En mi fase “decolonial”, desde hace casi una década atrás, decidí abandonar la ciudad y vivir en el área rural. Reaprender a criar, cultivar. Dejarme cultivar estética y existencialmente por la Madre Tierra en mi retorno hacia Ella.
En esta fase existencial me encontró, nos encontró, el anuncio del “Estado de Sitio planetario” por COVID19. Entonces, era marzo del 2020. En la familia, en nuestra comunidad, decidimos “quedarnos en la comunidad, haciendo comunidad, cultivando huertos, criando la comida…”. ¡Nuestros niñ@s y jóvenes hicieron vida comunitaria como nunca antes!
Estamos en septiembre del 2021, en Europa, luego de las vacaciones restringidas, se habla de la cuarta ola de COVID19, incluso se anuncia que se implementa la tercera dosis de la “vacuna” anti COVID que no es ninguna vacuna.
Al momento, se habla de más de 200 millones de contagiados en el mundo, y de más 5 millones de fallecidos. En Guatemala, aunque casi nadie cree en las estadísticas oficiales, se habla de cerca de 12 mil fallecidos.
Lo cierto es que a nuestra comunidad indocampesina, en ninguna de sus variantes, no ha llegado aún COVID19. Y si llegó, ni nos dimos cuenta. Lo que sí llegó, al principio, fue el miedo irradiado desde las pantallas móviles.
Y no estamos muy alejados geográficamente de las zonas acumuladas (ciudades). Del pueblo más cercano nos separa/aísla una trocha de 2 Km. A 160 Km, en la ciudad capital, los hospitales estuvieron, están y estarán colapsados.
¿Qué nos protege del COVID19?
Nuestra condición de ruralidad. Esta enfermedad, por sus características, es urbana. Se desarrolla en las ciudades, y si puede avanza hacia las zonas no tan urbanas siguiendo los estilos de vida urbana. En las comunidades, por más que estemos en un “país chiquito”, no sufrimos competencia por el oxígeno, ni por los rayos solares. Producimos/intercambiamos parte de lo que necesitamos para la comida, la bebida. Creamos nuestros propios pasatiempos, sin necesidad de aglomerarnos en demasía.
Abundancia de la energía solar y del oxígeno. Hasta donde se sabe, COVID19 mata privando al enfermo de lo que abunda: el oxígeno. En la comunidad, por el “milagro tropical”, no padecemos competencia por el oxígeno, como sí ocurre en las ciudades. Las plantas, el viento, purifican el ambiente. El calor solar directo es parte de nuestra cotidianidad. No nos hacemos sombra, ni nos quitamos oxígeno entre vecinos. Tenemos otros problemas, seguro.
Criamos o intentamos criar el agua. Contamos con nacimiento de agua para la comunidad, e intentamos cuidarlo criando ecosistemas hídricos. Sería imposible vencer cualquier tipo de enfermedad sin contar con agua viva. Las ciudades son más vulnerables a las enfermedades porque, en muchos lugares, sufren de agua racionada. Agua embotellada casi siempre es agua muerta.
“No accedemos a los hospitales”. Una de las “supersticiones” que se generalizó en el área rural en estos tiempos de pandemia es: “En los hospitales están matando”. No porque los médicos sean asesinos, sino porque los centros de salud pública, al carecer de medicamentos, infraestructura, personal…, descuidan a los enfermos… De allí, la consigna de: “Si tienes síntomas de COVID19 no vayas al hospital, cuidémonos en casa, con limón, jengibre, miel, ajo, iboprofeno…”.
El miedo, la ansiedad, el estrés, son aliados del COVID19. Al inicio, casi nos contagiamos del miedo propagado por los medios informativos. Pero, se supo controlar. La ansiedad y el estrés no llegaron a la comunidad.
Nos conocemos entre vecinos. Por tanto, la presencia del “otro” no genera desconfianza/miedo. La ansiedad o el estrés no calan en vidas comunitarias a campo abierto, y en contacto con la Madre Tierra.
Estar organizados y en movimiento es y fue el otro antídoto contra el COVID19. Los humanos somos gregarios por constitución. El Estado de Sitio global, con su “quédate en casa”, nos ordenó ir contra ese principio existencial. Y, aislados, asustados, sin sol, sin afecto, ni oxígeno, el virus atacó duro en las ciudades.
En nuestra comunidad continuamos con nuestras opciones organizativas/formativas. La organización, las asambleas, incluso fueron y son nuestras terapias en tiempos de pandemia. Hicimos y seguiremos realizando acciones colectivas de protesta y propuestas de cambios estructurales para prevenir, si acaso, a la humanidad de más pandemias que nos debiliten como especie.