Por: Fernán Medrano
Es un muy mal ejemplo la actitud de Iván Duque de crear un estado de opinión exageradamente favorable para Álvaro Uribe Vélez y de desprecio por la decisión proferida por la Sala de Instrucción de la Corte Suprema de Justicia de Colombia de dictarle medida de detención domiciliaria en contra de su ídolo.
La Constituyente para reformar la justicia colombiana que ha propuesto de nuevo con rabia y sed de venganza del partido de Gobierno, desde el Presidente de la República hasta el más desconocido idólatra uribista, debido a la decisión tomada por la Corte Suprema de Justicia contra Álvaro Uribe Vélez de detenerlo por un tiempo en su casa, es una suerte de «golpe de Estado» barnizado de reingeniería judicial al máximo tribunal de justicia de Colombia.
El poder ejecutivo del país, encabezado por el Presidente de la República, se está comportando como si su intención es asestarle un golpe fortítisimo al poder judicial, por la orden de la medida de aseguramiento domiciliaria contra un exmandatario colombiano específico, a quien el actual mandatario nacional le debe el cargo, el puesto de trabajo, ya que le puso los votos para que resultara elegido Presidente de la República.
Cuando Iván Duque garantiza sólo con su voz que es un creyente de la inocencia de Álvaro Uribe Vélez, a pesar de la decisión histórica dictada por la Corte Suprema de Justicia de detención por primera vez contra un expresidente de Colombia, choca de frente contra el tren de este tribunal para descarrilarlo. Es como asegurar que se es ciego, sordo, pero no mudo para repetir una y mil veces que es un creyente -iba a decir feligrés- de la inocencia de su ídolo.
En ese orden (o mejor desorden) de cosas, Duque es cualquier cosa, excepto una garantía de la división de poderes. La idea principal es que el Presidente de la República sea símbolo de la unidad nacional, pero no la totalidad de los poderes del Estado. Que Duque se olvide de ser un aprendiz de dictador. Y aun cuando su apellido es Duque, en Colombia no tenemos reyes, sino Presidente de la República, y éste último no es ni siquiera superior al pueblo, sino todo lo contrario: súbdito de la voluntad popular.