Por Iván Oliver Rugeles
La política exterior de EEUU la decide su poderosa maquinaria económica, militar e industrial y en eso, sus presidentes, no tienen ni voz, ni voto. Solo deben acatar lo que esa maquinaria decida. En lo que fue durante todo el siglo XX, hasta nuestros días, al parecer, sólo uno, John Fitzgerald Kennedy, intentó rebelarse y por ello fue muerto a balas de fusil, asesinato ese que aún, a esta fecha, la “mejor y más efectiva” policía del planeta, no ha dado ni con los autores materiales de su asesinato y mucho menos con quienes lo fraguaron…
Frente a esa campaña que viene haciéndose por Internet sobre las bondades del Imperio del Norte y sus sacrificios históricos por traer felicidad, amor y paz a la humanidad, hay que salirle al paso, pues nada de eso es cierto. Muy por el contrario, sus persistentes e históricos actos injerencistas en los asuntos internos de todos los pueblos de la tierra, lo único que les han deparado, han sido tragedias de las más atroces, sangre a borbotones y ríos caudalosos de lágrimas…
Mayor falacia no puede haber, por ejemplo, que en esa campaña que intenta imponer la matriz de que los EE UU es el único y eterno bienhechor y vigilante de la paz y la felicidad del mundo, al punto de que se diga y se sostenga de mil formas y maneras: “Con el transcurrir de los años, los Estados Unidos han enviado a muchos de sus mejores jóvenes, hombres y mujeres hacia el peligro, para luchar por la causa de la libertad más allá de nuestras fronteras. Las únicas tierras que hemos pedido a cambio han sido apenas las necesarias para sepultar a aquellos que no regresaron….” (Colin Powell, Secretario de Estado en el Gobierno de Geoge W. Bush).
¿Quien le ha dado al imperio yanqui la potestad para que se inmiscuya en cualquier rincón del orbe con banderas de libertad y de respeto a los derechos humanos que él mismo las ha violentado una y cien mil veces, de forma descarada y, además, espantosa?
Quizás no son muchas las personas que manejan la precisa información de que los EE UU ha instalado por cada rincón del mundo, una base militar y a esta fecha, ya tiene en plena operatividad, cerca de un mil bases, para defender sus intereses, sus mercados…
Pero, es que ¿sería posible, además, borrar de la historia estos dos hechos del mayor horror que hoy, en este mes de agosto, estamos conmemorando los 75 años de que hubiesen sucedido y seguir creyendo la versión de los gringos de que no había otra opción distinta para darle término a la Segunda Guerra Mundial, sino aniquilar con bombas atómicas los habitantes de dos ciudades densamente pobladas?
Las bombas en Hiroshima y Nagasaki causaron más de 250 mil muertos en cuestión de minutos, los días6 y 9 de agosto de 1945, respectivamente, es decir, más de tres meses después, léase bien, 3 MESES…! después de que Mussolini y Hitler mueren. El primero, linchado por su pueblo, el 28/04/45 y, el segundo, se suicidódos días más tarde, el 30/04/54, quienes se constituían y no creemos que eso haya podido ser desconocido, en los centros del poder real y más poderoso del eje nazifascista, integrado por Alemania, Italia y Japón y, por otra parte, hay que recordarlo, la situación de éste último país, con un ejército diezmado muy terriblemente por la aviación estadounidense y que pocos meses antes su capital, la sede del Gran Imperio del Sol Naciente, Tokio, fue literalmente arrasada, como lo recuerda la BBC, “el bombardeo no nuclear más mortífero de la historia y que quedó eclipsado por las bombas de Hiroshima y Nagasaki (..) el incremento de la temperatura de la ciudad (llegó) hasta los 980 grados (..) 267.000 edificaciones destruidas y a más de un millón de japoneses sin hogar pues sus estrechas casas fueron destruidas y consumidas por las llamas”, para añadir el testimonio de una de las sobrevivientes, Etsuzo Nukagawa, a la agencia de noticias Kyodo: que, «Todavía puedo recordar claramente a la gente corriendo en todas las direcciones a través de las llamas. Creo que nunca más deberíamos participar en una guerra«.
Sobrevivientes de la bomba yacen en camas en Hiroshima. Archivo de Historia Universal / Getty Images
Bertrand Russel (1872/1970), uno de los más brillantes filósofos y matemáticos de su época, oriundo de Inglaterra, Premio Nobel de Literatura 1950, nos dice en su libro “Crímenes de Guerra en Vietnam” (Editorial Aguilar 1967), luego del fallecimiento de Roosevelt y ya en la presidencia Harry S. Truman, en plena escogencia y designación de sus equipos de gobierno, “La preocupación primordial del nuevo equipo no era la derrota del Japón, que, por lo demás, estaba ya asegurada, ya que para la primavera del 45 su marina y aviación habían quedado anuladas. A mediados de esa primavera, los japoneses sondearon a los dirigentes soviéticos sobre las posibles condiciones de rendición, información que estos pasaron a los americanos, quienes por entonces ya estaban preocupados por cuestiones políticas más sutiles. Los Estados Unidos querían que su hegemonía en el mundo de la posguerra fuera inimpugnable. Los rusos no les representaban una seria amenaza, porque las devastaciones de la guerra les impedían competir con el poderío militar e industrial de América…”
Era, por tanto, muy evidente, que para ese entonces mostrar los efectos de bombas tan mortales, agregaba una demostración contundente y definitiva de que, efectivamente, no solamente la hegemonía de los Estados Unidos era inexpugnable, sino que había nacido un nuevo y poderoso Imperio, el Impero de los Estados Unidos de América. Por supuesto, y más allá de lo debilitada que quedó la URSS al término de la guerra, donde murieron más de 20 millones de los integrantes de fuerzas armadas, lo que permitía pensar que por ello, ese país no constituía peligro alguno, pero no era para dudar que el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Japón, era un disuasivo determinante que obligaba al campo comunista a entender que EE UU se erigía en la única y más poderosa potencia del mundo.
Imponer el poder de mando sobre la base del miedo ha sido una estrategia de viejo uso, la cual se sustenta en la convicción de que todo objetivo que se trace sobre la base de anticipar la supuesta utilización de parte del contrincante del terror en mayores escalas, ha garantizado, -en muchas ocasiones-, el éxito, más allá de que ese logro sea efímero o no.
Es un arma muy difícil de contrarrestarle sus efectos. Ya lo han dicho muchos especialista en el tema, el miedo se constituye en un operador muy eficaz para el control del poder y la contención del deseo de los ciudadanos. Bajo los escenarios de posibles tragedias, en política hemos visto como resultado, reales y terribles consecuencias en materia de derechos humanos. En la España Republicana funcionó, recordemos, dejando muerte por todos sus confines y allí continúan en sus espacios de poder, los herederos de quienes izaron las banderas del anticomunismo (“al menos 114.226 desaparecidos forzados, cuyos cadáveres acabaron enterrados como perros en las más de 2.500 fosas comunes excavadas en los cementerios y en las cunetas de caminos y carreteras de todo el país.”)*. Aquí en nuestro Continente se utilizó durante todo el siglo XX y aun se la sigue usando y en su nombre, ya sabemos lo que nos ha deparado, muerte, tortura, desaparición de personas y lágrimas a borbotones, desde el Rio Bravo hasta la Patagonia.
En nombre del anticomunismo el pueblo dominicano tuvo que soportar durante 40 años, a uno de los más atroces dictadores que han abortado nuestras tierras, Rafael Leonidas “Chapita” Trujillo. Igual les ocurrió a nuestros hermanos nicaragüenses con la dinastía de los Somoza, cuyo primer ejemplar, Anastasio Somoza García, quien fue el autor intelectual del asesinato de Augusto César Sandino, de quien, por cierto, se recuerda con esta anécdota, muy real: el presidente de EEUU, Franklin D. Roosevelt, ante un intento de uno de sus asesores de calificar a Somoza García, como un “hijo de puta”, le advirtió que si, que efectivamente Anastasio “es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.
Los cubanos, padecieron la dictadura de Fulgencio Batista, que entregó su país a los EEUU para que lo convirtieran en su burdel preferido y, además, en el mejor lugar del mundo para el juego y hospedaje de sus mayores y más importantes capos de la ilegalidad y del crimen.
Para no extendernos demasiado, pues ha habido otros muchos sátrapas, de igual tesitura. Recordemos, por ahora, los dos más recientes:
Pinochet en la Chile de la Mistral y de Neruda, que en nombre del anticomunismo, asesinó y torturó a miles y quien fue, junto con el argentino, José Rafael Videla, los primeros y mayores impulsadores del Plan Cóndor, con la cooperación de la CIA, el cual dejó como saldo de desaparecidos y asesinados en sus actividades contra el comunismo, según documentos desclasificados, no menos de 50 a 60 mil personas.
El otro, Videla, recordemos, que confesó en una entrevista desde su celda de Buenos Aires al periodista de su país, Ceferino Reato**, en 2014, que su Gobierno llegó a la conclusión de que la única batalla exitosa que había para extirpar el comunismo de raíz, el cual, según él lo repetía una y mil veces, pretendió destruir a la Argentina, era liquidar a quienes se habían empeñado, bajo actividades clandestinas terroristas, subvertir el orden y la paz del país, con el objetivo de imponer el “comunismo” , para agregar, ante la pregunta del periodista del por qué se recurrió a la desaparición de personas, Videla, sin inmutarse, le respondió: “Había que eliminar a un conjunto grande de personas que no podían ser llevadas a la justicia ni tampoco fusiladas”. Le agregó a su entrevistador Reato, que su Gobierno mató a “siete mil u ocho mil personas” que estaban detenidas o secuestradas y que hizo desaparecer sus restos “para no provocar protestas dentro y fuera del país. Cada desaparición puede ser entendida ciertamente como el enmascaramiento, el disimulo, de una muerte” y le añade a Reato, “La frase ‘Solución Final’ nunca se usó. ‘Disposición Final’ fue una frase más utilizada; son dos palabras muy militares y significan sacar de servicio una cosa por inservible. Cuando, por ejemplo, se habla de una ropa que ya no se usa o no sirve porque está gastada, pasa a Disposición Final” y sigue diciéndole: “Pongamos que eran siete mil u ocho mil las personas que debían morir para ganar la guerra contra la subversión”.
“Nuestro objetivo era disciplinar a una sociedad anarquizada. Con respecto al peronismo, salir de una visión populista, demagógica; con relación a la economía, ir a una economía de mercado, liberal. Queríamos también disciplinar al sindicalismo y al capitalismo prebendario”.
Por supuesto, toda lucha contra el comunismo, así lo pregonan en muy alta voz quienes hacen parte de la misma, se la hace en nombre de Dios, “pues él nos exige”, a cada minuto, que impidamos, a costa de lo que fuese necesario, no caer bajo sus garras, por lo que para concluir la entrevista, Videla le precisó a Reato, que: «Dios sabe lo que hace, por qué lo hace y para qué lo hace. Yo acepto la voluntad deDios. Creo que Diosnunca me soltó la mano»
El tema da para mucho más, pero con esto no creemos que sea insuficiente para entender el grave peligro que ha significado y sigue significando para la humanidad, el Imperialismo Estadounidense y su política invariable de pretender seguir erigiéndose en gendarme del mundo…