Por José Manzaneda, coordinador de Cubainformación
¿Quieren saber cómo la prensa privada trabaja al servicio de los aparatos del Estado? En el reportaje titulado “El dosier secreto de Cuba”, publicado por la revista colombiana Semana, tienen un ejemplo de manual (1).
Semana anuncia a sus lectores “una tormenta política y diplomática”, debido a un “informe de carácter oficial, que llegó recientemente a la Casa de Nariño” (palacio presidencial de Colombia) y que “advierte que hay planes cubanos para interferir en las elecciones de 2022” y “desestabilizar al país”.
Es decir, el gobierno de Colombia, en vez de llamar a consultas al embajador de Cuba, entrega, como primicia, un informe cocinado por sus servicios de inteligencia, a un medio de comunicación (2). Este asumirá, sin contrastar, la veracidad de su contenido, asegurando que así queda “al descubierto –palabras textuales- la indebida estrategia de injerencia de Cuba en Colombia”.
De inmediato, otros medios de Bogotá (3) y de Miami (4) publicarán una batería de reportajes sobre el reportaje, artículos (5) (6) y entrevistas (7). En una de ella, Rosa María Payá, “disidente” cubana ligada a Donald Trump, aseguraba que el reportaje demuestra que “el régimen castrista” es “pilar de inestabilidad democrática en el hemisferio” y que “la clave para frenar” su “influencia comunista” es “derrocarlo” (8).
Esta operación política parece responder a dos objetivos. Uno, el electoral, de cara a las presidenciales del próximo año en Colombia: relanzar el mensaje del miedo al “castrochavismo”, que ha dado buenos resultados de voto al partido de gobierno Centro Democrático (9); además, enlodar a su principal contrincante, el progresista Gustavo Petro, un “aspirante a la Presidencia” sobre el que –según el reportaje- “las autoridades identificaron que los tentáculos cubanos tienen interés, simpatía y relación cercana” (10).
El presidente Iván Duque se presentaría así como el defensor de la soberanía de Colombia frente al “eje Cuba-Rusia-Venezuela”, que comparte –leemos- “actividades de injerencia, espionaje e inteligencia” para “favorecer a la izquierda” en toda la región, y que considera a Colombia “la joya de la corona”, al “mantener blindada (…) su democracia” frente a “amenazas e interferencias de Gobiernos extranjeros”.
Un segundo objetivo sería dinamitar, definitivamente, el diálogo con la guerrilla del ELN, que Cuba facilitó como país sede y garante. El gobierno colombiano, recordemos, exigió al cubano la entrega de la delegación guerrillera negociadora, en clara violación del Protocolo de Ruptura firmado por todas las partes (11). La negativa de La Habana fue el argumento para que EEUU, en los últimos días de la administración Trump, fuera incluida en la lista de “países que patrocinan el terrorismo” (12).
Pero el informe y el reportaje van más allá: señalan al Movimiento Colombiano de Solidaridad con Cuba, formado por asociaciones solidarias, como “determinante en una estrategia indebida de Cuba en Colombia, que viola la convención de Viena” (13). Con dos acusaciones. Una, la de ser “‘usado’ –leemos- por los cubanos para desarrollar actividades de cabildeo”, como “la firma de acuerdos de cooperación con autoridades locales colombianas”. Su “delito” sería, por tanto, intentar llevar brigadas médicas cubanas de solidaridad a zonas desfavorecidas, a solicitud de las alcaldías.
Pero la segunda acusación es más grave y peligrosa: sus supuestos “vínculos con el Frente de Guerra Urbano del ELN” o el “reclutamiento-adoctrinamiento de jóvenes” “para golpear al actual Gobierno y generar un ambiente de inestabilidad y caos” (14). Organizaciones sociales y el gobernador del Magdalena (15) exigían la “protección inmediata” de los líderes del citado Movimiento Colombiano de Solidaridad con Cuba, recordando que, el pasado año, fueron asesinados en el país 310 líderes y lideresas sociales (16).
Pero ¿y las pruebas de la supuesta “injerencia” de Cuba? Ni una. Meras acusaciones sin siquiera testimonios. Conjeturas sobre un sospechoso “incremento en la llegada de cubanos a Colombia, especialmente médicos, profesores, entrenadores y deportistas”. Nada más. Nada.
Pero el miedo, antesala del odio, ya ha sido inoculado en ciertos sectores sociales de Colombia. Como, durante años, hicieron en Venezuela (17).