Por: Diana Carolina Alfonso
Ni pasiva Penélope ni devota de las burocracias. Peronista, católica, internacionalista y revolucionaria. La historia de Alicia Eguren y el ejercicio de una lealtad que va mucho más allá de los hombres y las circunstancias.
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Poco se sabe de su biografía en los años previos a la militancia peronista. Por lo demás, el registro de sus huellas es propio de en una personalidad descollante, implacable, casi como salida de aquel tango de Tita Merello «Se dice de mi». De Alicia Eguren se dicen muchas cosas. Lo primero, que nació en Buenos Aires en 1925 en el seno de una familia de cuño federal y católico. Que estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires y fue profesora de literatura y filosofía, allí, y también en la provincia de Santa Fe. Sabemos que publicó cinco libros de poesía, difíciles de conseguir, disponibles sus escasos ejemplares a precios exorbitantes. Sabemos de su carácter precursor en la vida política argentina, de su radicalización política, de su negativa a subordinarse a los roles asignados a las mujeres de su tiempo. Sabemos también de su singular militancia internacionalista. Sabemos de su fuga permanente de la doble cárcel en donde intentaron e intentan apresarla: ni pasiva Penélope ni devota de las burocracias que ella misma supo enfrentar.
Hacia mediados de los años cuarenta los círculos académicos de discusión política atraparon su atención. Alicia había empezado a asistir a los espacios convocados por el padre Castellani y la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN). Por aquel entonces concursó en el Servicio Exterior y a través de la Cancillería fue designada como segunda secretaria de la embajada argentina en Londres, donde conoció a su primer marido, el por ese entonces cónsul Pedro Catella. Cuesta imaginarla cómoda entre las normas de la vida de los burócratas de carrera. Mucho menos entre las aterciopeladas tertulias del té bajo el cielo plomizo de la capital británica. Quizás por eso decidió volver a la Argentina. En el ‘48, ya de regreso en Buenos Aires, Alicia dio a luz a su único hijo, Pedro Gustavo Catella. Separada, madre soltera y situada en un contexto represivo hacia la mera existencia de las mujeres (ni que decir de las “solitarias”) Alicia se tornó mucho más radical. Entre el ’47 y el ’49 publicó cuatro poemarios caracterizados por una densa prosa evangélica: “El canto de la tierra inicial”, “Poemas del siglo XX”, “Aquí, entre magias y espigas y “El talud descuajado”. Además se desempeñó como docente en la Universidad Nacional del Litoral y en la Universidad Nacional de La Plata, dictando cursos sobre literatura, filosofía e historia.
La trayectoria intelectual y política de Alicia Eguren se explica a través de los diálogos y contradicciones propias de su momento histórico: como mujer profesional, como nacionalista católica y como literata. Una figura de sumo interés en los círculos intelectuales del nacionalismo argentino que ella frecuentaba fue John William Cooke, el hombre que años después le seguiría por las alamedas más importantes de su vida. Ambos se conocieron cuando John dictaba una conferencia en el Centro de Estudios Argentinos (CEA), tras lo que una sincronía permanente se proyectaría hasta el horizonte.
A principios de la década del ’50 ya no fue tan fácil contener, bajo el programa peronista, a diferentes sectores católicos y nacionalistas. Mientras que por derecha el falangismo perdía terreno y prendía antorchas inquisitoriales, por izquierda ciertos marxistas desorientados jugaban en la cancha opuesta al peronismo. Católicos, comunistas y feministas se coaligarían contra Perón en la Unión Democrática. Entre esas espinosas ecuaciones, Alicia avanzaría en una vía superadora al catolicismo nacionalista, al “comunismo” de Victorio Codovilla, y a la mismísima “tercera vía”.
Tras el triunfo de la “fusiladora” y el bombardeo a Plaza de Mayo, el peronismo sería proscrito y sus militantes apresados y perseguidos. En esos días Alicia viviría en un carrusel de idas y vueltas en cárceles y comisarías, llegando incluso a ser detenida y luego imputada por “conspiración para la rebelión”. Sobreseída de esa causa, en el mes de diciembre volvió a ser apresada por orden del Poder Ejecutivo Nacional. El juicio llegaría tras seis meses de permanecer aislada e incomunicada, tras lo que sería trasladada a la cárcel de mujeres de Olmos en donde sufrió múltiples torturas junto a sus compañeras del movimiento. Quedaría nuevamente en libertad, recién en noviembre del ’56.
Mientras tanto John fue a parar a la cárcel de Río Gallegos, de donde escaparía en una espectacular hazaña junto a Héctor Cámpora, Guillermo Patricio Kelly y Jorge Antonio. Los cuatro huyeron a Chile y allí tomaron contacto con Alicia. Sin perder mucho tiempo en las laderas trasandinas, y con la brevedad propia del amor ansioso, Alicia y John viajaron a Montevideo y se casaron. Lejos del ideal desmovilizador de la familia burguesa y patriarcal, ambos conformaron una dupla militante cuya primera tarea sería la organización de la Resistencia Peronista.
Para ese entonces se habían esfumado ya los versículos, las cenas de alcurnia y el molesto codo a codo con las fracciones burguesas del nacionalismo. En los años de la dictadura de Aramburu y Rojas la vida de Alicia Eguren se transformó huracanadamente, sufriendo de lleno el impacto de la represión. Así es que tras salir de la cárcel inició un plan para reconstruir el Partido Peronista Femenino (PPF) no sin ciertas críticas que le valieron todo tipo de rencillas. De hecho, Delia Parodi, expresidenta del PPF, denunció ante Perón las atribuciones de Eguren, alegando que en sus planes Alicia buscaba favorecer solamente a las mujeres de la Resistencia en menoscabo de las del Partido. En todo, caso la clandestinidad, las disputas intestinas y la sangría del peronismo por orden de los mandos militares, limitaron su capacidad de acción, dando por tierra con el intento de refundar la rama femenina del movimiento.
Con el Partido Justicialista proscrito y acorralado, el margen de acción del movimiento era limitado. Aquella situación laberíntica exigía la búsqueda de alternativas poco ortodoxas. En medio de ese callejón sin salida se firmó el pacto Perón-Frondizi, como un camino posible para salvaguardar la institucionalizad, a costa de unificar el voto tras un candidato ajeno en las elecciones venideras. El acercamiento cúlmine entre los radicales y Perón fue organizado por Alicia y John en el ’57 en la ciudad de Caracas, en donde se encontraban exiliados. Finalmente el peor escenario terminó dominante la partida. Frondizi traicionó el pacto tras ser elegido y continuó con la proscripción peronista. En respuesta, la rama sindical y la rama política del peronismo buscaron desestabilizar la apuesta privatista de Frondizi y asestar un último golpe a su mancillada reputación. La toma del Frigorífico Lisandro de La Torre, en Mataderos, fue una iniciativa central por parte de la Resistencia. La represión brutal a los sectores implicados en la toma fue clave para la remoción de los mandos de la izquierda peronista, desde entonces confinados a los bordes del movimiento con la anuencia de los sectores más conservadores del Partido.
Hacia el ’58 Alicia Eguren y John William Cooke habían perdido su capacidad de liderazgo al interior de las filas peronistas, las que pronto padecieron de acefalía insurreccional. Un año después la Revolución Cubana irrumpió con fuerza en la escena mundial y fue un argentino, Ernesto “Che” Guevara, quien abrió un puente de mundo entre ambos procesos. Gracias a ese contacto la pareja fue a dar a Cuba en el año 1960.
Eguren veía en las fuerzas revolucionarias cubanas muchos elementos de semejanza con aquellas de la Resistencia Peronista, así como manifestaba su preocupación por la avanzada norteamericana en el continente. Así lo diría ella misma: “¿Quién puede entender este fenómeno mejor que nosotros, los peronistas que fuimos víctimas del imperialismo y de su red de infamias y calumnias durante doce años? Nosotros, que fuimos «nazis», «facistas», «comunistas», según los períodos, y que luego fuimos parias intocables, la hez de la humanidad, perseguidos. Innombrables en todos los países de la desdichada Latinoamérica, por obra y gracias del mismo imperialismo, de los mismos satélites de las mismas crueles oligarquías que hoy le tienden el cordón sanitario de la infamia a Cuba”.
Verse en el espejo de la victoria antillana era, quizás, verse a la luz de un posible futuro argentino, viable de conciliarse las expectativas de la izquierda con las prerrogativas y necesidades del pueblo. Alicia Eguren descubría un proyecto de liberación que para ser total debía aglutinar la potencia insurrecional de los países del Tercer Mundo. Así fue como se prendió la mecha internacionalista en sus propias manos. Latinoamérica, más que un escenario regional, hacía parte de un proyecto emancipatorio global del que Cuba era su mejor cantera. Alicia llegaría a ser una de las delegadas de la comitiva cubana en la Conferencia de la OEA en 1961, y años más tarde también sería parte de la Conferencia Tricontinental, dede la cual surgiría la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) en 1967. Durante la invasión orquestada por los Estados Unidos en Bahía de Cochinos, tanto Alicia como John participarían desempeñando tareas militares y logísticas. Eguren adquiriría así experiencia en labores de inteligencia y contrainteligencia, preparación militar y una mayor cualificación política. De acuerdo al plan, dichos saberes debían ser compartidos en la construcción de redes insurgentes extendidas por todo el continente. Según la exhaustiva investigación de Valeria Caruso, sabemos que en este punto la coordinación entre el Che y Alicia Eguren fue capital importancia.
La autora recupera así las palabras de Martínez Estrada cuando este afirme que “Cooke se mantenía como una figura política, pero para nosotros Alicia era la compañera con quien trabajábamos como llevar adelante los planes trazados por el comandante Guevara (…) nosotros preparamos a Alicia porque ella debía seleccionar los jóvenes para incorporarse al movimiento guerrillero”.
Aquella sería de hecho su objetivo entre el ’62 y el ’63. De esa militancia surgieron las estructuras del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) liderado por Jorge Ricardo Masetti hasta su asesinato. Entre el Che, Masetti y Eguren se ideó la tentativa guerrillera en el norte argentino, cerca de la frontera con Bolivia. El fracaso de la toma de Alto Verde pareció anticipar otras pérdidas dolorosas. Allí donde desapareció Masetti, el infatigable fundador de Prensa Latina, allí mismo Latinoamérica perdería al Che. A diferencia de lo esperado, los Andes no se convirtieron en la Sierra Maestra del Sur. La autocrítica sobre el accionar del EGP y la muerte de Masetti le llevó a replantearse la formación de cuadros en la estrategia insurreccional, como también así sus lugares de incidencia. De estos balances y peripecias surgió la Acción Revolucionaria Peronista (ARP) tras el retorno clandestino de Eguren y Cooke a la Argentina en el año 1964.
John William Cooke murió en el ‘68, y la conducción de Eguren en la ARP fue puesta en duda con evidentes sesgos patriarcales. A pesar de las consecuencias políticas de su viudez sostuvo la convicción de que el peronismo era el mejor camino hacia el socialismo. Por eso es que en el ’69 fue parte de la organización del congreso fundacional de la Tendencia Revolucionaria en Córdoba, epicentro de las movilizaciones obreras y estudiantiles por aquel entonces. La intención era organizar una base amplia con la que entablar un diálogo frontal con el General Perón, y, tras su retorno, forzar la asunción de su conducción del movimiento insurgente. En ese arco de alianzas se identificó con las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), con el Peronismo de Base (PB) y con otros frentes armados que, a diferencia de Montoneros, se caracterizaban por una lectura marxista de la lucha social.
En su correspondencia Alicia le pedía a Perón que observara lo acontecido en Chile y tomara nota de la ola expansiva de la organización obrera y juvenil. Movimientos cuya agitación estaba en plena sintonía con los movimientos de liberación nacional, con insurrecciones cercanas como El Cordobazo o con experiencias político-sindicales como la de Luz y Fuerza. Además, le apremiaba a reconocer figuras del sindicalismo revolucionario como Agustín Tosco, mientras denostaba las intrigas burguesas y las maniobras entreguistas de las cúpulas sindicales, por entonces al mando de José Ignacio Rucci, Secretario General de la CGT.
Fue entonces cuando en un acto de dignidad Eguren publicó su célebre “Carta abierta a Perón”. La carta no sólo es famosa por la contundencia con que analiza el contexto histórico, sino también por su resignificación de lo que es la lealtad, aquel valor tan caro para el peronismo: “Considere General que mi lealtad, que jamás ha sido enturbiada, es la lealtad a la revolución. Por ella combatirá un pueblo. Todos nosotros tenemos un deber irrevocable que cumplir, y deseamos cumplirlo dentro del peronismo”.
Todo pareció eclosionar con la avanzada de la Alianza Anticomunista Argentina, conocida por sus tres fatídicas iniciales como la “Triple A”. En ese contexto Alicia hizo parte del consejo editorial del diario El Mundo orientado por el PRT-ERP, y también de la revista Nuevo Hombre, en donde trabajaría arduamente para dar a conocer las voces de los militantes presos de la izquierda peronista, a través de una sección titulada «de cárcel a cárcel». No sabemos si el título de la publicación abrigaba quizás algún tipo de nostalgia de sus amores con Cooke, cuando el estaba preso en Río Gallegos y ella en la cárcel de Olmos. Parece poco probable que fueran casuales las palabras escogidas por la editora, la poetisa y la revolucionaria, quién las utilizaba para establecer contactos entre los pabellones de los penales a los que eran enviados los rebeldes, los necios, los hartos. Los mismos que recordarían luego los últimos días de Alicia en los sótanos de la Escuela de Mecánica de la Armada, antes de ser lanzada al Rio de La Plata por los vuelos de la muerte perpetrados por la tercera y la última dictadura que debió sufrir en vida. La desaparición del cuerpo de Evita había vaticinado ya el destino que correrían miles de humanidades en el preciso y brutal ejercicio de la desmemoria planificada. Pero no podrían con Alicia y su ejercicio cabal de una lealtad que, más allá de los hombres y sus circunstancias, se aferra a la memoria y se abraza a los pueblos.