Camilo no es ajeno a las corrientes materialistas y a las respuestas que el marxismo da a los problemas sociales. Por esto, no está ausente en sus reflexiones el contraste de enfoques entre un cristianismo humanista y el materialismo marxista. Allí comienza a esbozar esa relación que crecerá con el tiempo entre una teología emancipadora y su particular relacionamiento con otras escuelas de pensamiento, en particular con el materialismo marxista.
Camilo observa que un fenómeno social cuya evidencia es a todos manifiesta es el de la preocupación del hombre actual por los problemas económicos y sociales. Hasta la mitad del siglo pasado las preocupaciones filosóficas constituían la principal inquietud de la humanidad. Después de la revolución industrial, cuando los ricos se hicieron más ricos y los pobres más pobres, las preocupaciones de los intelectuales se orientaron hacia la solución de problemas vitales para la existencia misma de una gran parte del género humano. Marx logra reunir, al decir de Lenin, las tres grandes corrientes culturales de su época: la filosofía clásica alemana, el socialismo francés y la economía inglesa. Muchos intelectuales católicos comienzan a plantear el problema de la cuestión social frente a los principios cristianos (Unión de Friburgo, Monseñor Ketteler, Marqués de la Tour du Pin), cuya actividad es protocolizada en el Magisterio ordinario de la Iglesia, por medio de las Encíclicas Sociales que han emanado de la Santa Sede en forma ininterrumpida desde fines del siglo pasado hasta nuestros tiempos.
Camilo sabe que esas discusiones no se dan en el vacío de una realidad social accidental, sino que esta última está atravesada por una concepción política e ideológica que caracteriza el tiempo que está viviendo. Reclama para la Iglesia una participación que no solo responda de manera explícita a esas problemáticas —económicas y sociales—, sino, igualmente, a su fundamento doctrinal y misional. Camilo afirma que hoy en día la ideología de los partidos políticos, los dos grandes bloques en que está dividido el mundo, las preocupaciones de los intelectuales giran alrededor de estos problemas económicos y sociales. La parte más selecta de la sociedad, los elementos dirigentes de ésta, los que están adaptados a las corrientes actuales en lo que éstas tienen de más noble (su estructura ideológica), exigen una respuesta a estos problemas antes de decidir el comprometerse en algún movimiento u organización.
Con un criterio puramente demagógico podríamos decir que valdría la pena el que el cristianismo buscara dar una solución a los problemas más latentes de nuestra época, únicamente para cumplir con la misión de dar una respuesta a inquietudes actuales, que son, por otra parte, absolutamente legítimas y apremiantes. Sin embargo, la Iglesia no considera ni digno ni necesario el adoptar posiciones que, aunque respondan a necesidades del momento, no vayan de acuerdo con su misión o con su doctrina. Es interesante el ver cómo la actitud social de la Iglesia se integra perfectamente dentro de esta misión y esta doctrina.
En ese dilema del compromiso real, doctrinario y misional, Camilo entiende que lo que está en disputa es la forma de contar con los sectores sociales que definen las lógicas de la conflictividad, en una postura de la Iglesia que debe estar del lado de los más humildes y, que por no estarlo, está perdiendo una base social que crece vertiginosamente en el seno de un capitalismo que se expande y consolida. Considera que el escándalo más grande del siglo diecinueve, al decir de Pío XI fue la pérdida del proletariado para la Iglesia. Muchas causas se han aducido para explicar este
fenómeno. Se ha dicho que el proletariado se ha descristianizado; otros afirman que nunca ha sido cristiano. Si entendemos como proletariado la clase social obrera formada por el advenimiento del capitalismo industrial, clase social que posee una cultura diferente y muy homogénea, clase social cuyas actividades y preocupaciones se desarrollan en un ambiente completamente nuevo y en el cual no ha habido una presencia del cristianismo como tal, entonces podríamos afirmar que el proletariado nunca ha sido específicamente cristiano. Sea lo que se fuere de esta afirmación, tenemos el hecho de que una gran parte de la humanidad (el mundo obrero) que crece cada día y que pertenece a una civilización llamada cristiana, está alejándose progresivamente de la mentalidad y de las prácticas cristianas.
La oferta de realizaciones espirituales dadas por la Iglesia no se compadece con la canasta de necesidades que tienen las clases trabajadoras y los sectores sociales y populares más desfavorecidos. Lo que genera que estos sectores y clases migren rápidamente hacia las ideologías que les ofertan un universo de respuestas concretas a sus múltiples necesidades de existencia. Este fenómeno no solamente contiene el elemento negativo de dejar de ser cristiano, sino el positivo de adhesión a un sistema materialista.
Sin que se produzca en Camilo un reconocimiento explícito de la validez absoluta de las respuestas marxistas para las realidades concretas de los sectores trabajadores, no puede dejar de aceptar que el marxismo se relaciona con mayor solidez argumentativa con las aspiraciones sociales de los trabajadores. Camilo señala que al examinar detenidamente por un lado la mentalidad de nuestros obreros industriales y por otro las soluciones que el sistema marxista ofrece, se encuentra una sorprendente concordancia. Esta concordancia no implica, de ninguna manera, ni la legitimidad de todas las aspiraciones obreras, ni la verdad de las respuestas marxistas. Solamente es necesario reconocer en una forma objetiva que la sociología marxista ha sabido analizar, precisar y desarrollar los elementos efectivos y pasionales de la clase proletaria. Dentro de estos elementos encontramos muchas cosas legítimas y muchas otras que no lo son.
Dentro de las respuestas marxistas podemos hacer la misma discriminación. En todo caso, el resultado es que a la masa obrera se le presenta como ideal una doctrina que responde a casi todas sus aspiraciones legítimas o ilegítimas. Si, por otra parte, no encuentran ninguna otra solución racional, y si no tienen principios de un orden superior al de sus problemas concretos, forzosamente aceptarán estas soluciones.
Frente a esta situación, que constituye para la Iglesia un reto que la conduce a orientar a los cristianos hacia la búsqueda de la solución de los problemas sociales y económicos y no solamente a la atención de sus problemas espirituales, Camilo se preocupa por encontrar una respuesta objetiva en la guía de las encíclicas papales y en la condición de que la Iglesia no representa ningún modelo económico, ni sistema político en particular. Por este afán de presentar una solución que sea verdadera desde el punto de vista técnico y práctico y que a la vez no contradiga los principios cristianos, sería necesario que los cristianos fueran impulsados y dirigidos hacia la búsqueda de una solución social. Las Encíclicas Pontificias, además de dar las soluciones generales a estos problemas, insisten reiteradamente en que los católicos traten de aplicar en el terreno económico, político y social de cada comunidad esas directivas generales que ellas han dado. Nosotros tenemos la gran ventaja, sobre el marxismo, de no estar ligados a ningún sistema económico concreto.
Para Camilo el reto consiste en unir de manera coherente los preceptos filosóficos y teológicos del cristianismo con lo que él denomina los conocimientos técnicos y científicos de las Ciencias sociales y Económicas, en el marco de una respuesta a las realidades sociales que no coloque en contradicción a la Iglesia con su misión evangelizadora. Camilo expone que en este afán de reaccionar ante las exigencias de una época y de una sociedad, los científicos católicos deben ser dirigidos y orientados para que con su técnica no vayan a destruir otros valores humanos tan caros al cristianismo. Los límites son sutiles, y en muchas ocasiones hay que llegar a ciertos extremos para poder abordar una solución efectiva. Esto implica el que los orientadores de estos científicos tengan por un lado un conocimiento profundo y muy adaptado de los principios teológicos y filosóficos y, por otro, una información suficientemente concreta de las ciencias sociales, para saber discernir el alcance de cada solución y su empalme con los principios eternos.
«La esencia del planteamiento de Camilo está centrada en su auténtico deseo de hacer del cristianismo una forma superior del humanismo»
Pero más allá de esa preocupación, la esencia del planteamiento de Camilo está centrada en su auténtico deseo de hacer del cristianismo una forma superior del humanismo. Este propósito solo se logra si a la atención de las necesidades del alma se le suman las necesidades del cuerpo. Es necesario que el cristianismo sea valorado como humanismo mucho más completo que cualquiera otro. El objeto de la redención no fue solamente el alma. Sabemos bien que la resurrección del cuerpo es uno de los frutos de ésta. También sabemos que toda la creación gemía y padecía esperando la liberación de la servidumbre, de la corrupción, para ser elevada a la libertad de la gloria de los hijos de Dios (Rom. 8, 21 y ss.). En el fin del mundo la materia será también transformada y, en cierto modo, glorificada.
«La conclusión a la que llega Camilo es absolutamente contundente: la Iglesia no puede ignorar la realidad de lo social y la necesidad de lo humano, como fundamento de las posibilidades del desarrollo del mundo espiritual«
Por otro lado, la caridad, esencia misma del cristianismo, no tiene como único objeto el alma humana. Debemos amar al hombre total, de la misma manera que la redención contempla al hombre en todos sus elementos. El hombre total es social: por eso el cristianismo no puede desconocer esa actividad. Aún más, en el puro orden sobrenatural, por la comunión de los santos, nuestra salvación no puede dejar de ser social. La conclusión a la que llega Camilo es absolutamente contundente: la Iglesia no puede ignorar la realidad de lo social y la necesidad de lo humano, como fundamento de las posibilidades del desarrollo del mundo espiritual. Camilo agrega que esta unidad humana que el cristianismo no solo no desconoce, sino que protocoliza, implica la interacción entre los diversos órdenes que la constituyen: entre el orden natural y el sobrenatural, entre el orden material y el espiritual, entre el orden individual y el orden social. Aunque estuviéramos, los cristianos, preocupados únicamente del orden sobrenatural, no podríamos desconocer las implicaciones que sobre este orden tiene todo el elemento natural, espiritual y material. Recordemos que Santo Tomás nos dice que es necesario un mínimum de condiciones materiales para la práctica de la virtud.
La preocupación de Camilo, en relación con el humanismo cristiano, como la forma superior del humanismo, está unida a las urgencias del momento histórico y a las responsabilidades que con él tiene la Iglesia. Los conflictos sociales y políticos van en aumento y no pueden permanecer desapercibidos por la Iglesia, las realidades históricas de Europa así se lo evidencian. Estos enunciados, dice, haciendo referencia a lo planteado anteriormente, son ya un lugar común, plantean una situación angustiosa en el caso de que, como lo dijimos antes, veamos que el mundo de hoy pide una respuesta a una serie de inquietudes que pueden ser saciadas por el cristianismo. Si nosotros nos encontramos impotentes para resolver los problemas legítimos que el hombre de hoy se plantea, podríamos dar explicaciones: o bien esos problemas legítimos salen del ámbito de nuestra acción; o bien, en muchas ocasiones, ha faltado adaptación
histórica para considerarlos.
En el periodo en que realiza sus estudios en Lovaina, Camilo tiene una preocupación urgente porque la Iglesia y la práctica testimonial del Evangelio se coloquen en una relación directa con las necesidades y urgencias de los tiempos modernos. Se manifiesta en su discurso la necesidad de acercar a la Iglesia a través de sus sacerdotes a los conflictos y urgencias sociales, desde el conocimiento técnico de la realidad paro lo cual algunos sacerdotes deben prepararse.
Camilo cree que la práctica del cristianismo no puede reducirse a ir a misa media hora cada semana. Considera necesario transformar esa práctica partiendo de una autocrítica de la labor sacerdotal, reconociendo que Cristo ha sido el inventor de la autocrítica; la que no expresa otra cosa que el examen de conciencia sobre lo que se hace.
Las preguntas de Camilo sobre la relación de la Iglesia con las necesidades de su tiempo son contundentes: ¿nos hemos preocupado suficientemente de adaptar, claro está, sin claudicaciones, nuestra doctrina a las necesidades del hombre actual? ¿Dentro de estas necesidades, dentro de las más nobles de éstas, no se encuentra acaso la de una respuesta a sus inquietudes por los problemas sociales, alrededor de los cuales está girando de hecho toda la humanidad?
¿Pero acaso la explicación del dogma no debe estar también condicionada por su enfoque y en sus aplicaciones, a las necesidades de cada época y de cada grupo social?
Lo que está comenzando a tomar forma en el pensamiento de Camilo es el cuestionamiento cuidadoso a las prácticas de una Iglesia tradicional, preocupada por el acompañamiento espiritual de sus fieles pero que se separa de la realidad histórica que viven y de las necesidades y angustias que padecen en su vida material. Camilo no solo reclama de los fieles que busquen el camino de lo humano con lo divino en la realización de lo humano. Quiere que lo que constituye la representación “legítima” de lo divino, la Iglesia, se una con lo humano, porque eso es lo que constituye el ejemplo de la encarnación de Cristo. Camilo pregunta con insistencia: ¿pero acaso todo el cristianismo no es una obra grandiosa de adaptación del hombre a Dios y de Dios al hombre? ¿Qué es la encarnación, qué es la persona de Cristo sino una adaptación hipostática de la divinidad a la humanidad? Cuando el hombre actual considera que sus actividades y sus inquietudes diarias están separadas de sus creencias religiosas ¿no puede ser, en parte, porque esas creencias no le han sido presentadas como una respuesta a sus inquietudes, como una orientación a cualquiera de sus actividades, con la condición de que éstas sean legítimas?
Ahora bien, la adaptación a los tiempos modernos tiene como prerrequisito un acercamiento profundo de la Iglesia y los cristianos al estudio y a la apropiación del conocimiento de las ciencias y las tecnologías, las que deben ser colocadas al servicio de las soluciones de los problemas de lo humano. Para ello hay que superar los temores de que los avances de la ciencia van a entrar en contradicción con el dogma. Para Camilo esta posición procede de una falta de confianza en las verdades reveladas. Nada que sea verdadero podrá llegar a contradecir nuestra fe. Todo lo positivo, todo lo verdadero, todo lo bueno, todo lo auténticamente científico es nuestro. Los cristianos no tenemos nada que temer de lo que sea auténtico, no importa en qué campo se realice.
Con base en estas preocupaciones Camilo plantea que la ausencia de la Iglesia en los lugares de la ciencia constituye el fundamento de su desadaptación a los tiempos modernos. Luego hace un llamado a que el testimonio cristiano supere los temores a los avances de la ciencia y la incorpore a las adaptaciones que debe hacer para funcionar según las circunstancias de cada momento histórico. El ausentismo en el campo técnico implica hoy en día una desadaptación. La verdadera técnica, constituye hoy una base innegable del patrimonio de nuestra civilización. Sobre esta base están de acuerdo tanto el mundo oriental como el occidental.El conocimiento que se tenga del hombre y de la sociedad no puede ser un conocimiento empírico solamente. Necesitamos conocer científica y profundamente la mentalidad del hombre de hoy y de las sociedades que él constituye. Una adaptación que no esté basada sobre este conocimiento no puede ser verdadera adaptación. Por eso es necesario que los cristianos tratemos de tecnificar el conocimiento que debemos tener de las inquietudes del mundo actual. El estudio de las ciencias sociales, como instrumento para conocer esas inquietudes, para resolverlas no en abstracto ni tampoco separadas de nuestros principios fundamentales es hoy en día indispensable para todos los que quieran llevar un testimonio de Cristo, tanto en la predicación como en el ejemplo; es muy distinta la actuación de un cristiano que vive y comprende las necesidades de sus hermanos a otro que, conociendo ampliamente la revelación, esté completamente alejado de éstas.
Ese proceso de adaptaciones que convoca Camilo tiene como propósito esencial hacer de la Iglesia una institución más social y transformar el cristianismo, a través de un compromiso cada vez mayor y más pertinente con las realidades que viven los cristianos, con enfoques cada vez más sociales. Al respecto camilo expone que hoy en día, el hombre necesita ver a un Cristo social como ideal para injertarse en Él y para considerarlo como la respuesta siempre antigua y siempre nueva a todos sus problemas desde los más abstractos y sublimes hasta los más concretos y ordinarios, si éstos son verdaderamente positivos.
El periodo que va de 1956 a 1958 es para Camilo de ajustes y adaptaciones en su vida personal; de discusión con las necesidades de su tiempo en relación con la Iglesia, el marxismo, la ciencia y la educación. Se nota en este periodo una lucha interior por afianzar sus convicciones, pese a la adversidad institucional que tiene que enfrentar, dada la orientación tradicional que la institución de la Iglesia tiene en el país y de sus enfoques doctrinarios que buscan no involucrarse en los problemas sociales más allá de lo que posibilita el ejercicio de la caridad.