Con la intención de dar a conocer los esfuerzos realizados por personajes nacionales e internacionales a favor de la paz de Colombia, y de contar la historia a través de diferentes textos, AlCarajoOrg publicará libros y textos que aproximan de forma verídica la lucha de la sociedad colombiana por lograr la paz en el país suramericano.
Segundo artículo del libro de la Universidad Nacional de Colombia, que será publicado en su totalidad en diferentes artículos, que recoge la esencia de sus planteamientos en sus aportes más importantes a la percepción de temas que aún siguen siendo vigentes por el alcance de los objetivos que
estos se fijan en el orden espiritual, social, económico y político.
El cristianismo ideal y la defensa de la institución religiosa
En el periodo entre 1954 y 1958, Camilo Torres Restrepo va a estar dedicado a su formación social y científica en la Universidad Católica de Lovaina, en donde su condición sacerdotal adquirirá la mirada académica de las realidades sociales y políticas que han de ser determinantes en la transformación de sus imaginarios cristianos y religiosos, así como en el enriquecimiento de sus prácticas sacerdotales. Es una época de formación que hace su pensamiento más ilustrado y lo coloca en una perspectiva más
rigurosa en defensa de una institucionalidad que con el tiempo terminará por desconocerlo.
Apenas a dos años de haber sido ordenado sacerdote, Camilo se está introduciendo en debates que son propios de su tiempo y definen las lógicas del desarrollo geoestratégico de la segunda posguerra en el universo del mundo bipolar, buscando desde su condición sacerdotal ubicar el papel de la Iglesia en un contexto de conflictividad que marcha hacia la polarización ideológica, política y económica. Existe en él una percepción crítica del mundo que se construye sobre afirmaciones sencillas y didácticas que lo van llenando de argumentos, puntos de vista y definiciones que delinearán las rutas en el mapa de sus propias transformaciones.
Para 1956, Camilo considera que el país está tendiendo hacia el capitalismo, pero no en el sentido de aprovechar esta economía, sino en el de dejarse explotar por ella.1 Concibe que en el mundo resultante de la segunda posguerra las dos culturas del momento: la Occidental, que se dice defensora del espíritu y de la idea, realiza un imperialismo económico.
Mientras que la Oriental, que se dice defensora de la materia, realiza un “imperialismo” ideológico. Allí, Camilo, sin adquirir ningún tipo de adhesión, comienza a visibilizar la complejidad del mundo bipolar señalando lo que constituye entre los dos sistemas la tragedia del capitalismo de la época.
Afirma que: En el plano concretamente nacional, yo creo que no solamente hay desventajas. Pero entre éstas la que me parece más mala es la que se relaciona concretamente con la aspiración de los países capitalistas: éstos no esperan a que por medio de su sistema nuestros países lleguen algún día a independizarse económicamente, sino que, por el contrario, pretenden mantenernos atados a su sistema, para poder aprovechar más fácilmente nuestra mano de obra barata y nuestros productos básicos [recursos y materias primas] a precios irrisorios.
Pero la preocupación de Camilo consiste fundamentalmente en ubicar el papel de la Iglesia en un mundo económico que genera cada vez mayor desigualdad. Aún están por producirse las transformaciones que ampliarán desde las comunidades religiosas el compromiso de la Iglesia con los pobres y que Camilo ya ha comenzado a vivenciar en la experiencia de los curas obreros franceses.
A este respecto su pensamiento intenta involucrar la responsabilidad
de la Iglesia con lo social. Por eso su afirmación adquiere, en un contexto de tradiciones cerradas de la institución, la forma de una fisura estructural hecha aparecer de manera sencilla como algo natural: Considero que la Iglesia, en su doctrina oficial, dice que la principal solución es la espiritual. Pero en ninguna manera rechaza las soluciones económicas, políticas y sociales. Creo que estos problemas han existido en todos los tiempos, pero no con esas características masivas y ligadas a las instituciones mismas que representan el progreso y la civilización, lo que es mucho más grave.
Creo que habían existido movimientos extemporáneos en relación con esos problemas. Pero es indudable que uno de los grandes bienes que el socialismo le hizo a la Iglesia fue el de enfrentarla a esas realidades sociales que antes había tratado de ignorar.
Camilo entiende que los procesos del desarrollo social y humano están determinados por los compromisos y las formas en que los patrimonios públicos y los presupuestos son empleados por los gobiernos para garantizar el efectivo ejercicio de los derechos fundamentales de los ciudadanos, así como la satisfacción de las necesidades básicas, y que esto requiere de autonomía e independencia de cualquier forma de sometimiento económico o político, en busca del interés común. Hace explícito este planteamiento al afirmar que en: Un país de constitución democrática, el presupuesto de auto-sostenimiento se debe emplear en beneficio del pueblo, lo que resulta muy positivo. Ya que todos sabemos que los únicos gobiernos en el mundo que se sostienen verdaderamente, son los que realizan obras constructivas en favor de las masas.
Pero, adicionalmente, Camilo sabe que la legitimidad y la legalidad son distintas; que la primera se construye sobre la gestión eficiente de los asuntos públicos en atención al interés general y, la segunda, puede erigirse a través de mecanismos institucionales o violentos: Ahora bien, hay dos posibilidades en lo que respecta al “auto-sostenimiento”. La primera, las elecciones y la segunda, la violencia. En el primer caso puede sostenerse por medio de una campaña demagógica o por medio de una serie de realizaciones verdaderamente progresistas.
En el segundo de los casos, o sea la violencia, habría que ver si es más malo para el país que caiga ese gobierno, o los gastos que le ocasiona para sostenerse. Gastos que por lo general están unidos a la seguridad y a la defensa, y a las prácticas de clientelismo y corrupción.
Para Camilo, las rutas del desarrollo económico se corresponden en las sociedades capitalistas con el ejercicio de la libertad y el libre albedrío; este no puede llegar al extremo de desconocer y negar la condición humana y los requerimientos que para su dignificación le son imprescindibles. Por eso señala que: Una de las grandes ventajas del cristianismo, es que no postula a priori ninguna economía como la economía ideal, sino que se atiene a las realidades de cada sociedad, para que los encargados de los destinos temporales de ésta, elaboren una economía. Lo único que le pide el cristianismo a la ciencia económica, es que salvaguarde las prerrogativas
de la persona humana, con todas las consecuencias que esta noción de “persona humana” implica […]. El cristianismo siempre ha aceptado la dependencia del ejercicio del “Libre Albedrío” de los factores económicos y sociales. Santo Tomás […] sostiene que es necesario un mínimum de condiciones económicas para la práctica de la virtud. Una cosa es que el hombre sea libre por naturaleza, y otra cosa es que su libre albedrío no pueda ser coartado y aun destruido por circunstancias exteriores. Por lo tanto el Abate Pierre2, sobre la base del mejoramiento económico y social, pretende lograr un mejoramiento moral y una cristianización más directa y objetiva de la vida espiritual.
Salvaguardar la institucionalidad religiosa en su labor de acompañamiento
espiritual de la sociedad, en la concepción de Camilo, no la libera de asumir frente a los más necesitados una posición que haga del amor cristiano al prójimo una manera más efectiva de la práctica religiosa que contribuya a dignificar la existencia terrenal. Camilo concibe que la base del cristianismo es el amor.
[…] yo creo que el cristianismo exige ciertas condiciones en cualquier realización social o económica que respete su altísima concepción del hombre.
En este periodo la lucha de Camilo está dirigida a la salvaguarda del papel histórico de la Iglesia como institución. Camilo señala que: La Iglesia nunca ha considerado la claudicación en sus principios eternos, como medio para sobrevivir, ni en sus principios está el acomodar sus doctrinas esenciales a la tentación de la popularidad. Su moral y sus principios nunca han negado el planteamiento de los problemas sociales y económicos, en abstracto. Por el contrario, los han exigido, especialmente en momentos en que nuestras sociedades se debaten en una serie de pecados sociales y económicos.
Su convencimiento es de tal magnitud que lo lleva a enunciados que se inscriben en un modelo de cristianismo ideal desde el cual cree “ingenuamente” que se puede cambiar el rumbo de los intereses económicos del modelo capitalista. Piensa que el cristianismo tiene tanta fuerza que es capaz de volver humano cualquier sistema, aun al capitalista. Lo que la Iglesia ha condenado, y en eso podemos estar de acuerdo con los socialistas, es el peligro de abuso que este sistema implica.
Ya desde esta época Camilo reconoce la necesidad de que se produzcan cambios fundamentales en la sociedad e incluso que se realicen revoluciones si así lo desean los cristianos. Pero, diez años antes de su vinculación a la lucha armada, existe en él un profundo y sentido rechazo por la violencia como ruta revolucionaria.
Camilo reconoce creer que los católicos pueden abogar por la abolición de tal sistema, sin que para ellos revolución sea necesariamente sinónimo de sangre.
Pero igual, la revolución para Camilo tiene un sentido particular en ese periodo que la aleja de ese modelo de cambios estructurales en los que se transforma todo lo anterior para dar paso a un modelo completamente diferente: Creemos que la verdadera revolución no puede basarse en una modificación absoluta y total de la actual estructura de la sociedad.
Creemos que toda revolución corre el riesgo de ser fútil e infantil, si no se basa en las realizaciones positivas que todo sistema tiene que tener. Tendemos hacia ese encuentro del hombre del proletariado mundial con sus problemas.
Y no sólo de ese hombre, sino de cualquier hombre de buena voluntad que quiera afrontar con valor esos problemas. Nosotros creemos tanto en el hombre que esperamos que cualquiera que participe de la naturaleza humana, es susceptible de ser redimido.
No resulta difícil afirmar que, en este periodo que compromete su formación universitaria en Lovaina, existe en Camilo un profundo compromiso institucional con la Iglesia Católica, una defensa cerrada de esta, pero igualmente un interés por hacer visibles nuevos y urgentes compromisos que debe tener la Iglesia con los cambios sociales y económicos en el favorecimiento de lo humano.
Su cristianismo ideal se fundamenta en un concepto de amor al prójimo que comienza a demandarle un mayor compromiso con las realidades sociales y políticas que acontecen en el mundo y, como ocurrirá, una mayor y más rigurosa preocupación por el estudio científico de los problemas sociales, económicos y políticos del país.