Los giros políticos que ahora tienen lugar en la región han tenido a Perú como un punto de atención inevitable. Con la elección de Pedro Castillo a la presidencia, la política exterior del país andino es objeto de un claro viraje.
A pocos días de haber asumido el poder, el nuevo gobierno peruano ha dado un giro a la posición oficial que mantuvieron sus antecesores respecto a los asuntos internos de Venezuela. Recientemente el canciller Héctor Béjar señaló que la política del gobierno que representa será contraria a las «sanciones» y bloqueos unilaterales.
Venezuela es un referente para medir la posición de los países frente al contexto regional, entendiendo que las posturas frente al país caribeño polarizan las relaciones internacionales en este lado del mundo. Pero las señales que está enviando el nuevo gobierno peruano van mucho más allá.
El Grupo de Lima pierde su capital
Perú anunció su retiro del Grupo de Lima como parte de la «nueva política de no injerencia» que será implementada por el presidente Pedro Castillo, así lo anunció el nuevo ministro de Relaciones Exteriores, Héctor Béjar.
Recientemente el funcionario de la cartera de Exteriores señaló que ese ente regional, en cuatro años de fundado, apoyó a la oposición venezolana, reconociendo el perfil abiertamente parcializado y nada ponderado que tomó la diplomacia peruana. Sobre el Grupo de Lima, afirmó que fue «lo más nefasto que hemos hecho en política internacional».
Acto seguido Béjar señaló: «Condenamos los bloqueos, los embargos y las sanciones unilaterales que solo afectan a los pueblos y respaldamos plenamente el libre y autónomo derecho de cada pueblo a mantener libremente y sin obstáculos el intercambio comercial».
El Grupo de Lima, fundado en 2017 para desconocer de manera anticipada las elecciones presidenciales que tendrían lugar en Venezuela en 2018, se proyectó en la escena política regional mediante la «Declaración de Lima», suscrita por 14 países del continente liderados por Estados Unidos.
Sin embargo, esta instancia fue ampliamente funcional mucho más allá de su punto de partida, y esto se evidenció de diversas maneras.
Sirvió como un grupo multilateral paralelo a la Organización de Estados Americanos (OEA) en tiempos en que Venezuela era todavía Estado parte. En 2017, la aplicación de la Carta Democrática Interamericana contra Venezuela se vio truncada, dado que los países promotores no contaron con los dos tercios de votos necesarios, esto por la posición de los países del ALBA-TCP y del Caribe.
Sin embargo, Grupo de Lima mediante formación en tienda aparte, logró imponer un falso consenso continental para defenestrar a Venezuela y propiciar su aislamiento político y bloqueo económico.
El Grupo de Lima sería en 2019 el principal piso político para el lanzamiento regional del gobierno paralelo de Juan Guaidó, sirviendo a dicho ente para la conformación de una estructura de relaciones exteriores favorable al gobierno «interino» y no electo en Venezuela.
Ahora, la cancillería peruana ha anunciado que dicho grupo ha perdido su capital simbólica y fundacional.
Sobre el bloqueo a Venezuela, Béjar ha dicho: «Nos uniremos a las naciones europeas y latinoamericanas que ya trabajan contra los bloqueos unilaterales que afectan la nación bolivariana y sin intervenir con sus distintas tendencias políticas».
Cuando Béjar fue consultado sobre si planea reunirse con Carlos Scull, designado como «embajador» de Venezuela en Perú por el líder opositor Juan Guaidó, Béjar dijo que no lo conocía, dejando claro el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los gobiernos de Venezuela y Perú.
En efecto, la juramentación de Pedro Castillo y los actos del Bicentenario en ese país contaron con la presencia del canciller venezolano Jorge Arreaza.
El declive de la agenda de asedio contra Venezuela pasa por la ruptura de los consensos sobre el aislamiento y sobre la aplicación del embargo económico, financiero y comercial contra el país. En esta disputa, es evidente que la nueva posición de Perú pasa a ser, más que simbólica, políticamente determinante.
En el contexto de los hechos, el Grupo de Lima ha tenido una inactividad de facto que se ha podido constatar en el último año. Con una débil actividad que ha recaído principalmente en los funcionarios diplomáticos y no en los mandatarios, sus acciones se han resumido en la publicación de comunicados.
Ahora con una negociación en ciernes entre la oposición venezolana y el chavismo ejerciendo como gobierno legítimo en Venezuela, es evidente que los mantras fundacionales del gobierno de Guaidó, que también lo fueron del Grupo de Lima, a saber, «cese de la usurpación, gobierno de transición, elecciones libres», han perdido asidero de la misma manera que esta instancia internacional.
El viraje de la política exterior peruana
De acuerdo a un reporte emanado del Instituto Samuel Robinson (ISR), acorde a las declaraciones del Canciller peruano, Perú volverá a la Confederación de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), ahora que su relanzamiento la apunta como la opción más viable para reemplazar a la OEA. Posibilidad que ha sido retomada desde la opinión del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador en días recientes, pero que había sido promovida por el presidente venezolano Hugo Chávez hace más de diez años justo en la fundación de la CELAC.
Además, la diplomacia peruana retirará del Congreso la solicitud para salir del tratado que instituyó la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y que, por el contrario, impulsará su reconstitución y modernización como un organismo de cooperación y consulta que afirme la entidad propia de Suramérica en la política mundial, refiere el ISR.
Para entender a profundidad este viraje es indispensable revisar su enclave en el contexto e historial de las relaciones exteriores de los peruanos.
En tiempos de Alberto Fujimori, el país andino buscó un lugar en la región teniendo como elemento de vitrina su lucha contra la guerrilla Sendero Luminoso, haciéndose un referente de seguridad. De la misma manera, promovieron como fórmula «exitosa» la instauración del modelo neoliberal a ultranza, que se hizo de manera draconiana. Perú efectuó una proyección de imagen internacional mediante una fluida agenda exterior.
La era del fujimorismo impuso la imagen de un Perú moderno y pacificado. Pero la diplomacia peruana también tuvo el objeto de encubrir los crímenes de Fujimori, el totalitarismo y la dura transición en la imposición del modelo económico liberal.
Todo se iría al traste con el fujimorismo y el país entraría en un bucle político e institucional que alcanzó a los gobiernos de Alejandro Toledo y Ollanta Humala.
Con Pedro Pablo Kuczynski, Perú buscó una mayor proyección internacional, especialmente como país articulador de las fuerzas de derechas en Sudamérica y explotando al máximo, junto a Chile y Colombia, las relaciones y la influencia consolidadas mediante la Alianza del Pacífico como contrapropuestas a la UNASUR y el ALBA-TCP.
El mismo perfil de Kuczynski, formado en el extranjero y hasta con acento extranjero (le llamaban «El Gringo»), delineó en buena medida las intenciones de la política exterior peruana, que no eran otras que las de funcionar como una extensión del Departamento de Estado norteamericano.
Kuczynski señaló que América Latina era para Estados Unidos «como un perro simpático que está durmiendo en la alfombrita y no genera ningún problema», dijo sentando por hecho el servilismo de la diplomacia peruana. La excepción en la región, acorde al mandatario, era Venezuela.
El breve ímpetu de la diplomacia peruana como actor modulador en la escena regional para hostigar a Venezuela tuvo su cenit con el Grupo de Lima, pero con la salida de Kuczynski del poder, engullido por el laberinto de la crisis institucional peruana, tal brevedad se fue al traste.
Durante la presidencia interina de Martín Vizcarra, Perú estuvo nuevamente atrincherado en la conflictividad e ingobernabilidad interna, la cual también arrastraría a Vizcarra mediante la crisis política, choque abierto de poderes y lawfare.
Ahora, la política exterior se abre paso a una nueva etapa, retomando algunas posturas que no se veían desde Ollanta Humala, pero con un carácter mucho más acentuado. El gobierno de Pedro Castillo se afirma a la izquierda de las relaciones internacionales y desde su punto de inicio ha dado un viraje claro, justo para reafirmar los instrumentos multilaterales, de manera coincidente con un nuevo ímpetu del progresismo en la región.
El nivel de coherencia del nuevo gobierno en Perú determinado en su política puertas afuera tendrá que sostenerse desde una gobernanza que debe cimentarse frente a las duras presiones que tendrá a lo interno. Este nuevo episodio en la vida de Perú, con consecuencias regionales, apenas comienza.
Publicado originalmente en Misión Verdad.