• diciembre 23, 2024 2:44 pm

Empezar de nuevo: La Pola, Chinche y Caucho Roto, la familia de la primera línea

PorColumna de opinión

Jun 2, 2021

La grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse Tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza qué conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo.

El reino de este mundo, Alejo Carpentier.

Guardián de la puerta de valor
déjame entrar
para decirle a Dios
que ya no aguanto más
lo que es la realidad.

Fragmento de la canción favorita de La Pola.

Texto: Sebastián González Aguilera, Jesús.
Fotos: Andrés Zea @estratagema_

El chinche: un niño encapuchado.

Llegamos pasadas las diez a la esquina en donde se aguanta al ejército oscuro noche tras noche desde hace un mes. La primera línea está formada en la subida de Las Quintas. El ESMAD se ubica en la parte superior. Abajo, sobre La Cali, somos cientos de personas en la esquina. Hay un aire de victoria por sabernos multitudinarios en el punto donde la policía suele ubicar sus tanquetas para arremeter contra nosotros.

Transcurren unos pocos minutos y caen gases lacrimógenos que desesperan a la gente de inmediato. Aunque trato de guardar la calma me siento sofocado, el pecho se achica y un ardor repentino me obliga a cerrar los ojos. La veo a ella retroceder con su espalda flexionada, su respiración agitada y sus ojos apretados. Un hombre vomita en el andén y otro hunde su cabeza en el pasto tratando de contrarrestar los efectos del gas. Avanzamos hacia una calle paralela de manera torpe, abriendo los ojos cada tanto mientras se enjuagan de lágrimas que agudizan el ardor. Ya en la calle tosemos, escupimos y tratamos de retomar la calma. Una mujer desde su terraza deja escurrir un chorro de agua para quien quiera lavar su cara o beber un poco. De cada cual según sus capacidades, me digo. Algo ha cambiado en los gases en los últimos días, más asquerosos, más hijueputas. Recuperamos el aliento y avanzamos a la calle de la resistencia por detrás.

Avanza la noche y la primera línea sigue ganando terreno en la subida. Decidimos quedarnos en este punto aún asustados por la memoria del sofocamiento de unos minutos atrás. En medio de la oscuridad de la noche, del humo de las llantas quemadas, del reflejo del semáforo en las ventanas veo a Chinche con una camiseta blanca como capucha. Tiene postura de guerrero y a pesar del frío tiene los brazos descubiertos. Su ropa blanca ilumina la calle. Es un niño y me sorprende la imagen. Decido tomar una foto.

Al rato veo a Chinche sentado sin capucha en el andén, está con su madre y su hermana. Me cuentan que han salido en familia todas las noches desde que comenzó el Paro Nacional, ahora mismo su hermano está en la primera línea. Esta es la historia de la familia de Chinche, de su hermano Caucho Roto, de sus amigos del barrio, de su padrastro Pope y sobre todo de su madre, La Pola.

La Pola, en las fracturas de la historia

Después de compartir durante varias noches en el aguante nocturno nos encontramos en la casa de La Pola para que Andrés tome unas fotos. En las profundidades del sur occidente La Pola nos recibe en su casa, famosa en el barrio por su historial de residentes que han sido asesinados. El caso más perverso es el de un hombre que apareció degollado. Llegamos en la noche y subimos las bicicletas por unas escaleras estrechas que nos conducen a su apartamento. A la izquierda una clara olla y un baño que parece un cubículo de concreto. Un paso adelante y al frente la habitación de La Pola con una cama, un armario, un televisor y varios peluches de monos, angosta y barroca la siento sencilla y acogedora. Le pregunto por el peluche más grande y me cuenta que lo recogió en una casa que estaba siendo demolida para echar a andar la expansión urbana. Gesto tierno el de adoptar un peluche soñado. A la derecha una habitación más grande con dos camas y un estante chico como armario. Un paso a la izquierda y está la cocina con un mesón de un metro, una estufa y poco más. Nos reciben Keyla, Kira y Negra. Una perra y dos gatas adoptadas. Gesto generoso el de rescatar animales.

Almorzamos al día siguiente dos pollos asados en las camas de la habitación grande. Me sobrecoge esta nueva amistad formada entre calles, corriendo al gas, dudando por dónde escapar, calculando qué tanto acercarse al frente, compartiendo estrategias contra la asfixia, queriendo cambiar algo. Nos cuentan graciosas historias familiares, el origen de sus apodos, su vida misma. Iniciamos la entrevista tímidamente, pero en la escucha atenta está el otro, la otra, La Pola. Me cuenta su vida y al escucharla pienso que toda ella la ha llevado a este quiebre, a esta fractura de la historia, acaso porque La Pola ha habitado las fracturas de la historia durante 35 años.

Nació en el Caquetá en la década en que los cultivos de coca se volvieron masivos en el departamento. En la década en que la violencia estatal, del gobierno de Turbay Ayala, generó un desplazamiento masivo hacia Florencia, la ciudad de nacimiento de La Pola. Ocho años en Florencia fueron suficientes para generar la consciencia de esta fractura que el azar la obligó a habitar. De su infancia en el Caquetá La Pola recuerda la violencia del padre, describe a su madre desnuda recibiendo los golpes planos de machete. Explica que su madre decidió abandonarla para zafarse de esa violencia. Cansada de recibir los golpes, la envió a ella y a su hermana a la casa de su abuela paterna, en Soacha, con la certeza de que el patriarca se iría tras sus hijas, a las faldas de su madre.

La abuela, una costurera del barrio, asumió el cuidado de La Pola. Fue la abuela quien la apodó así por rebelde, por voluntariosa, por no permanecer en silencio. Sin embargo, por más rebeldía, por más voluntad y por más no callarse La Pola no pudo detener el maltrato de una tía. Pasaron unos años y sabiendo esa guerra perdida optó por la huida: tomó 10 mil pesos de su abuela, buscó una oferta laboral en el periódico y escapó de su casa con catorce años.

En vez de trabajo se encontró con el Chapinero de la explotación sexual y las violaciones. Un hombre que conducía una camioneta se le acercó adivinando su hambre y le ofreció comida. Ella aceptó, pero antes de subir logró ver a cuatro hombres desnudos en la parte trasera del carro y corrió hacia un celador que presenciaba la escena y la llamó. Todos los días se llevan niñas, le dijo. El celador le permitió quedarse por una noche y esculcó entre sus cosas hasta dar con el número de la abuela. La Pola, decidida a no soportar de nuevo los golpes de su tía, salió corriendo a buscarse otra vida en la calle.

Desorientada entre burdeles y una ciudad ajena logró dar con la iglesia de Lourdes. Allí se escondió en el confesionario y durmió por dos noches en él hasta que el cura llevó a una mujer fornida que tenía un hogar de madres sustitutas. En el hogar las madres cuidaban niños huérfanos y prematuros. La mujer le ofreció vivienda y comida a cambio de trabajar como madre sustituta, todo a escondidas de la institución pública que pagaba por el hogar. Allí trabajó por 350.000 pesos al mes, hasta que unos meses después la mujer fornida se hizo demasiado vieja y el hogar fue cerrado.

Durante este tiempo estudió en las noches en un colegio de La Candelaria, en el centro de Bogotá. Allí conoció a una amiga que le daría alojamiento una vez el hogar cerró. Por ella llegó al tradicional y popular barrio de Los Laches, con menos de 16 años. Su amiga era novia del Loco Fabio, el man que controlaba las vueltas en el barrio. El Loco Fabio las contrató como “mulas” para que transportaran drogas y armas artesanales desde Los Laches a la Ele, el centro de tráfico de drogas y armas más grande de Bogotá en el momento. La Pola cargaba una pesada mochila de viajes y caminaba hasta la entrada de la Ele donde debía decir un código, entregar la mercancía, recibir el dinero, volver donde el Loco, devolver la plata. Por cada viaje un pago. Un viaje cada dos días. La Pola y su amiga siguieron haciendo este trabajo que consistía, sin más, en caminar unas cuadras. Siguieron caminando los pasos de su historia hasta que un día unos policías decidieron requisar a su amiga, La Pola entendió la situación y siguió su camino. Su amiga resultaría dos años en una cárcel para menores. Capturada por caminar. Unas niñas habitando la fractura de la guerra contra las drogas.

En ese remolino de adolescencia, pobreza y criminalidad La Pola resultó embarazada de su hija mayor, Sofía. Volvió por un corto período a la casa de la abuela, pero la insolencia de haber salido a buscar una vida sin golpes fue castigada por ella. A La Pola sólo la dejaba amamantar a Sofía. Defendiendo su libertad y defendiendo la posibilidad de criar a su hija salió de casa de nuevo, con dieciséis años y una hija de cuatro meses. Volvió a Los Laches y allí vivió por un tiempo con un policía del barrio, pero esa relación causaría la desconfianza del Loco Fabio. La Pola sabía mucho para ser novia de un policía. El Loco la desplazó del barrio. Para amedrentarla quemó toda la ropa de Sofía y se las cantó. Del policía tampoco se supo mucho más salvo que al cabo del tiempo se casó y mandó al Loco a la cárcel por cinco años.

La Pola siguió buscándose la vida en trabajos ocasionales, de pago diario. Como mesera de bar allí, como mesera de café en otro lado. Así, hasta que a los dos años conoció al dueño de una pequeña metalurgia, Rafael, quien le pagaba para que cuidara a sus hijos y preparara la comida a poco más de una docena de trabajadores. Entre ellos conoció al papá de Caucho Roto, un hombre que le ocultó que tenía esposa y abandonó la fábrica y a La Pola cuando supo que estaba embarazada.

Rafael supo identificar la vulnerabilidad y decidió ofrecerle que trabajara como interna en su casa. Ser interna quiere decir que tenía que vivir en la casa de su patrón. Rafael le ofreció un pago de 200.000 mensuales y una habitación para La Pola, Sofía y Caucho Roto. Ella debía encargarse del mantenimiento de la casa, de cuidar a los hijos de Rafael y de preparar la comida todos los días. Rafael logró mantener estas condiciones de explotación laboral durante 10 años. Si inicialmente pagaba poco más de la mitad del salario mínimo al final el pago representaba una tercera parte de este. En medio de esta situación La Pola conoció al padre de Chinche, sobre él no comenta mucho, sólo que no lo quiso nunca. La Pola, Sofía, Caucho Roto y Chinche habitaron entonces una habitación en la casa de Rafael por años.

La falta de prestaciones sociales, de un salario que si quiera se acercara al salario mínimo o de un espacio para sí y sus tres hijos no es lo que más tiene presente La Pola para haber dejado de trabajar con Rafael como sí tiene presente el maltrato cotidiano, las palabras humillantes, el clasismo y la manipulación. El último abuso de Rafael fue el uso de su nombre para sacar prestamos bajo la promesa de algún dinero exiguo. Préstamos de millones que no ha pagado y que tienen aún a La Pola en un infierno burocrático y económico. La vida de la Pola en las fracturas de la historia, entre la violencia del padre, de la pareja, del patrón, de la violencia patriarcal.

Acostumbrada a empezar de nuevo La Pola decidió salir de la casa de Rafael. Ha pasado los últimos años, como cuando el Loco Fabio la forzó a salir de Los Laches, buscándose la vida en trabajos de diario, trabajos inusuales. Constantemente desempleada, iniciando una y otra vez la lucha de los días.

III.                El Aguante

Una noche de septiembre Pope, el novio de La Pola, al regresar de su trabajo se tropezó con la revuelta en la esquina de su casa. Alborozados, vecinos y vecinas estaban en la ofensiva contra la estación de policía.  En el acto mismo del ataque algo se develaba para Pope. Su cuerpo observado objeto de la arbitraria inspección policial, su carne golpeada en las detenciones sin justificación, las lágrimas de miedo por enfrentarse al monstruo de la represión, el ensañamiento policivo contra sí y contra los suyos atravesaron por sus ojos. Llegó a casa y contó el Acontecimiento. La Pola, Caucho Roto, Sofía y Chinche lo entendieron de inmediato porque en sus cuerpos también habita la memoria de esa violencia. Sin dudarlo salieron a asumirse parte. Como si desandaran su historia en pocos pasos, como si una nueva verdad se revelara en un palpito, como si su vida se reorganizara de repente persiguiendo un nuevo horizonte salieron a la calle siendo ellos mismos, de una vez y sin retorno, parte de la multitud.  Toda una vida transcurrida para llegar a ese momento en que la rabia, la tristeza y la lucha de los días encuentran su cauce.

El recuerdo de esa noche es un mito fundacional, una suerte de rito de iniciación en la actividad política para la familia. La Pola cuenta que nunca ha votado y entre risas recuerda que antes se preguntaba por qué se meten con mi Uribe. Chinche se involucra en la conversación y canta la arenga que dice que Uribe es paramilitar. La vinculación de Uribe con los pobres a través del asistencialismo ha encontrado su fin, para La Pola en ese proyecto no hay futuro para sí, ni para Chinche. Esa noche la policía asesinó a 13 jóvenes. Sin embargo, algo había cambiado en La Pola y en sus hijos, algo que cuesta poner en palabras, pero que se encarna todas las noches. La Pola, Chinche y Caucho Roto representan un límite de la lucha del Paro Nacional. Transeúntes, periodistas, policías, trabajadores de integración social, mediadores y manifestantes no saben definir su imagen. Transforman las representaciones de lo infantil, de lo maternal, de lo familiar, de lo revolucionario.

Cuando se acerca la noche La Pola alista el agua con bicarbonato que neutraliza el gas, las camisetas que servirán para encapucharse, los cascos, los guantes, guarda todo en una bolsa. Caminan calles largas y al paso se van encontrando con otros muchachos que hacen parte del aguante. Ya se ha formado una primera línea de este lado del Portal de la Resistencia. Llegan al punto que han definido para encontrarse con los amigos del barrio. Se pasa el tiempo hablando, a veces jugando futbol, comentando el tropel de la noche anterior. Chinche y Caucho Roto se mueven de un lugar a otro calculando por dónde iniciará el ataque, analizando la situación de la noche, la posible fuerza con la que vendrá la arremetida, las tanquetas estacionadas, los policías escondidos, los drones vigilando.  

Chinche y Caucho Roto andan alerta, yendo hacia adelante, a los puntos críticos donde iniciará la arremetida de la policía. La tensión aumenta minutos antes del ataque, los policías empiezan a formarse, a llegar por calles aledañas. Entonces La Pola prepara la protección de Chinche, Caucho Roto y a veces de los muchachos del barrio. Betún bajo los ojos y la nariz para que el gas no les afecte tanto, capucha para proteger su identidad, casco porque la policía dispara horizontalmente, recientemente unas máscaras contra el gas compradas con dinero enviado desde Chile. Lo hace con ternura y preocupación. La Pola sabe que es arriesgado, ha vivido la violencia policial en carne propia, sin embargo, es algo que debe hacerse. La mirada de manifestantes es constante, unos aplauden la valentía y otros la sancionan. Los mediadores, sin excepción, se acercan a solicitarle que saque al niño de ese espacio, que se vaya. La Pola ignora o responde, no necesita más justificación que con ella misma y con Chinche. Habitar la fractura de la historia es habitar esa dislocación, esa perplejidad de los otros. Esa extrañeza frente al pueblo que son La Pola y sus hijos.

Caucho Roto y Chinche suelen estar cerca de la confrontación cuando inicia. La Pola mira de lejos con la certeza de que entre amigos se defienden y saben escabullirse. Cuando inicia el repliegue Chinche busca a La Pola de inmediato, con su pequeño cuerpo de 10 años corre ágilmente y siempre encuentra a su madre. Conoce sus límites y sabe que La Pola, a pesar del asma, siempre estará esperándolo. Caucho Roto se toma más tiempo algunas veces, resiste un poco más. La calle en la que se concentra la resistencia y el parque de la brigada médica son el punto de encuentro una vez el ejército oscuro inicia sus embocadas.

Dependiendo el nivel de violencia La Pola permite que Chinche se acerque al frente o permanezca con ella en la retaguardia. Caucho Roto, con sus 14 años, ya ha ganado cierta independencia que le permite ir al frente, evaluar la situación y decidir si permanecer allí o estar atrás con su madre. En ese constante retroceder y avanzar se pasan las noches. La Pola quiere ser mamá de la primera línea, pero el asma se lo impide. Permanece en la retaguardia esperando a sus hijos, con neutralizador para quien lo necesite. La Pola es la primera línea del cuidado. Otras veces ha apoyado rompiendo adoquines con martillos y cargando el material hasta la segunda línea, la que detrás de los escudos de la primera contiene el avance de la policía con los adoquines rotos. Tales son las armas del pueblo, las únicas armas verdaderamente no letales en estas noches.

Caucho Roto se mantiene adelante aguantando hasta que el gas se hace demasiado fuerte y entonces retrocede hasta donde La Pola. Se organiza con sus amigos del barrio, los de la primera línea de sus cuadras. Tras ellos y con ellos, que son un par de años mayores. En los momentos de relativa calma Chinche se acerca, incluso se para frente a la tanqueta y expone la demencia de la represión con su cuerpecito danzarín. Baila frente a la tanqueta y su cuerpo indefenso crea una tremenda imagen del paro. De un lado helicópteros y tanques de guerra con lanzadores criminales que disparan sin reparo. Del otro lado, chiquillos de barrio, madres solteras, trabajadores manuales, adolescencias difíciles, el pueblo armado con precarias herramientas, brazos lánguidos en una confrontación que, en la fuerza, es una derrota anunciada.

Empezar de nuevo.

A La Pola se le dificulta poner en palabras el porvenir que se imagina, así sea idealmente, cuando esto acabe. Titubea hablando de la reforma tributaria y del salario de los congresistas. A tumbos regresa a su experiencia vital y al regresar se unen Pope y Sofía. Pope cuenta que el almuerzo, muchas veces, es una gaseosa con pan. La Pola explica que desde hace varios años comen dos o incluso una vez por día. Sofía cuenta cómo le hacen juego al hambre con el sueño: despertar tarde para no comer en la mañana. Con las ideas más claras La Pola recuerda una cosa mínima que desearía y nunca ha tenido: un trabajo con prestaciones sociales básicas. Habla de Sofía que acaba de terminar el colegio y se pregunta sobre su futuro ¿Cuál futuro? La Pola se sabe excluida, su vida representa el fracaso de la política occidental. La semántica de la política occidental, sus frases gastadas, su pantomima de inclusión y toda su institucionalidad no significan nada porque, para usar la frase de Reyes Mate, el secreto de los pobres es la conciencia de la falsa universalidad del sistema de los ricos.

Unas noches atrás, frente al Portal de la Resistencia, hablo con muchachos de la primera línea, también están La Pola y sus hijos. Uno de ellos tiene aún su ojo morado por un disparo con bala de goma propinado por un policía. Se le extravía la mirada cuando hablamos sobre el futuro, sobre lo que puede resultar de toda esta rebeldía. Se toma un tiempo para pensar mientras su compañero repite algo que escuchó en el colegio sobre el carácter garantista de la constitución política. Lo mira con desdén y permanece en silencio hasta que por fin puede poner en palabras lo que se imagina:

¿Sabe yo qué quisiera? Yo quisiera que todo empiece de nuevo.

Lo que queda es la certeza de que algo tiene que cambiar. Y en esa certidumbre radical es que La Pola, Chinche y Caucho Roto están escribiendo su futuro.  

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