Con esperanza, que hoy puedo decir fue una completa ingenuidad de mi parte, creí que Vicky Dávila había cambiado. Luego de que la sacaron de RCN en 2016, tras ventilar a los cuatro puntos cardinales la vida privada y sexual del exministro Fierro, la vi promocionando su canal en YouTube al tiempo que se quejaba de que hace seis meses nadie le ofrecía trabajo y que no podía esperar tanto tiempo desempleada. Confieso que hasta pesar me generó su situación. Las repercusiones psicológicas por la falta de empleo pueden llegar fácilmente al desespero y hasta el suicidio. Millones son los que alguna vez lo hemos contemplado ante la extremadamente ardua situación socioeconómica del país. Mi solidaridad con los desempleados.
Continuando con Vicky, creí que esa dura experiencia, esos golpes que a veces da la vida, habían sido capaces de despertar en ella su conciencia adormecida por raudales de dinero pagado por esas élites que le decían qué decir y cómo decirlo. Ella misma lo confesó de sus propios labios: «Ya no tendré jefes con intereses económicos y políticos». No sé cuántas veces fueron las que devolví el video para comprobar que no escuchaba ni veía mal, que no era un fake de esos que pululan en redes. Vicky, la diva del rating de Ardila Lülle, su consentida durante décadas, confesaba lo que todos sabían, pero nadie de su gremio se atrevía a decir: Que sus jefes eran quienes le dictaban las agendas a tratar, desde luego, buscando siempre favorecer sus insaciables conglomerados económicos, usando el disfraz de la noble profesión del periodismo. Agregaba Vicky: «Los colombianos no son bobos, y saben que desde los medios de comunicación informan con intereses económicos, políticos y con su amistad. Aquí me comprometo con la verdad». Estaba admitiendo, en esa última frase, que como conductora de la prensa privada no decía la verdad. Mentía. ¡Vicky ha cambiado! ¡Aleluya!, dije, nuevamente, con extrema ingenuidad.
Con marionetas en sus manos intentaba «modernizar» su formato, hacerlo llamativo, pero lo que lograba era hundirse más en el fango de su propia ridiculez y mediocridad. Su experimento era un estruendoso fiasco y en el estuvo dando tumbos casi un año, hasta que Julio Sánchez le dio una oportunidad en la W.
Allí, su estilo amarillista y cargado ideológicamente a la extrema derecha se había moderado, algo de decencia se percibía en el nuevo ejercicio informativo que venía realizando. Otorgaba el mismo espacio de tiempo a la izquierda, a la derecha y también al engañoso «centro». A Petro, al mismo que desde los estudios de RCN le tildaba de “perro”, de inepto y de no hacer nada, ahora lo invitaba asiduamente a sus cabinas, eso sí, sin olvidar regañarlo en público cada vez que se retrasaba en llegar. Bueno, al menos Vicky ya oye a todos los espectros ideológicos, pensé, desdeñando -quizá con el deseo de ver un cambio en ella- la sabiduría ancestral que dicta que “quien es, no dejar de ser”, como se ha venido comprobando, pues Vicky ha dejado ver la esencia que nunca abandonó: la búsqueda de rating al precio que sea y su defensa a ultranza del establecimiento, padre de los ocho millones de desplazados, de la tercera mayor desigualdad del planeta, y de cientos de miles de muertos por el conflicto interno armado. Petro le daba esa inyección de rating que ella tanto necesita, cuál sustancia alucinógena a una drogodependiente.
Ya con amplios números de audiencia cayó en el mismo error de antes cuando desatendía principios periodísticos y éticos, y fue contratada por la controvertida revista Semana para fungir, ya sin el menor respeto por su público, como megáfono y defensa mediática del famoso genocida Álvaro Uribe Vélez. Así es, el cacareado cambio que Vicky anunciaba cuando quedó sin empleo había sido olvidado por unos largos ceros a la «extrema derecha» consignados en su cuenta.
Qué ingenuidad la mía pensar que la periodista que ascendió por las escalinatas sociales y profesionales fungiendo como la lavandera de los calzones sucios de una clase política y económica tan putrefacta como la colombiana, y siendo la esposa de un integrante de los Gnecco, un clan familiar involucrado hasta los tuétanos en paramilitarismo, corrupción y otros graves delitos, podía en realidad cambiar. Era uno más de sus bulos, y al contrario, la Vicky de siempre volvió con menos pudor y con mayor descaro y desequilibrio. Basta ver su programa todos los días en Semana donde no hace las veces de moderadora, cómo debería ser en aras de la imparcialidad de su profesión, sino como una panelista más en favor del uribismo y en contra de todo lo que huela a oposición y crítica en Colombia. Con ella son cuatro los derechistas frente a dos, por así decirlo, de izquierda (Lucho y Matador), y aun así tiene el nervio para titular a ese programa «El Debate».
Junto a María Isabel Rueda, otra fanática de extrema derecha, le hizo una holgada defensa de tres horas a Uribe en su finca cuando estaba preso, a la que llamó entrevista. Se dedicó todos los días a tender mantos de dudas sobre los testigos contra Uribe, contra los magistrados que lo investigaban, contra los familiares de los testigos, a los que, luego de un publireportaje, junto a Salud Hernández, daba a conocer la ubicación donde vivían, conllevando a que tuvieran que salir corriendo de su finca en Risaralda, a la cual habían llegado para salvar sus vidas dado las amenazas por haber declarado contra el señor de las sombras. No contenta con eso, Vicky la emprendió contra la minga indígena. Parece que para ella representa más peligro la estadía de los indígenas en Bogotá que las balas que los asesinan a diario, fortaleciendo la idea de que la minga estaba infiltrada por la guerrilla, contradiciéndose a sí misma cada vez que dice que a los indígenas los asesina la guerrilla ¡La misma que los «infiltra”! Esa es la congruencia de Vicky. Trata como discapacitados mentales a sus oyentes. Meses atrás, había puesto en riesgo a algunos influencers de Twitter, al clasificarlos como integrantes de la «banda del pajarito» y acusarlos de ser financiados por la «izquierda radical». Hasta usó a su hijo menor para victimizarse porque alguien lo nombró en una columna, pero no se escandalizó cuando afectó, por citar solo dos ejemplos, a los hijos de Hollman Morris al sumarse a la narrativa calumniosa de que él era un abusador y maltratador de mujeres, solo porque a ella le incomodaba el regreso de Bogotá Humana a la administración capitalina. O la vez que destruyó por completo el hogar del exministro Fierro al divulgar sus conversaciones íntimas. Fierro también tenía hijos menores de edad, y Vicky no tuvo la decencia de editar mínimamente las partes que nada tenían que ver con una noticia sino con la esfera netamente personal, y solo buscando el rating que produce el amarillismo y el morbo de la cultura colombiana, moldeada desde sus raíces por la ignorancia.
Hace pocos días quedó reconfirmado que el cambio de Vicky era solo uno más de sus engaños, cuando olvidó apagar sus micrófonos y habló con uno de sus compañeros sobre el narcotráfico en la finca del exembajador Sanclemente y su evidente conocimiento y aprobación del hecho delictivo, según lo aseguró el subordinado de Vicky. “Pero eso no se puede decir”, fue la reveladora locución al aire. Ahí quedó retratada la prensa privada de Colombia: Hay cosas que deben decirse y otras ocultarse, según el interés del dueño, como la propia Vicky, en arranque de sinceridad, confesó a su audiencia en 2016. Como es habitual en ella, desvió el punto central de la discusión para que los reflectores de la opinión pública se posen en un hecho fantasioso pero distractor: Que la estaban «chuzando». Solo le faltó decir: «Siguiente pregunta, estimado periodista». Tampoco respondió por los cuestionamientos que le hicieron los usuarios de redes a quienes sin su permiso y usando sus datos privados, les allega sus columnas dominicales donde, como cosa rara, otorga plácida sus largos lengüetazos en el trasero pestilente del genocida Uribe Vélez.
Hace algunas semanas una tutela condenó a Vicky retirar del aire unas publicaciones donde se afectaba el nombre de algunos familiares del testigo contra Uribe, el exparamilitar Juan Guillermo Monsalve, y en las últimas horas la Corte Suprema de Justicia ordenó a Vicky y a RCN a pagar sendas indemnizaciones a unas personas por calumnias lanzadas hace unos años desde esos recintos desde donde se le tuerce el pescuezo a la verdad para evitar los cambios que con tanta urgencia necesita este país, uno de ellos, quizá de los claramente inaplazables, el desempleo, de los que usted, Vicky, ha sido también víctima. Usted sí ha cambiado, Vicky… pero de chequera.
NO TEGO IDEA QUE ES AL CARAJO ORG. MI RESPUESTA ES QUE USTED CRITICA A UNA PERIODISTA VALIENTE Y CON MORALIDAD LO MISMO QUE USTEDE HACE EN ESTA COLUMNA SOLO QUE CON COBARDIA, ATACANDO LA MORALIDAD Y TAL VEZ PAGADO POR OTROS JEFES QUE LES HA ARDIDO DOLUDO YLES HA PATECIDO ALTAMEBTE INCONVENIENTE. CON ESTA SARTA DE COMENTARIOS SESGADOS POR LA UZQUIERDA HASTA LOS TUÉTANOS SOLO PUEDO CONCLUIR QUE VICKY DAVILA ES UNA PATRIOTA VALIEBTE AL IGUAL QUE MARIA ISABEL RUEDA Y QUE POR FIN HAN SACADO ELLAS DOS DEL PODRIDO PANTANO QUE ES EL PERIODISMO EN COLOMBIA Y EN MUNDO AL QUE SE PUEDE LLAMAR PERIODIZQUIERDASOROSIANO. NO NOS CREAN TAN PENDEJOS A LOS COLOMBIANOS. Y MUCHOS SEGUIREMOS A VICKY DAVILA HA LE BIEN O MAL DE LA DETECHA POR QUE EL DESTAPAR OLLAS PODRIDAS DE LA POLÍTICA SEA DE L QUE SEA METECE SOLO FEMICITACIONES Y APOYO. #NomasMentiras.