Por Carlos Manuel Villalobos
Hablaba despacio, con el acento inconfundible de los herederos de Babilonia y la mirada serena de los que tienen en el espíritu la antigua sabiduría de los sufíes. Su pelo largo y blanco, la barba tupida y la espesura de las cejas, lo hacían parecer más bien un mago o una suerte de alquimista errante.
Confieso que cuando entré al aula no me pareció creíble que este hombre fuera el profesor que me daría el curso de Nuevas tecnologías de la comunicación. No sé, esperaba un informático o un periodista de porte más joven y no ese hombre que hablaba con dificultad el castellano. ¿De dónde había sacado mi universidad este docente? Mis estereotipos mordieron el polvo en cuanto nos entregó el ambicioso programa. Las lecturas eran numerosas y actualizadas. Supe que estaba frente a un lobo astuto que sabía muy bien cómo poner en jaque a sus jóvenes alumnos.
Se llamaba Anwar Al-Ghassani Thair y era un viejo periodista iraquí que había parado en Costa Rica gracias a su vínculo conyugal con una mujer de origen tico. Se había graduado en la Universidad de Leipzig, Alemania, como doctor en Periodismo con énfasis en Ciencias Políticas y como buen descendiente de la genética de Babel, entre otras lenguas, hablaba árabe, curdo, turcomano, inglés, alemán y español.
En 1963, mientras estudiaba pintura en la Universidad de Bagdad fue torturado y estuvo en prisión durante ocho meses. En 1966 de nuevo fue detenido y privado de sus derechos. Estas circunstancias lo obligaron a abandonar para siempre su tierra natal. Con la llegada al poder de Saddan Hussein las posibilidades de retorno se volvieron prácticamente nulas.
Al-Ghassani nunca regresó a las tierras de su antigua Babilonia. No pudo reencontrarse con su natal Qalat Salih y tampoco con la famosa Kirkuk de linaje sumerio acadio, la provincia donde creció. Lo más cerca que estuvo del mundo árabe fue en Argelia, donde vivió varios años, hasta que en 1984 se radicó definitivamente en América Latina.
En 1999, la Universidad de Costa Rica me contrató como docente. Entonces Anwar dejó de ser el “profe de tecnologías” y se convirtió en mi colega. Fue un nuevo privilegio. La relación se transformó en una amistad mediada por la pasión literaria que nos unía. Cuando hablaba de su obra y me compartía sus poemas, el fuego eterno de Baba Gurgur le iluminaba el rostro. No había ninguna duda. Él era la continuación de aquella hoguera de Kirkuk que tiene más de cuatro mil años y el heredero de la escritura cuneiforme con sus más de cinco milenios de antigüedad. No en vano, los poetas de Irak bien podrían llenar por sí solos la enorme biblioteca de Alejandría.
El 2005 fue para Al-Ghassani el año de la realización como poeta en el mundo hispano. El Festival Internacional de Poesía de Costa Rica le dio un lugar como invitado especial. Luego asistió al más importante de los encuentros literarios de América Latina: El Festival Internacional de Poesía de Medellín en Colombia. Lo invadió la euforia. Comprendió que su nombre de poeta ahora también podría trascender más allá del Oriente Medio. Atrás quedaron sus poemas en árabe, alemán e inglés. Ahora la lengua del poeta era el castellano, la última que le dio Babel.
Junto con poetas iraquíes como Moayad al-Rawi, Fadhilal-Azzawi, Sorgon Bulus, Al-Ghassani y Salah Faik, figura como uno de los fundadores el Grupo literario de Kirkuk. La agrupación surgió en los años 50 y es considerada como una de los más influyentes en la poesía árabe actual. Además de lo estético, se suma la persecución que tuvieron sus integrantes. Fueron tachados de rebeldes y reprimidos por el sistema político.
Pero la desbandada de los escritores iraquíes no solo tocó a los jóvenes que provenían de Kirkuk. Poetas de diferentes generaciones también tuvieron que emigrar. Es el caso de Abdal-Wahab al-Bayati (1926-1999) quien falleció en Siria. Otros escritores no consiguieron escapar a tiempo, como es el caso Hassan Mutlak (1961-1990), quien falleció sentenciado a la horca por el régimen de Hussein. Su hermano Muhsin Al-Ramli (1967), también escritor, actualmente vive exiliado en España y es un destacado hispanista que se ha ocupado de divulgar la obra no solo de Mutlak sino de otros autores de su país y del mundo árabe.
Muhsin Al-Ramli visitó Costa Rica en el año 2013 en el marco del Festival Internación de poesía. Le hubiera gustado que Anwar estuviera vivo, pero el poeta rebelde de Kirkuk había fallecido el 25 de julio de 2009. Al menos tuvo la oportunidad de honrar su memoria a la orilla de la tumba.