Por Enrique Marulanda
En nombre de las FARC-EP, Segunda Marquetalia, escribo esta breve evocación sobre mi padre, Manuel Marulanda Vélez.
Pedro Antonio Marín, Manuel Marulanda Vélez, «Tirofijo», nació el 13 de mayo de 1930 en Génova, Quindío, y murió en las montañas del Caquetá, 78 años después, en el 2008, como comandante en jefe de la guerrilla de las FARC.
Quiero destacar su entrega total a la causa de los más humildes. 60 años de su vida los dedicó a la lucha por la paz con justicia social y por el establecimiento en Colombia de un gobierno verdaderamente sintonizado con las necesidades del pueblo llano. Quería tierra para los campesinos y dignidad para todos.
En los diálogos de paz de San Vicente del Caguán quemó todos sus cartuchos por el canje humanitario de prisioneros de guerra, pero esta aspiración no cristalizó por la mezquindad del presidente Pastrana, quien nunca se conmovió por la suerte de los más de 500 soldados y policías capturados en combate. No eran de su clase. En la zona de despeje volvió a ser inspector de carreteras al dirigir personalmente la apertura de la vía terciaria que conduce a La Macarena. ¡Cómo lo querían en esa región!
Siempre me impactó su tratamiento respetuoso a los campesinos, a los indígenas, a los negros, a los líderes sociales… Una vez los Nukak Makú, la etnia nómada que desnuda se movía por las selvas del Guaviare, se topó con el campamento donde él estaba; y mi padre enternecido les ofreció panela y comida. Los niños iban colgados al cuello de sus madres.
Un día mi papá se dio cuenta que mi hermano Rigo y Darío patearon a «Máscara», un perro que siempre se subía al carro que llevaba a los guerrilleros al puesto de guardia. Cuando regresamos nos reunió a todos y nos dijo que eso no se le hacía a los animales. Trató a los agresores del perrito, como verdugos. Se fascinaba mirando las aves, los micos, los venados. Era protector de todos los animalitos.
Cuando llegábamos a un nuevo campamento, siempre esperaba que Samuel, Arley y Camilo «Chicharrón», terminaran de hacer la hornilla para tomarse el primer café que colarán allí. De esa manera calificaba si la hornilla había quedado buena o no.
Como era el hombre de las energías limpias y silenciosas, por donde pasaba iba instalando plantas Pelton que alumbraban la oscuridad de las montañas.
El único consejo que me dio fue: «Nunca tome decisiones solo. Tómelas en colectivo», eso me lo dijo en El Papamene, una selva en jurisdicción de La Uribe.
Ah, y el pescado que más le gustaba, era la sardinata sudada.