Una muralla de 190 kilómetros para partir una isla en dos. Una nación discontinuada territorialmente, y engullida como el profeta Jonas por un Estado de ocupación. Un “infranqueable, grande y hermoso muro” para evitar la migración de un país, pero construido sobre el territorio histórico de aquel país. Un coto de caza amurallado que una ex metrópolis mantiene en otro continente. Se trata de los muros de México, Palestina, el Sahara y Haití. Que con más propiedad deberíamos llamar los muros de Estados Unidos, Israel, España y República Dominicana, dado que ellos son los “constructores” y los otros son los recluidos. Los muros no son cosas de la Guerra Fría ni malos recuerdos del pasado. El mundo está lleno de ellos. Detrás de cada uno hay una historia infame, y América Latina y el Caribe no resultan la excepción.
Una isla dividida
Antes de cada muro, de cada operación de cercado, hay una historia de invasión, sometimiento y conquista. Por eso es que la mayoría de los muros han sido construidos por metrópolis e imperios en sus colonias y territorios de conquista. Ese es el caso de todos los ejemplos mencionados, a excepción de uno: el muro, aún inconcluso, que pretende dividir en dos la isla La Española, en el corazón del Caribe. Se trata en este caso de un muro entre dos países pobres y periféricos como la mayoría de nuestras naciones, pero también profundamente interdependientes. Y en una frontera, la domínico-haitiana, que ha sido históricamente bi-cultural, bi-religiosa, bi-lingüística y bi-nacional con mencionan diversos estudios históricos.
De este lado hay católicos, protestantes y practicantes de vudú. Del otro lado también. De este lado se habla creol. De aquel lado también, así como español, francés e inglés, entre tantas otras lenguas. De este lado la cultura es campesina, popular y fronteriza. Allende el muro también. De este lado parte un tráfago humano permanente y mutuamente beneficioso. De aquel lado también. De este lado una élite chovinista busca enemigos imaginarios y chivos expiatorios. Pasando la frontera también. La razón detrás del muro no es todo lo que separa, diferencia y divide a estos dos pueblos bendecidos -o condenados- a habitar una misma isla, siino que sus motivaciones profundas tienen que ver con todo lo que los equipara, asemeja y hermana.
El proyecto
El canciller de la República Dominicana, Roberto Álvarez, anunció que el país avanza en la construcción de una “verja perimetral” que abarcará 190 de los 391 kilómetros de la frontera que comparten su país y Haití. Su costo previsto es de unos 100 millones de dólares. Esto, en un contexto en el cual la economía dominicana cruje por el impacto de la pandemia, particularmente en las áreas más dinámicas y sensibles del turismo y la construcción.
Curiosamente, el canciller afirmó que el muro tiene entre sus objetivos “facilitar el comercio” y “garantizar la convivencia” entre ambas naciones. El mismísimo presidente, Luis Abinader, se refirió a la iniciativa en el congreso dominicano el día 27 de febrero, añadiendo los objetivos de contener la inmigración ilegal, el transporte de vehículos robados y el narcotráfico.
Ninguna mención hubo a lo que para diferentes organismos de derechos humanos es el problema fronterizo cardinal: la trata de personas, en particular de infantes, asociada también al tráfico de órganos, la servidumbre doméstica y la explotación sexual. Según Filicien Rolbert, uno de los directivos del Instituto de Investigación y Bienestar Social (IBESR) en la localidad haitiana de Ouanaminthe, más de 150 niños “en riesgo de trata” cruzan la frontera a diario -más de 5 mil al año-, muchos de ellos indocumentados y de la mano de contrabandistas. Pero Abinader omitió aún otra cosa: tampoco se refirió a las responsabilidades del estado en relación a la participación de las fuerzas armadas dominicanas en las redes de trata. Según Sylvestre Fils, director del Observatorio de la Migración y de la Trata Transfronteriza (OMTT), los militares en tareas fronterizas cobran de 500 a 2.000 pesos dominicanos -entre 8 y 34 dólares- por dejar pasar a los traficantes.
Detrás del proyecto del muro se encuentran una empresa española y dos empresas israelíes especializadas en la construcción de cárceles al aire libre como éstas. Se trata, no casualmente, de dos estados constructores de muros como los que mencionamos al principio: el tristemente célebre muro que aprisiona a Cisjordania y la acaso algo menos conocida “Valla de Ceuta” que separa la ciudad española homónima y la zona neutral entre España y Marruecos: es decir, una frontera española en la región magrebí del continente africano.
Según el canciller Álvarez, además del muro se prevén también sendas inversiones en sensores de movimiento, sistemas infrarrojos, cámaras de reconocimiento facial y drones en toda la “verja perimetral”, tecnologías ampliamente utilizadas en Cisjordania. Parecieran no ser las únicas políticas de inspiración israelí, dado que quien atraviese la isla desde Haití en dirección a la República Dominicana, podrá presenciar un sistema escalonado de cuarteles y retenes militares que emulan a los check-point en los asentamientos de los colonos israelíes en la Cisjordania ocupada. Quien por azar cayera en dicha frontera, seguramente pensaría que se encuentra en una zona de guerra, pero el país vecino, Haití, vió sus fuerzas armadas disueltas en el año 1996 y su removilización actual es puramente nominal y no representa amenaza alguna.
Un informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) del año 2015, acusa recibo de numerosas denuncias “de actos de violencia y discriminación” en “operativos migratorios” y en “la detención migratoria de forma generalizada” de parte del Cuerpo Especializado de Seguridad Fronteriza (CESFRONT). Quién escribe estas líneas ha podido constatar estos actos violentos y degradantes, de parte de agentes que muchas veces ni siquiera portan uniformes o identificación y que golpean con palos a los haitianos y haitianas que diariamente cruzan la frontera para comerciar en el vecino país.
Además, resulta patente la ausencia de voluntad de combatir delitos como la trata y el tráfico de órganos, dado que basta con ser blanco para que el CESFRONT no exija ningún tipo de documentación, exigencia limitada a los haitianos o a las personas que por su color de piel se presume que puedan serlo. Es decir que un tratante o contrabandista extranjero o blanco tiene muchas posibilidades de burlar unas fronteras selectivas y porosas, con muros o sin ellos.
El trasfondo
Para comprender el trasfondo político dominicano, conversamos con el profesor universitario Matías Bosch Carcuro. El investigador dominicano nos refirió un “acrecentamiento y una legitimación del discurso de corte racista y antihaitiano, con mucha fuerza a partir de septiembre de 2013”, fecha en que se produjo la conocida sentencia del Tribunal Constitucional que condenó a la apatridia a miles de dominicanos descendientes de haitianos que se vieron, de la noche a la mañana, despojados de su única nacionalidad.
Según Bosch Carcuro comenzó a hablarse del muro en 2015, una idea impulsada por “grupúsculos políticos que no tienen ni el 1 por ciento de los votos, pero que están muy conectados con la ola de las derechas trumpistas, desde Estados Unidos, Europa o Israel”. Pero sería el actual presidente, Luis Abinader, quien hizo del muro un proyecto real y un discurso de alcance nacional que, según el profesor, apela al capital político instalado en el país por regímenes como los del dictador Rafael Leónidas Trujillo y su sucesor Joaquín Balaguer.
No resulta casual el recuerdo de estos personajes, cuando lo que se constata hoy es un racismo de estado que busca continuar por otros medios la llamada “dominicanización de la frontera”, política que durante el trujillato llevó, entre otros crímenes, a la consecución de la llamada “Masacre del Perejil” en el año 1937, cuando una tentativa de limpieza étnica llevó al asesinato de entre 12 mil y 35 mil personas, según diversas estimaciones. Pero más que una operación anti-haitiana, se trato en realidad de una operación anti-negra, dado que muchas de las vícitmas de aquellas jornadas fueron también dominicanos, descendientes de haitianos o no. Aún hoy es corriente la circulación de doctrinas de odio y tesis ridículas como aquella del “imperialismo haitiano” sostenida por Balaguer en su libro “La isla al revés”.
Sin embargo, la historia de estos pueblos no ha estado exenta de proyectos de integración y políticas de encuentro, desde la propuesta de una Confederación Domínico-Haitiana defendida por Américo Lugo en los siglos XIX y XX, hasta las propuestas de Manuel Salazar, quién propone edificar “puentes y no muros”, así como invertir recursos en la construcción de una empresa de desarrollo binacional y no de políticas segregacionistas.