• noviembre 22, 2024 5:59 am

«Tenemos más miedo a vivir callados»

Una madre y su hijo hacen parte de un punto de resistencia en Cali, él en la primera línea, ella en la cuarta. Saben que se enfrentan a asesinos, pero dicen hacerlo por un futuro mejor.

Susana* recuerda que aquel 28 de abril marchaban por la calle cuando se sintió atacada por la fuerza pública. Vio cómo también lo eran quienes se manifestaban pacíficamente. Muchos jóvenes fueron gaseados, golpeados, heridos y llevados a la cárcel. “Fue un abuso de poder, sin razón”. La experiencia hizo que cambiara su forma de ver las cosas.

Ese día, la rutina de esta psicóloga de 40 años cambió. Dejó de ofrecer mercancía como ropa y zapatos en redes sociales y a sus clientes para enviar pedidos a países vecinos; atender a sus dos hijos de 18 y 17 años en su casa, en un barrio popular de Cali; y de vez en cuando atender a uno que otro paciente. “Todo cambió desde ese día que soy parte del grupo de resistencia”.

Empezó porque su hijo menor le dijo que lo acompañara, que él quería salir en la marcha. “Hicimos presencia en Sameco, nos concentramos ahí. Pero ver las injusticias y ver cómo ese día fueron agredidos y gaseados los muchachos, hizo que me quedara”.

Diego*, hijo menor de Susana, cursa el último grado de secundaria. Asevera que le interesa mucho estudiar y que por su cuenta buscó información sobre la reforma tributaria y la reforma a la salud.

Pidió permiso a su madre para marchar, y decidieron hacerlo ambos. Visitaron varios puntos de concentración hasta que se quedaron en Sameco. La primera vez estaban concentrados y la Policía llegó a agredirlos verbal y físicamente, “fueron muy groseros, se burlaban de nosotros. Decían que a nosotros nunca nos iban a escuchar, que estábamos perdiendo el tiempo, que nuestra opinión no valía para ellos ni para nadie”.

El inicio de la olla

Al siguiente día, regresaron con más responsabilidad. Ella adquirió el compromiso de ayudar con lo que se necesitara, la olla o lo que surgiera al calor de las vicisitudes del momento. Hoy es la responsable de la alimentación e hidratación de los “muchachos”. Al calor del tropel “estoy pasándoles el bicarbonato, o la leche para que puedan soportar los gases”.

Los habitantes del sector empezaron a solidarizarse con los manifestantes que se ubicaron en Sameco. Sabían que su rebeldía tenía justificaciones con las que se identificaban, e iniciaron a donar alimentos y de algunos restaurantes enviaron ollas grandes. Más vecinos se unieron.

“Montamos una olla comunitaria de la que comen todos quienes llegan a las actividades culturales o asambleas. Pero también han llegado infiltrados de la Policía que han donado comida dañada, envenenada, o sándwich con vidrio molido. Dos jóvenes alcanzaron a intoxicarse”. Las medidas de seguridad se intensificaron. Ahora se cercioran hasta del ph del agua que les suministran.

Comenta que varios de los muchachos que asisten al punto se alimentan mejor que en sus hogares: “Muchos han tenido de comer porque en sus casas no tienen nada, no tienen la posibilidad de hacerlo. Acá tienen sus tres comidas diarias”.

Por su parte, Diego explica que fue creando confianza con los muchachos, “estando pendiente de lo que faltara”. En una oportunidad se enteraron de que la Policía y el Ejército estaban levantando el punto de resistencia en Paso del Comercio y decidieron ir a apoyar: “Ese día lastimosamente nos mataron a un compañero de aquí del punto, le pegaron un tiro de fusil en la cabeza”.

Fue la jornada más fuerte de las confrontaciones. La pelea arreció a las 10 de la noche cuando desde las fuerzas estatales disparaban ráfagas de fusil: “Nos tiramos al piso porque no paraban, tiraban a matar”. Al amanecer, las rejas de las ventanas, las paredes y los tallos de los árboles evidenciaban los disparos. En el piso había muchos casquillos.

Fusiles contra piedras

Fue la primera vez que él se enfrentó a la Policía. Hubo mucha adrenalina, aunque no fue lo único que le permitió vencer el miedo: “Hace tiempo perdimos el miedo, tenemos más miedo a seguir viviendo callados ante tanta injusticia. Ya no queremos callar más”.

La muerte del joven le produjo mucha rabia.

Un soldador le fabricó un escudo con un pedazo de una caneca y decidió cubrir su rostro para hacer parte de la primera línea. Resiste a los ataques de las tanquetas, los gases, los explosivos con tornillos y puntillas, y las balas de fusil pensando en que unos metros atrás está su mamá: “Pienso en que al estar adelante la protejo para que no pasen y no le hagan nada. En combate siempre estoy volteando a verla para saber cómo está y cuando las cosas están bien complicadas le digo que se vaya o la refugio en una casa, y salgo a seguir combatiendo”.

Susana relata que la organización para resistir los ataques de la Policía fue constituida rápidamente: “Se maneja la primera línea que son los escuderos; la segunda son los lanzadores; la tercera se encarga de -cuando se hacen- las bombas molotov; la cuarta línea somos nosotras, las mamás que estamos pendientes de la hidratación, la leche y todo cuando los están atacando. Y la quinta línea, los paramédicos que están pendientes si hay heridos”.

Califica como algo horrible la primera vez que participó en un enfrentamiento: “me sentía prácticamente asfixiada por los gases, sentía temor, pero al ver y estar con los muchachos sale el compromiso de ayudarlos, de estar pendiente de ellos. Para mí, todos ellos son mis hijos y me duele lo que les pasa, me duele cualquier herida, más cuando ya tenemos uno asesinado”.

Ella y las otras madres de la cuarta línea deben cubrirse el rostro porque están amenazadas de muerte. A Susana le llegó un panfleto por debajo de su puerta con su nombre y el de su hijo. Al alzar el papel, recordó cuando policías rodeaban el punto de resistencia o llegaban de imprevisto a tomarles fotografías. “Esa amenaza me dio más fuerza para seguir adelante, me dio la certeza de que no podía abandonar a los muchachos, me dio más arranque para seguir en pie protegiéndolos y cuidándolos”, expresa sin el mínimo asomo de temor.

El sueño de volar

Han estado en las mesas de negociaciones con la Unión de Resistencias de Cali, URC, que dialoga con el gobierno de la ciudad con quien ya había algunos acuerdos, sin embargo, la decisión de una jueza ordenó al burgomaestre detener el proceso. “Eso hizo que los muchachos se sintieran manoseados, burlados, están dolidos. Por eso se han encendido más las barricadas en estos días”, explica la psicóloga.

Piden educación, que comprende matrícula cero para quienes ya están en la universidad, cupos universitarios para quienes no los tienen, salud, empleo. “En nuestro punto hay muchos jóvenes que venden dulces, entonces, que tengan la oportunidad de un trabajo digno”, desea Susana.

Diego sueña con ser piloto, con volar aviones: “Para mí estudiar es primordial, es esencial. Me gustaría ser médico, pero sé que es algo muy difícil porque hay que tener un presupuesto económico muy grande. En Colombia la gente no sale adelante porque hay muy pocas posibilidades”.

Está convencido de que lo que hace es clave para que en un futuro cercano la situación sea diferente. Por eso es contundente: “Tengo las esperanzas de que si seguimos en la lucha nos van a escuchar y todo tiene que cambiar para que nuestros hijos y nietos puedan crecer en un país con oportunidades, aquí no luchamos por nuestro bienestar sino por el de todos”.

*Nombres cambiados a petición de los entrevistados.

Sobre el autor

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Juan Carlos Hurtado Fonseca

Comunicador social y periodista con diecisiete años de experiencia en periodismo escrito sobre temas políticos y sociales, siempre en relación directa con organizaciones sociales. Tallerista en temas de comunicación, redacción y periodismo.

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