Un día como hoy, 5 de marzo, falleció Hugo Chávez Frías, comandante y presidente de la República Bolivariana de Venezuela. A sus ocho años de su partida física, compartimos parte del libro: Chavismo: Genealogía de una pasión política.
La razón humana y la razón amorosa en el Chávez bolivariano. (Iraida Vargas Arenas).
La Razón Amorosa
Para el presidente Chávez el amor no era solo un conjunto de sentimientos y experiencias sensitivas, sino también y fundamentalmente una virtud vinculada con actitudes y conductas, a las cuales apelaba para lograr la comprensión de cómo era su pueblo, conocer sus deseos, sus aspiraciones, sus infortunios y también sus capacidades, conjuntamente con la } generosidad, la fraternidad, la tolerancia y la solidaridad, entendidas filosóficamente también como virtudes.
El amor de Chávez se manifestó en su vocación de lucha por la justicia y la transformación de las estructuras injustas presentes en Venezuela desde 1498, cuando dejamos de ser independientes y autónomos gracias a la invasión europea. Para él el amor era no solo una emoción vinculada con su propio mundo emotivo, íntimo, inmaterial, sino también era social. Por tanto, el amor marcó su actuación política en su vida pública, praxis siempre relacionada con su profundo compromiso con los más desposeídos, “los pobres de esta tierra”, como los llamó José Martí (1894), en la búsqueda de la justicia y el bien común.
Lo que podríamos denominar como el “amor social de Chávez» era un amor a su pueblo (y a los pueblos oprimidos de la Tierra), el amor a los niñas y niñas de su pueblo, a los desvalidos, hombres o mujeres, lo cual no debe ser entendido solamente como una mera disposición favorable hacia los demás. Más que predisposición, era un accionar por el bien común. Todo ello implicaba su interés, su compromiso y la asunción de su responsabilidad por el bienestar de las personas, nunca abstractas sino concretas que conformaban a su pueblo, así como por las condiciones en que esas personas vivían. Pregonó siempre “la necesidad de la vida digna que ellas
merecían”. Es posible afirmar, entonces, que la vertiente social del
amor constituyó una parte nuclear de la praxis política de Chávez.
Su ejercicio en la esfera pública se articuló, dialécticamente, con un alcance que –como ya hemos señalado– trascendía lo interpersonal y apelaba a solidaridades, lealtades y responsabilidades en toda la sociedad.
Chávez dio el discurso que sigue, lleno de amor, el 30 de junio de
2011, cuando le informó al pueblo de Venezuela sobre su enfermedad:
… finalmente, mis amados y amadas compatriotas; mis adoradas hijas e hijos; mis queridos compañeros, jóvenes, niñas y niños de mi pueblo; mis valientes soldados de siempre; mis aguerridos trabajadores y trabajadoras; mis queridas mujeres patriotas; mi pueblo amado, todo y uno solo en mi corazón, les digo que el querer hablarles hoy desde mi nueva escalada hacia el retorno no tiene nada que ver ya conmigo mismo, sino con ustedes, pueblo patrio, pueblo bueno. Con ustedes no quería ni quiero para nada que me acompañen por senderos que se hundan hacia abismo alguno. Les invito a que sigamos juntos escalando nuevas cumbres, que hay semerucos allá en el cerro y un canto hermoso para cantar nos sigue diciendo desde su eternidad el cantor del pueblo, nuestro querido Alí Primera.
Estas palabras son, a nuestro juicio, quizá más que muchas otras dichas antes o después, las más amorosas dirigidas por el Comandante al pueblo de Venezuela. Suponen, tal como planteara Freud al referirse a la psicología de las masas, que una masa, en este caso ese pueblo que se unía en torno a Chávez en dolor y paz, alrededor de él como líder y en torno a su ideal de sociedad, no era más que el amor uniendo a muchas personas y reiterado en cada una de ellas.
El presidente Chávez era un líder que amaba profundamente al pueblo de Venezuela y era amado recíprocamente por ese pueblo; siempre predicó que los individuos que componen el pueblo se amaran entre sí, reconociendo así la incidencia apaciguadora del amor.
Todo ello quiere decir que el presidente Chávez manejaba un discurso
amoroso que apelaba también, como en esta forma de hablar con amor a su pueblo, a sus propios y profundos vínculos afectivos, libres y duraderos con ese pueblo. Con ese discurso el presidente expresó su propia necesidad de amor. Representó con él su voluntad de reconocer y ser reconocido por su pueblo, todo lo cual condicionó su praxis política.
En torno a esto es bueno recordar que Marx, en los Manuscritos
Económico-Filosóficos de 1844, afirmaba que lo social es una dimensión constituyente del ser del hombre, pero no como algo externo a él
mismo, lo cual significa que los sentimientos y las pasiones constituyen una afirmación ontológica del ser social. En efecto, Marx consideraba que el amor no puede ser concebido como algo distinto y aparte
del ser humano, toda vez que es fundamentalmente un atributo de ese
mismo ser humano, por lo que no existe al margen o por fuera de él.
El hombre existe (y diríamos también las mujeres) en un complejo
sistema de relaciones, en donde lo interior se articula con lo exterior
en una relación dialéctica en la cual ninguna de las dos dimensiones
queda anulada.
Marx negaba que el amor debiera ser entendido como metafísica, pero es importante señalar que reconocía, no obstante, que el amor en las relaciones capitalistas es conducido y orientado por el dinero y la mercancía, toda vez que el dinero no afecta únicamente al mundo de los objetos, sino que se despliega como aquello que determina la totalidad del mundo humano. Ese “amor capitalista” es un amor cosificado, un amor enajenado. Marx consideraba que el amor, y la capacidad de amar se desarrollan en la realidad por medio de la actividad del ser social, es decir, gracias a su intervención y transformación de lo real. En ese sentido, la lucha de clases no es ajena a las pasiones, al contrario, está permeada totalmente por ellas.
Por todas estas razones podemos considerar que, para el marxismo, debe existir un proceso mediante el cual los hombres y las mujeres tomen conciencia de su papel histórico y de sus cualidades para combatir la enajenación, retomar los atributos subjetivos del ser social e intervenir de forma consciente en la realidad. Es decir, desarrollar el amor como amor, la confianza como confianza, la solidaridad como solidaridad, sin cosificación.
El presidente Chávez, como marxista cristiano, era totalmente
consciente de la necesidad de dar ese combate. Para él el amor era el
primer fundamento de la realidad social, ya que consideraba que si la política ignora sistemáticamente el amor, resulta inhumana. Por ello creía que pretender una política sin amor sería tratar a la humanidad como manipulable y programable, como a un engranaje en el cual cada persona es reemplazable. Creía firmemente que en la política eran necesarias la fe y la esperanza acompañadas del amor, conjuntamente con la justicia.
Pensaba que el accionar de la política sin amor constituía, entonces, un error, el cual, sin embargo, ya existía desde hacía cinco siglos y había conducido a la deshumanización de la humanidad, una humanidad que expulsó y mantuvo fuera de la política las exigencias del amor. Creía firmemente, como ya hemos señalado, que esa deshumanización había ocurrido a causa del surgimiento y hegemonía del capitalismo como sistema mundial, sistema en el cual se estableció la falsa creencia de que el progreso material hace mejor éticamente a la humanidad. Por eso, en la actualidad, nos encontramos con que los más grandes problemas que ha generado el capitalismo son los problemas humanos.
La Razón Amorosa y la acción política son inseparables en Chávez. La presencia del amor en la política se sostiene solamente si, como en su caso, está armada de esperanza e inspirada por una fe. Esto es, por el conocimiento de valores todavía no realizados. Por ello, cuando analizamos las acciones de Chávez nos percatamos de que para él la sociedad humana no es posible sin amor y el amor conduce la acción política en busca de la justicia, pues el amor radica en las personas que la forman. Con ese, su accionar, Chávez corrigió el error muy difundido de creer que el amor es algo ajeno a la política e ineficaz para el logro de los objetivos de la misma.
Aunque objetivamente existen diferencias que se dan entre lo que es propiamente político con lo que es ético, es bueno señalar que la ética y también la moral se encuentran permanentemente en ese espacio del actuar, que es donde reina la acción política. Quizá esto último es lo que nos faculta para poder afirmar que el presidente Chávez nunca alejó de su praxis política el sentido y la razón de su ética y/o moral.
La Razón Humana
“(D)e manera especialmente cuidada desde lo más profundo de mi alma y de mi conciencia, la razón humana, la razón amorosa, para ser más preciso, ¡la razón amorosa!” (Chávez en Suti Sarfati 2013). Esta frase de Chávez nos permite entender como Razón Humana, dentro de su ideología, el manejo de un discurso centrado en la protección de las personas, de su dignidad y su valor, usando como uno de sus principios básicos el reconocimiento de que las personas son seres racionales y como tales poseen la capacidad para hallar la verdad y practicar el bien. El presidente Chávez pareció entender
la Razón Humana como una parte de la vida, aquella que reconocía y defendía la significación de los seres humanos dentro del mundo, sus valores, las ideas que expresan respeto a la dignidad humana. Por otro, se preocupó por el bien de los seres humanos, por su desarrollo, por crear condiciones de vida favorables para las mujeres y los hombres. En nuestra opinión, consideraba los requerimientos del tiempo en el que le tocó vivir para que los seres humanos desarrollasen sus fuerzas creadoras, como las denominaba Aquiles Nazoa para referirse al pueblo venezolano, y la vida de la razón para lograr su libertad.
El presidente Chávez concebía a los seres humanos –y a nuestro actual pueblo en particular– fundamentalmente como seres humanos concretos e históricos y, por tanto, se trataba de hombres y mujeres reales, que vivían en determinadas condiciones económicas y sociales que los hacían partícipes de la enajenación capitalista, sistema que les negaba su propia humanidad.
Pensó y actuó usando estas ideas para formular un ideal, una utopía en la vida de nuestro pueblo, en función de esos valores y de esa significación, buscando una espiritualidad interior más libre y directa y menos externa y material, pero que, asimismo, le sirviera para satisfacer sus necesidades históricas, sus deseos y anhelos. Postuló que ese ideal se expresaba en un modo de vivir socialista, signado por unas relaciones sociales de producción basadas en la justicia social y la solidaridad humana. Pero la construcción de un modo de vivir socialista, como apuntaba Engels (1968), exige necesariamente mejorar las condiciones materiales de vida del pueblo en materia de salud, educación, vivienda y acceso en general a una vida digna.
El socialismo no se puede construir repartiendo la miseria, sino el bienestar. Por eso Chávez crea las misiones y las grandes misiones sociales que han servido para dar un salto trascendental en las condiciones de vida del pueblo venezolano, cambio cuya existencia objetiva no puede ser negada, que sirve, que debe seguir sirviendo de plataforma para la consolidación de una nueva conciencia socialista venezolana.
En consecuencia, para Chávez el propósito del humanismo debía ser asegurar lo humano del ser humano y garantizar su proceso de realización y de autorrealización. Esa autorrealización la lograba con el trabajo creador y transformador, con la solidaridad y con el amor como principios rectores.
No podemos olvidar que el humanismo, en ese sentido, tiende esencialmente a hacer a los seres humanos cada vez más humanos y a manifestar su grandeza original haciéndolos participar en todo cuanto puede enriquecerlos en la naturaleza y en la historia. Ese enriquecimiento incluía, para Chávez, la emancipación política, económica, en suma revolucionaria. Como decía el “Che”
Guevara: “Todos los días hay que luchar porque ese amor a la humanidad viviente se transforme en hechos concretos, en actos que sirvan de ejemplo, de movilización”.
Chávez reunía en su persona un conjunto de bondades y cualidades que lo hicieron sensible a las características propias del pueblo venezolano de su momento. Lo podemos caracterizar como un hombre cristiano, bueno, inteligente, estudioso, apasionado de la patria, enamorado de lo bueno, de lo bello, de lo verdadero y de lo justo, que pudo sentir tanto, pensar tanto, hacer tanto en tan poco tiempo.
Tuvo una vida hecha corazón, hecha cerebro, hecha conciencia de patria,
hacia la defensa de la cual fue incansable e irreductible; poseyó, en suma, una irrefrenable pasión, un apasionado compromiso con la patria. Al referirnos a él cabe perfectamente aquella frase del Libertador (Carta de Jamaica): “Hay sentimientos que no se pueden contener en el pecho de un amante de la Patria” (1815/2015).
Su modo de pensar y actuar superaban las restricciones que habían caracterizado la relación de los líderes políticos venezolanos con el pueblo, más específicamente los presidentes de toda la iv República, quienes practicaron una relación notablemente diferente y, diríamos, incomunicada. Es ello precisamente lo que contribuyó –en el marco del sistema capitalista– a que esos presidentes fueran incapaces de ayudar al pueblo, de entender los innumerables problemas existentes y las soluciones para los mismos. Por ser capitalistas, no eran esas las funciones y tareas de tales presidentes. En todo caso, ello muestra que hubo entre ellos y Chávez una contraposición entre dos modos radicales de pensar en torno a la conexión entre la política, el amor y lo humano.
La relación del quehacer político de Chávez con el pueblo venezolano tuvo como denominador común un principio humanista básico: su atención estuvo centrada en las necesidades que experimentaba ese pueblo; la mayoría de ellas las había tenido durante siglos. Por eso consideró que su principal deber moral, ético, amoroso y también político era saldar esa deuda social con el pueblo de Venezuela; tratar de satisfacer las necesidades históricas del pueblo. Ese principio humanista se manifestó, asimismo, en su énfasis y especial aprecio por la dignidad y el valor de los seres humanos que integran ese pueblo, de todos ellos sin ningún tipo de distingo. Igualmente, en su especial interés en desarrollar todo el potencial inherente a todas y cada una de las personas que lo constituyen. Destaca de manera fundamental, reiteramos, el significado que otorgaba a la condición humana.
El humanismo de Chávez lo hacía interesarse en la cultura, entendida como el sistema de valores, principios y visión del mundo.
Su comprensión de lo que debía ser la cultura nacional se condensó en su denodada defensa del amor, de la libertad lograda hasta su momento, de la dignidad, su reconocimiento a la creatividad popular, el orientar al pueblo para actuar con un propósito y dirigirse hacia una meta, para lograr su auto-realización, en suma la cultura como el sentido de la vida. Esta línea de prioridades culturales era estructural en la naturaleza del pensamiento de Chávez; los problemas acumulados sobre el pueblo venezolano, pensaba, no podían ser tratados adecuadamente si solo se manejaban con simples abstracciones, palabras y conceptos. Creía firmemente que era necesaria una acción social y política concreta y claramente dirigida por la Razón Humana y la Amorosa.
Para lograr esa acción sentía que debía ser fiel a la profunda y compleja naturaleza del pueblo venezolano, histórica y cultural, es decir, a sus vivencias, que son las que le dan razón de ser a esa naturaleza. Por ello consideraba que sus programas de acción social, las Misiones y las Grandes Misiones, constituían la mejor vía para lograr la solución de los problemas y la anhelada transformación social. Los planes de acción social de Chávez denotan, pues, la riqueza humana y amorosa de su pensamiento.
“Nosotros, por supuesto, un gobierno nuevo, una República nueva, nos hemos declarado revolucionarios humanistas y para nosotros lo más importante es el ser humano”
(Chávez en Suti Sarfati 2013).
Esa república nueva debía existir en lo que Chávez denominaba una
sociedad del amor, una sociedad con una nueva espiritualidad y una
nueva base moral y ética, en donde se diera solución a los problemas
sociales, centrada en la atención de las y los más débiles.
El Chávez Bolivariano
El Chávez Bolivariano despertó en gran parte del pueblo venezolano el interés por la Historia, especialmente la que correspondió con aquellos años iniciales del siglo xix, cuando Bolívar condujo el país a su liberación del imperio español. Chávez intentó, asimismo, hacer en Venezuela el sistema de gobierno más perfecto: proporcionar al pueblo venezolano la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de estabilidad política, tal como planteó en su momento Simón Bolívar: “… la felicidad consiste en la práctica de la virtud, (….) el ejercicio de la justicia es el ejercicio de la Libertad…” (ob. cit.).
Chávez practicó –en gran medida– aquello que pedía el Libertador para un gobierno republicano:
Un Gobierno Republicano ha sido, es, y debe ser el de Venezuela; sus bases deben ser la soberanía del Pueblo, la división de los Poderes, la Libertad civil, la proscripción de la Esclavitud, la abolición de la Monarquía y de los privilegios. Necesitamos de la igualdad para refundir, digámoslo así, en un todo, la especie de los hombres, las opiniones políticas, y las costumbres públicas (íd.).
Chávez nos ayudó a pensar de manera renovada los Derechos Humanos, los proyectos sociales alternativos. En ese sentido, reconoció la capacidad del pueblo venezolano –heredero del Ejército Patriota del siglo xix– para lograr su emancipación definitiva, capacidad que orientó mediante un reconocimiento de todas aquellas formas de organización popular ya existentes, aupando, al mismo tiempo, la aparición de nuevas organizaciones. Con su crítica constante y reiterada al capitalismo, especialmente al modelo neoliberal, nos mostró el carácter antihumano que este posee y su desdén por la vida. El presidente Chávez estimuló la aparición de fuerzas para resistir la embestida del capital, de resistencias de creaciones y construcciones sociales alternativas, para librar luchas que defendieran lo que hemos conquistado hasta ahora; vital tarea que dejó, infortunadamente, inconclusa, pero que nos marcó la hoja de ruta a seguir con el Plan de la Patria.
El chavismo es, ha llegado a ser, un movimiento político-cultural acompañado de un sentimiento que arrastra multitudes movidas por el legado amoroso y el legado humanista del presidente Chávez.
Chávez era inmenso y tumultuoso como un río, indetenible y nutritivo. Ejerció algo más que el más enérgico y amoroso gobierno que ha tenido Venezuela hasta ahora, pues irrumpió en las vidas de todas y todos nosotros, los venezolanos, colmando todos los espacios, llenándonos de la esperanza de un mundo mejor, con justicia, paz y felicidad. Con él, las y los venezolanos sentimos que lo presente, por injusto y doloroso que sea, puede ser transformado y se trasmutará en un futuro promisorio.
La de Chávez fue una vida inopinadamente interrumpida, terminada, inconclusa, no acabada, pero no ha sido condenada al olvido, pues, mientras exista una sola persona que recuerde a Chávez y su maravilloso legado, no morirá. Hoy día los chavistas somos millones, no solo en Venezuela sino en todo el mundo.