El último informe no clasificado de los servicios de inteligencia de Estados Unidos pone en entredicho la inteligencia de los crédulos e incautos y de los propios organismos que conforman el aparato de seguridad del imperio estadounidense, afirmando que «evalúan» el hecho de que Rusia y otros países no alineados a la política del Departamento de Estado trabajaron para «socavar» las elecciones de 2020.
Quizás no sea una noticia fresca el hecho de que el concilio de inteligencia conformado por la CIA, el Departamento de Estado, el Departamento de Justicia, la Agencia de Seguridad Nacional y otras organizaciones estadounidenses vuelve a publicar un informe cuyas «conclusiones analíticas» están basadas en suposiciones fraudulentas.
El balance del conglomerado de agencias publicado a mediados de marzo es escueto y deja entrever que tiene una intención política o que los temidos organismos de seguridad estadounidense están en franca decadencia.
«Los juicios analíticos que se exponen a continuación son idénticos a los de la versión clasificada, pero este documento desclasificado no incluye toda la información de apoyo y no habla de informes, fuentes o métodos de inteligencia específicos», dice el informe de entrada, y esto la prensa cartelizada lo proyecta como una verdad incuestionable.
La excusa de mostrar el reporte sin mayores pruebas de lo que afirma es que «puede revelar públicamente el alcance total de sus conocimientos o la información específica en la que basa sus conclusiones analíticas, ya que hacerlo podría poner en peligro las fuentes y métodos sensibles y poner en peligro la capacidad de la Comunidad de Inteligencia para recopilar inteligencia extranjera crítica».
Si hay un elemento que no hay que perder de vista con cada informe de esta naturaleza es la acción que se toma posteriormente a su publicación, que suele ser financiera y sancionatoria. En este caso no importa el grado de verdad, siempre y cuando los medios corporativos lo proyecten como cierto. Su papel es clave en la promoción del excepcionalismo estadounidense.
La búsqueda de un enemigo (interno y/o externo) sirve para endosar los problemas de una nación, sobre todo si el consenso Estado-corporaciones-medios de comunicación funge como tamiz de la realidad para el estadounidense promedio. Por eso los debates más comunes el año pasado era entre cowboys nazis y esperanzados entusiastas que esperaban un cambio en la política, tanto interna como externa, con la fórmula Biden-Harris.
VUELVE RUSSIAGATE
Este contexto mínimo sirve para entender cómo es que, actualmente, casi cinco años después, vuelven a desempolvar el caso Russiagate, término acuñado y usado por los demócratas para designar las acusaciones de interferencia de Rusia en las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2016, donde resultó electo el magnate Donald Trump.
Y fue precisamente la Comunidad de Inteligencia de los Estados Unidos la que convenientemente lo sacó a relucir, dictando conclusiones para encubrir la derrota de Hillary Clinton, pero además para limpiar su reputación tras revelarse el uso indebido de su sistema de correo electrónico, lo cual violó la política del gobierno en tanto que manejó información clasificada del Estado a través de su correo personal.
También quedó al descubierto una controversial conversación entre ella y su jefe de campaña, John Podesta, además de escándalos sexuales. Todo esto devino en interrogatorios por parte del FBI y muchos correos borrados por Clinton a último momento. Otro detalle fue el: «De vez en cuando tengo las preguntas por adelantado», que escribió en el asunto de un correo electrónico. Luego se supo que una excolaboradora de CNN «dio aviso a la campaña de Clinton de una pregunta que se le haría en un evento del canal de noticias, de acuerdo con los correos electrónicos filtrados», señalamientos que fueron criticados duramente por Trump durante aquella campaña de 2016.
Pero la derrota de la demócrata y toda la maquinaria del establishment no fue la actuación fraudulenta de su partido y su mediocre campaña electoral. Según la lógica estadounidense, el responsable fue un supuesto entramado de espionaje por parte del Kremlin para influir en dichos resultados. De acuerdo con el informe, el presidente Vladimir Putin ordenó una campaña de influencia cuya meta era socavar la fe pública en el proceso democrático de Estados Unidos, denigrar a Hillary Clinton y su potencial victoria, al tiempo que afirmaron que el gobierno ruso desarrolló una clara preferencia por el presidente electo Trump.
La Oficina del Director de Inteligencia Nacional (DNI, sus siglas en inglés) en una declaración conjunta con 17 agencias de inteligencia y el Departamento de Seguridad Nacional (DSN) declararon que Rusia hackeó el Comité Nacional Demócrata (CND) y filtró sus documentos a WikiLeaks.
Las agencias de inteligencia estadounidenses dijeron en esa oportunidad que Putin dirigió personalmente la operación. El director de la CIA, John O. Brennan, el director del FBI, James Comey y el DNI coincidieron en el propósito de la presunta interferencia de Rusia para ayudar a Trump. Varias empresas de seguridad informática declararon que los ataques cibernéticos fueron cometidos por los grupos rusos de inteligencia Fancy Bear y Cozy Bear.
En ese entonces, al igual que ahora, el presidente Putin negó las acusaciones sin fundamento y hasta el momento no se han mostrado las pruebas del supuesto ataque. Consecuencias sí hubo: el 29 de diciembre de 2016, Estados Unidos expulsó a 35 diplomáticos rusos, denegó el acceso a dos recintos de propiedad rusa y ampliaron las «sanciones» existentes a las entidades e individuos rusos.
Como se puede ver, la responsabilidad de la crisis política de Estados Unidos fue endosada a Rusia, uno de sus chivos expiatorios.
Con la vuelta al poder de los demócratas también vuelven las artimañas que fueron pausadas durante el tiempo que gobernó Trump. Y no es que el magnate presidente no haya usado el recurso de culpar a otros de los problemas de la nación, pero en su caso el foco no estuvo sobre Rusia. Al parecer es una constante que la política estadounidense busque la manera de situar el foco sobre otros para ocultar las crisis políticas, económicas y sociales endógenas. El responsable de los problemas del país norteamericano siempre será otro: el enemigo del momento.
Comentando el tiempo presente, el periodista Joe Lauria sostiene que la actual maniobra por parte de los servicios de inteligencia estadounidense «pretendía preparar el camino para más sanciones contra Rusia e Irán y dio cobertura política a Joe Biden».
Por otra parte, refiere que el informe «fue engullido sin escepticismo por los medios de comunicación corporativos, desempeñando su papel de desinformación al público estadounidense sin cuestionarlo», quedando en evidencia la conjura medios corporativos-Estado para llevar a cabo el plan. Que dichos medios asuman cada detalle del informe como cierto y no sean capaces de cuestionar o hacer preguntas sobre el mismo, apelando a un principio básico de la profesión, causa mucha suspicacia.
«Cualquier periodista que se precie nunca aceptaría un ‘confíen en nosotros'», reflexiona Lauria. Y es que bajo ese mismo principio en 2016 el conglomerado de agencias de inteligencia a una sola voz lanzó el informe donde se acusaba a la nación euroasiática de interferir en las elecciones presidenciales de ese año.
En aquella oportunidad con «gran confianza» llegarían a la conclusión de que Putin interfirió a favor de Trump en 2016. Al parecer «confíen en nosotros» y «con gran confianza» es suficiente para que la prensa cartelizada asienta y multiplique dichas verdades.
LA MISMA ESTRATEGIA
Todo parece indicar que la creatividad tampoco es un fuerte de las oficinas estadounidenses de inteligencia. Este año, después de un periodo presidencial completo, vuelven a usar la misma estrategia: acusar a otros de interferir en sus elecciones y de crear una campaña contra su estabilidad. La diferencia es que cambian los actores y se incorporan otros.
Este año el candidato no es Clinton, sino Biden, e incluyen a otros países del «Eje del Mal», en este caso Irán, de participar directamente junto con Rusia en la creación de una imagen negativa de Estados Unidos.
«Evaluamos que el presidente ruso Putin autorizó, y una serie de organizaciones gubernamentales rusas llevaron a cabo operaciones de influencia destinadas a denigrar la candidatura del presidente Biden y el Partido Demócrata, apoyar al expresidente Trump, socavar la confianza pública en el proceso electoral y exacerbar las divisiones sociopolíticas en los Estados Unidos», refiere el informe sin respaldo alguno.
¿Acaso no es el mismo argumento?
TODO LO QUE ESTÉ CONTRA EL CONSENSO
En el informe señalan también que existen actores estatales y proxy rusos que tributan a los intereses del Kremlin. «Un elemento clave de la estrategia de Moscú en este ciclo electoral fue su uso de apoderados vinculados a la inteligencia rusa para impulsar narrativas de influencia», que atenta contra la estabilidad política y con ello crear una imagen negativa del país. Esto incluyó -según el informe- acusaciones engañosas o infundadas contra el presidente Biden, organizaciones de medios de comunicación estadounidenses, funcionarios, en fin, el establishment.
El veterano periodista de asuntos exteriores que trabaja en la ONU, Lauria, señala que, si bien el informe no lo dice, es razonable suponer que las voces prorrusas son los nacionales que cuestionan las actividades de Estados Unidos en el extranjero, los que no legitiman las políticas internas que afectan a sus ciudadanos y esto es precisamente contrario a lo que hacen las oficinas de inteligencia. Para la estructura que gobierna el país norteamericano, la crítica legítima e independiente es falsamente asociada «con una potencia extranjera hostil».
En otro orden, Lauria sí concede algo de verdad en el informe de la inteligencia gringa. Y es el hecho de que Rusia se pueda beneficiar de la debilidad de Estados Unidos en caso de que pierda terreno en el campo de las relaciones geopolíticas.
Sin embargo, ese debilitamiento no es causado por el país euroasiático, sino por la propia torpeza de Washington en el manejo de su influencia. En todo caso, y sin ánimos de contradecir al periodista, el beneficio ruso sería poder desarrollarse y establecer relaciones geopolíticas sin que eso signifique un enfrentamiento. Quien parece que no ha caído en cuenta de que el mundo bipolar se acabó con la disolución de la Unión Soviética es Estados Unidos, que mantiene su política retrógrada cuando lo que actualmente se proyecta es el multilateralismo.
Es necesario no pasar por alto el argumento de que se busca impulsar una campaña de descrédito contra el presidente Biden, como si no fuera suficiente el historial de acoso sexual, pedofilia y corrupción que arropan al político demócrata y a otros de ese partido. De nuevo, la culpa es de otro.
IRÁN EN ESCENA
Bajo el mismo esquema de acusaciones contra Rusia, el informe apunta a Irán como actor directo en el intento de desestabilización electoral. Ante esto cabe preguntarse si no es un absurdo, cuando no torpeza, que el país persa, uno de los más afectados por el bloqueo estadounidense y cuyo líder fue asesinado por orden del residente saliente, pueda tener intereses en los conflictos internos de Estados Unidos.
«Evaluamos con alta confianza que Irán llevó a cabo una campaña de influencia durante la temporada electoral estadounidense de 2020 con la intención de socavar las perspectivas de reelección del expresidente Trump y promover sus objetivos de larga data de exacerbar las divisiones en los Estados Unidos, crear confusión y socavar la legitimidad de las elecciones e instituciones estadounidenses», afirma, al tiempo que señala que «los esfuerzos de Teherán estaban dirigidos a denigrar al expresidente Trump».
BIDEN Y EL DEEP STATE
Esta asociación no es descabellada si se toma en cuenta el lugar que ocupan varios funcionarios actualmente y los puestos que tuvieron durante el gobierno de Obama.
El periodista citado anteriormente sostiene que no exagera cuando dice que los líderes de la inteligencia estadounidense «odiaban a Donald Trump y aman a Joe Biden». Asimismo, sostiene que no es una cuestión partidista, sino por quien sea más complaciente o no con el «Estado profundo» que gobierna en ese país. El anterior presidente, siendo un conservador antiglobalista, fue un estorbo porque en cierto modo fue autónomo a las decisiones que se toman para sostener el establishment estadounidense.
Que en el informe se trate de mostrar a un Biden fuerte y se soslaye su participación en el golpe de Estado en Ucrania de 2014 no es muestra de un apoyo férreo a su figura, sino un acto de no agresión con un presidente manejable por la estructura imperialista. No es el presidente casi octogenario el que pisa fuerte, es el poder que lo sostiene.
Un día después de la publicación del informe, Biden dijo que Rusia «pagaría un precio» por su «intromisión» con nuevas «sanciones» de Estados Unidos, no como venganza por socavar su democracia, sino para debilitar a los Estados que no se pliegan. Los Estados que no se pliegan a sus designios pasan a engrosar la lista de los países del «Eje del Mal» y eso se nota solo con averiguar a quiénes «sanciona».
No es la primera vez que Washington construye la figura de un enemigo. Anteriormente, y con razón, este lugar lo ocupó la Unión Soviética en los tiempos de la Guerra Fría, así como el Islam a principios de este siglo y Rusia en la última década. Además de su autonomía, el país euroasiático es el enemigo recurrente porque conserva el remanente simbólico de ser la cabeza del bloque de la Unión Soviética y, anteriormente, se erigía como un imperio en sí mismo.
Por eso la narrativa se enfila contra el enemigo clásico: Rusia. Uno de los elementos que constituyen la construcción del «enemigo existencial» de Estados Unidos es la culpabilidad que tiene este de todos los males que sufre el Imperio y su amenaza latente.
En el informe presentado concluyen lo siguiente:
- Que no hubo interferencia técnica en ningún aspecto de la votación (registro, boletas, tabulación o reporte de votos). Tampoco intentos de interferir. Diferencian entre «influencia» e «interferencia» cuando se intenta alterar técnicamente el sistema.
- Que el presidente Putin autorizó ejecución de operaciones de «influencia» en contra de Biden y a favor de Trump.
- Que Irán influyó contra Trump, pero no apoyó a otro candidato y en general apuntó a minar la confianza en la legitimidad de las instituciones norteamericanas. Las operaciones de influencia de Irán continúan después de las elecciones.
- Que China no realizó esfuerzos de interferir. Esto por el interés de estabilizar las relaciones con Estados Unidos y considerar que ningún resultado era suficientemente ventajoso para arriesgarse a represalias. China evaluaría que existe un consenso bipartidista en su contra.
- Que existió algún rango de operaciones de influencia por parte de otros actores: Hezbolá en Líbano, Cuba y Venezuela. En el caso de Venezuela estiman que existía una relación antagonista entre Maduro y Trump y que desde aquí se intentaría, sin lograrlo, influenciar la opinión pública en Estados Unidos.
- Que existirían algunos intentos de interferir con operaciones electorales por agentes aislados, pero solamente dirigidos al ransomware (secuestro de datos para exigir recompensas financieras). Se asume que no fueron actos direccionados por otros Estados, aunque hay poca confirmación al respecto.
- Existieron algunos intentos aislados de hackers por interferir, sin éxito, en las elecciones.
Cómo no poner en duda un informe que cierra de la siguiente manera:
«Las valoraciones no pretenden implicar que tengamos pruebas que demuestren que algo es un hecho. Las evaluaciones se basan en la información recopilada, que a menudo es incompleta o fragmentaria, así como en la lógica, la argumentación y los precedentes».
Sea creíble o no, al Imperio no le importa porque finalmente lo que necesita es la justificación para atacar a los países que pongan en riesgo, sin proponérselo, su hegemonía.