolos. Al recibirlo, el héroe de la jornada me miró con sorpresa y me preguntó con cierta timidez – ¿para mí…?- Si, le respondí, -huy, pero lo único que hice fue rescatar su pescado- respondió, no importa, le dije, entonces su explicación me dejó frio, pese al calor que hacía, “es que esos son los premios que da el comandante cuando uno ha cumplido con la orden de matar a alguien…” pero su aclaración se puso peor: “a mí ya me han dado varios premios de esos.”

Ese día ratifiqué que efectivamente nuestros niños, los niños de este país no pueden disfrutar de su edad. Cuando yo tenía esos años, nos juntábamos con nuestros vecinitos de edad similar y salíamos a imaginar duras jornadas de guerra infantil, navegábamos el infinito de nuestra imaginación y disparábamos con palos… éramos como los niños del lindo poema “Fusiles y Muñecas” del escritor Mexicano Juan de Dios Pesa, pero aquí el sueño romántico del poeta se convierte en cruda realidad.

Hoy los niños que por desgracia caen en las bandas delincuenciales o de guerra aprenden muy temprano lo poco que significa la vida y lo fácil que es quitarla, pero también lo simple que es desaparecer un cadáver para burlar la acción de la justicia.

En el caso del paramilitarismo, como ya lo expliqué, se construyeron hornos de cremación en los campos de entrenamiento clandestino que existen en todo el país, las selvas del chocó o en alguna hacienda en Córdoba, pero también las motosierras que con su miserable ronroneo destrozan los cuerpos para tirárselos a animales salvajes clandestinamente cultivados, o a los ríos, en los campos, pero también las casas de pique en las grandes ciudades como Buenaventura o Bogotá. El caso es que, para los delincuentes, hay que destruir la evidencia.

Con la guerrilla, enterrar los muertos en el corazón de la selva donde la manigua pronto esconderá la fosa clandestina, en pocos días ni el sepulturero recordará el lugar donde sepultó a su víctima, no recordaron las canecas repletas de dólares, menos lo harán con un cadáver.

Reclutarlos es más fácil que entrenarlos, la mayoría, por no decir que todos nacieron en familias muy pobres, sin recursos de ninguna clase y generalmente en medio del campo donde no pasa nada. Son niños sin futuro que el Estado desconoce y sus familias no tienen ni siquiera sueños que heredar, así que con solo prometerles comida, ropa, zapatos y un dinero que generalmente nunca les pagan, son motivos suficientes para enredarlos en las filas de los grupos de la muerte.

El ingreso de los menores a la guerra se da de dos formas diferentes dependiendo cual grupo los recluta: guerrilla generalmente los recibe porque han hecho eco los continuos discursos de lucha de clases que hacen los dirigentes del frente, muchas veces respaldados por los padres de los jóvenes que siempre han visto a los insurgentes como el único gobierno del sector, pero también está un reclutamiento obligado, exactamente igual al que hacen los militares en las calles de las ciudades y pueblos, hasta con camión y todo. Argumentan que son necesarios para combatir al enemigo del pueblo, como dije, igual que los militares.

Pero los más frecuentes operativos de reclutamiento incluyen un gran número de hombres que llegan a los pueblos, hacen formar a todos los habitantes y sacan a los que consideran que ya son aptos para la guerra, después el calvario de hacer sufrir hasta lo sobrenatural a las criaturas que nunca han visto morir a nadie, tampoco la tortura y menos los asesinatos salvajes acostumbrados por estas organizaciones.

Hace unos años, justo cuando algunos paras comenzaron a denunciar sus acciones, el diario Nuevo Siglo publicó un relato sobre las acciones de paramilitares donde el victimario también es víctima cuando su comandante ordena cortar las nalgas del torturado, asarlas y hacérselas comer a los paras, “así se volverán más violentos e inhumanos”.

En el marco del proceso de paz de La Habana, la mesa de negociación solicitó varios eventos patrocinados por la ONU y organizadas por la Universidad Nacional. En el Encuentro Nacional de Mujeres realizado en Bogotá, los días 23, 24 y 25 de octubre de 2013, la queja permanente fue especialmente una: “no más hijos para la guerra, no permitiremos que se sigan robando nuestros niños para convertirlos en asesinos o carne de cañón” (…)

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