Por Gerardo Szalkowicz
De la Plaza de Mayo a Japón, de Kurdistán a Honduras, de Haití al Sahara Occidental, Nora Cortiñas, a sus jóvenes y primeros 90 años de edad, aún rueda por el mundo llevando su mensaje de aliento y solidaridad. Esta es la historia de Norita, la «Madre de todas las batallas», también en el terreno internacional.
Con sus pasitos cortos y ligeros, la señora se acerca al mostrador de Migraciones. Una mano arrastra el pequeño bolso con rueditas, la otra sostiene la cartera y un bastón japonés que rara vez toca el suelo para cumplir su función. La empleada ojea unos minutos el pasaporte, consulta al supervisor y le dice que por esta vez la dejan viajar pero que tiene que renovarlo. -¿Pero cómo? Si me fijé y vence el año que viene. -Es que ya no tiene espacio para más sellos.
La señora se llama Nora Irma Morales de Cortiñas, aunque en general alcanza con decir Norita. Porta con hidalguía sus 90 años y desde hace más de 43 peregrina por la vida buscando a su hijo Gustavo, secuestrado y detenido-desaparecido desde el 15 de abril de 1977. Pero esa lucha inicial, instintiva, visceral, incansable, que la erigió en una de las referentes de las Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora, la fue llevando a transitar un camino de militancia todoterreno y de activismo solidario que la convirtió en “la Madre de todas las batallas”.
Norita condensa un cúmulo de cualidades (vitalidad, ternura, generosidad, irreverencia, sencillez, coherencia, sonrisa permanente, humildad) que la hacen un ser extraordinario. Dedica cada minuto de su vida a acompañar todas las causas justas, incluso en este extraño paréntesis pandémico anda de zoom en zoom abrazando virtualmente cada lucha o actividad militante. Brújula y faro de varias generaciones, símbolo de resistencia inclaudicable, puente entre la memoria y la utopía, para muchísima gente es la principal referencia política (y ética) que hay en la Argentina.
Pero el foco de estas líneas apunta a la Norita fronteras afuera. A la Norita internacionalista, otra de sus características más arraigadas y encantadoras. En sus intervenciones públicas siempre hace mención a los conflictos de la coyuntura mundial y suele tener a mano para compartir algún poema del pueblo saharaui o de las mujeres de Kurdistán. Gracias a esa impronta, las rondas de los jueves de las Madres se convirtieron en escenario para amplificar la agenda de la militancia internacional. Norita lleva tatuada en el alma “la cualidad más linda de un revolucionario», la premisa guevarista de “sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo”.
La metamorfosis
Hasta sus 47 años había sido la típica madre y ama de casa tradicional que el mandato y el sentido común de la época imponían. Desvinculada de la política, “encerrada entre cuatro paredes”, como le reprochaba Gustavo. Cuando le arrebataron a su hijo salió a la calle, sufrió una abrupta metamorfosis y se marchó definitivamente hacia lo desconocido. A los días se sumó al naciente grupo de mujeres que se empezaban a reunir en la Plaza de Mayo y que luego harían historia con un pañuelo blanco en la cabeza y todo el coraje en el espíritu.
En 1978, la euforia popular por el Mundial de Fútbol organizado en el país y el uniforme coro mediático que oscilaba entre invisibilizar y demonizar a las Madres, las deja en un lugar de creciente aislamiento. Entonces deciden buscar apoyo en el exterior, viajando en general en grupos de dos o tres Madres.
A Nora le toca viajar a Chile con Marta Vásquez en noviembre de 1978 a un simposio por los 30 años de la Declaración de los Derechos del Hombre. Es la primera vez que sale del país y la primera vez que se sube a un avión. Allí palpa de cerca la esencia de la dictadura pinochetista y empieza a tomar conciencia de la dimensión regional del momento político y del Plan Cóndor como brazo ejecutor. Su segundo viaje será a mediados de 1979 en una gira de un mes por diez países de Europa organizada por Amnistía Internacional. Luego irá a Washington a la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA), donde su testimonio y su discurso -nada menos que frente a la diplomacia del continente- ya da cuenta de su destreza para adaptarse a los espacios más disímiles y del cuadro político que empieza a germinar.
Su derrotero militante la llevará en las décadas siguientes a viajar por casi todo el mundo, a empatizar con un sinfín de resistencias, a asimilar el engaño de las fronteras. Son muy pocos los países que no visitó. Y apenas un puñado a los que fue de paseo. La han invitado de infinidad de lugares a dar charlas, participar de actividades, congresos, homenajes o simplemente a conocer procesos de lucha e intercambiar saberes.
Una de las experiencias que más le impactó y con quienes generó lazos más intensos fue con las mujeres kurdas. Nora cuenta: “Un día me vinieron a ver dos chicos que querían hacer una película con las madres de Kurdistán y me invitaban a viajar y filmarla allá. Lo primero que pensé fue ¿Kurdistán?, ¿con qué se come eso? No sabía ni que existía… Y a los chicos no los conocía, pero me generaron confianza y les dije que sí. Fue una locura, filmábamos subiendo y bajando montañas, yo quedaba agotada. Pero fue una experiencia inolvidable. Me emocionó mucho ver la fuerza de esas madres y compartir con ellas las similitudes que tienen nuestras vidas y nuestras luchas”. Corría el año 2013 y Nora volvía a dar rienda suelta a su intuición y su curiosidad. Se embarcaba, una vez más, en una incierta travesía del otro lado del mundo y con dos jóvenes desconocidos (Alejandro Haddad y Nicolás Valentini) para protagonizar la película “Pañuelos para la Historia”, una conmovedora simbiosis de dolores, ausencias, terrorismos de Estado y dignas fortalezas tejiendo un puente entre Oriente y Occidente.
En marzo de 2019, Nora volvió al Kurdistán turco. Esta vez para solidarizarse con las más de cinco mil presas y presos políticos que se encontraban en huelga de hambre. La principal referente de esa medida de fuerza era la diputada Leyla Güven, a quien Nora visitó cuando cumplía 114 días en huelga de hambre y estaba en un estado de salud muy deteriorado. “No lo hacemos para morir, lo hacemos para vivir dignamente –le explicó Leyla-. Cuando entraste a mi cuarto me llené de vitalidad, nosotras compartimos el mismo dolor pero también la misma esperanza”.
Otro territorio que le despierta una sensibilidad especial es Haití, el país más pobre (o más bien el más empobrecido) de la región, a donde viajó tres veces. En 2005 encabezó, junto a Adolfo Pérez Esquivel, una delegación internacional para denunciar la ocupación de las tropas de la misión de la ONU (en ese momento llamada MINUSTAH). Norita siente un compromiso particular con ese pueblo: “Haití sigue pagando el castigo de su dignidad por haber sido el primer país de América que se independizó y el primero en el mundo que abolió la esclavitud. Es un país estratégico que las grandes potencias nunca dejaron de dominar y saquear. Estuve varias veces visitando las barriadas, con dirigentes sociales y sindicales, es un pueblo muy luchador que, pese a todas las adversidades, siempre sale a la calle a dar la pelea. La comunidad internacional no ha reparado en el inmenso daño que provocó la MINUSTAH, incluyendo la epidemia de cólera que mató a más de diez mil personas. Creo que las latinoamericanas y latinoamericanos tenemos una deuda muy grande con el pueblo haitiano, no le brindamos la solidaridad que merece y necesita”.
Darle la vuelta al mundo
Sería interminable enumerar los destinos a los que llevó su abrazo solidario. Algunas fotos le sirven de ayuda memoria. Como aquellas regalándole un pañuelo blanco al Subcomandante Marcos y celebrando el año nuevo bailando en una comunidad zapatista. O la otra abrazada por Fidel Castro en uno de sus tantos viajes a Cuba: “Era un hombre muy simpático, cordial, siempre nos decía cosas muy bonitas y nos hacía regalos. Me acuerdo que yo le llegaba a la cintura y le decía “ay Fidel, qué alto que sos” y él me respondía “Norita, tú eres más grande que yo…”. O sonriendo con Berta Cáceres en Honduras, a donde llegó tras el golpe de Estado de 2009, en medio del peligro y una máxima tensión, y entabló un estrecho vínculo con la icónica lideresa asesinada en 2016, a la que recuerda como “una mujer muy valiente, una luchadora inclaudicable que defendía a su pueblo y a sus ríos, sencilla y muy tierna. De los mejores ejemplos que conocí en mi vida”. O con Lula besándole la frente, cuando fue a Brasil para rechazar su detención. O a las risotadas con Evo Morales, envueltos en vestimenta indígena en una de sus asunciones presidenciales. O al borde de las lágrimas en el cementerio de las Islas Malvinas homenajeando a los soldados caídos: “Hay que reivindicar a los pibes de Malvinas, ellos fueron llevados a pelear a esas islas por los mismos genocidas que se llevaron a nuestros hijos”. O en el Sahara Occidental, donde conoció la resistencia del pueblo saharaui contra la ocupación de la monarquía de Marruecos. O probándose un kimono y regalando pañuelos verdes en Japón, a donde viajó en 2018 para acompañar la denuncia por las mujeres esclavizadas sexualmente durante la Segunda Guerra Mundial: “Japón es un país que aparenta mucha modernidad, pero esconde bajo la alfombra todo este dolor. Me gustaría que el grito de estas mujeres se escuche en todo el mundo”. O fundida en otro abrazo sororo con las Madres de Soacha, que reclaman justicia por sus hijos asesinados como “falsos positivos” por el ejército colombiano. O aquella postal en Chile, en su último viaje al exterior, levantando el puño izquierdo con una barricada de fondo en pleno estallido social.
Desde los primeros viajes a fines de los ´70, cuando llevaba el reclamo desesperado y urgente de las Madres, Norita se fue transformando en una hormiguita viajera que no para de darle vueltas al mundo. Siempre poniendo el cuerpo. Regalando su conducta como fuente de inspiración. Exportando su energía y trayendo aprendizajes. Asumiendo el compromiso de tender puentes y difundir las realidades lejanas. Haciendo pedagogía del ejemplo.
Tal vez en esa escuela del viajar esté una de las claves de su sabiduría y esa solidaridad internacionalista que le brota por los poros: “Conocí muchos lugares pero lo más importante son las personas que conocí en esos lugares. Me faltan pocos países que me gustaría conocer, uno de ellos es Palestina. Es mucho lo que recibo en todos lados, creo que demasiado. Yo sólo llevo mi testimonio y trato de aportar lo que aprendí en estos cuarenta años de lucha: que nunca hay que bajar los brazos ni perder las esperanzas. Porque algún día, estoy convencida, ¡venceremos!”.