El amor eficaz es una fuerza transformadora de las prácticas religiosas y sociales, que adquiere forma en la caridad eficaz, percibida como auténtica solidaridad humana. Si se tiene caridad, se tiene todo. Porque aquél que ama al prójimo cumple con la ley (Rom. xii i, 8). La caridad es, por lo tanto, la ley en su plenitud (Rom. xiii, 10). No puede haber vida sobrenatural sin caridad, y sin caridad eficaz. Esencialmente la caridad es el amor sobrenatural.
Para que haya verdadera caridad se necesita que exista un verdadero amor. Las obras en favor del prójimo son indispensables para que el amor sea verdadero. Por lo tanto, la caridad ineficaz no es caridad. Si un hermano o una hermana están desnudos, si ellos carecen del alimento diario, y uno de vosotros le dice: Id en paz, calentaos, saciaos, sin darles lo necesario para su cuerpo, ¿de qué sirve esto? (Sant. 11, 15, 16).
Para Camilo lo que decide el lugar que se ocupa en el “juicio final” está determinado por la manera que se ha dado en amor y en caridad eficaz al prójimo. Dice Camilo que el juicio de Dios sobre los hombres está basado fundamentalmente en la eficacia de nuestra caridad. En el juicio final (Mt. xxv. 31 ss.) lo que decidirá sobre la suerte eterna será haber dado comida, bebida, hospedaje, vestido, acogida real a nuestros hermanos.
Pero la caridad no es solo de los cristianos ni se da únicamente al interior de las iglesias, es propia de la condición humana y se expresa a través del acto solidario. La caridad es compromiso con la construcción de un mundo material que ofrece condiciones de dignidad y de justicia a todos los seres humanos. Por eso para Camilo la fe y el amor eficaz, el acto de la caridad misma, como práctica eficaz del amor, no es únicamente del mundo de los cristianos, sino del mundo de los humanos. Dice Camilo que una persona que esté de buena fe puede salvarse. No es cierto que fuera de la Iglesia no puede haber gracia, ni que la única forma de pertenecer a la Iglesia sea la recepción formal de los sacramentos.
Puede haber Bautismo de deseo y Penitencia de deseo. Por lo tanto, puede haber vida sobrenatural, aun cuando no haya fe explícita, ni recepción formal de sacramentos. En cambio, no puede haber vida sobrenatural, en los individuos racionales, si no hay obras en favor del prójimo. El problema no es de exclusión sino de prioridades, de política en la acción apostólica; en una palabra, de pastoral.
Camilo establece una interesante relación entre aquellos que son cristianos por sacramento y aquellos que son cristianos por la manera en que aman al prójimo, desde un amor y una caridad eficaz sabemos que los sacramentos producen la vida sobrenatural. Pero la recepción externa no es necesaria para los sacramentos “in voto”. En cambio, sabemos que las obras a favor del prójimo (espiritual y material) sí son indispensables para la vida sobrenatural.
La acción apostólica puede especializarse en procurar la práctica de los sacramentos. Sin embargo, esta práctica sin las obras no vale nada. En cambio, las obras, interiores y exteriores en favor de nuestro prójimo, sí deben presumirse hechas por amor sobrenatural. La presunción de la existencia de la vida sobrenatural, está basada en la obligación de pensar que todo el mundo está de buena fe, mientras no se demuestre lo contrario.