El sistema educativo moderno sistemáticamente apartó y aparta a la niñez de la tierra, del huerto, de la granja. Al grado que la profesionalización necesariamente implica la descapesinación de los países, sean éstos de la tendencia política que sean.
“El profesional exitoso no debe tocar tierra”, es una implícita sentencia moderna vigente. Esto tiene sus orígenes en la filosofía griega y en la escolástica medieval que privilegiaron la abstracción mental en la educación, en desmedro de la educación en el “arte de la Vida”.
El sistema educativo moderno antitierra instaló lo urbano como un estilo de vida. Lo bello, lo bueno, lo exitoso, está en la ciudad, dentro del asfalto. La tierra es sucia, mala, causante de enfermedades y del atraso de los pueblos. Así, la educación moderna, no sólo descampesinó a la humanidad, sino que castró a la humanidad de su identidad Tierra. Sí, lo humano proviene del humus, Tierra. Somos Tierra que siente, que llora, que piensa, que sueña.
La educación moderna descampesina a la humanidad
¿Cuántos profesionales, incluso provenientes del área rural, son capaces de sembrar, cultivar una hortaliza, o criar un nacimiento de agua? La escuela, la profesionalización, en buena medida, nos anuló de lo más elemental para subsistir como especie: las destrezas para sobrevivir.
El criar plantas, animales, fuentes de agua, criar suelos, criar oxígeno… fueron y son destrezas que, a la humanidad, como especie, le costó miles de millones de años adquirir. Pero, las y los promotores de la escuela moderna, quizás sin pensarlo, están borrándolas de la memoria humana.
El problema no es sólo que en las escuelas nuestros niños desconozcen de dónde y cómo nace y se cultiva la comida o el agua que reciben. Sino que el sistema educativo moderno y antitierra los condena a una contradicción existencial. ¡Vivir avergonzados de lo que somos, deseando lo que no somos! En esencia somos tierra, pero nos educamos para ser antitierra.
Las y los pequeños se dan cuenta que el ser humano está hecho de tierra. Sí. Ellas y ellos, si presenciaron algún entierro, se dan cuenta que el ser humano se incorpora (retorna) al vientre de la Tierra. Quizás sean los vestigios de la memoria Tierra que aún nos habita la que nos impulsa, cuando somos niños, a jugar con la tierra, con el lodo, como quien juega con su Madre.
A este conflicto existencial generado por la educación moderna, se suma el problema de la sobrevivencia contemporánea que la educación no sabe cómo resolver. Las condiciones climáticas, edafológicas, hídricas, energéticas… actuales de la Tierra nos obligan a pensar y educarnos para la sobrevivencia. Y, la ciencia moderna, por más híper especializada que sea, es incapaz de restaurar la capacidad auto regulativa de la tierra para restablecer su temperatura media, o restaurar los ecosistemas, comunidades de vida, etc.
¿Qué hacer con la educación de nuestros hij@s?
Antes de aprender a leer y a escribir, aprendí a cultivar plantas y criar agua. La escuela y la profesionalización me descampesinó. Pero, la pandemia activó en mí la memoria Tierra que a todos nos habita. Aunque por mi condición de padre ya había abandonado el asfalto para educar a mis retoñas en su identidad Tierra, en una comunidad rural conectada al mundo.
Considero que, en el siglo XXI, a nuestros hijos debemos llevarlos a la tierra, al huerto, a los nacimientos de agua, antes o al mismo tiempo que los llevamos a la escuela. No porque, ahora, sea cool una selfie en la tierra, sino porque los tiempos que vienen exigirán destrezas básicas de sobrevivencia para las siguientes generaciones.
Nuestros niños deben estar capacitados para conocer y reconocer las conductas/lenguajes de los suelos, de los ecosistemas, de las plantas, de los nacimientos de agua, e interactuar con ellos. Debemos enseñarles a cultivar sus propios alimentos, y a criar los nacimientos de agua. Educarlos para comer sano.
Nuestros padres no estuvieron tan seguros de lo perverso y lo letal que es la biogeopolítica. Nosotros tenemos certezas de lo perverso que son las industrias del cáncer, la diabetes, las farmacéuticas. Sabemos que comemos glifosato en forma de maíz o arsénico en forma de pollo. Éstas y otras, son razones suficientes para llevar a nuestros hijos al huerto y educarlos en la pedagogía de la Tierra para la sobrevivencia.
Está demostrado que mucha gente murió en la pandemia más por el miedo a la muerte que por el virus. La educación moderna, al hacernos antitierra, nos inculcó el miedo a la muerte. El miedo a volver a lo que somos: Tierra. La pedagogía Tierra tiene que liberar a la humanidad del miedo a la muerte, y en consecuencia menos personas morirán por el miedo a la muerte, porque asumirán a ésta como una compañera del camino.