Luego de una intensa lucha existencial por la preservación de su mandato y, en consecuencia, de la propia estructura orgánica de la República Bolivariana en tanto institución política, el presidente venezolano se enfila a terminar el año 2022 reafirmando su autoridad al frente del país, al mismo tiempo que da forma a una nueva etapa económica nacional.
El inconsciente colectivo de EEUU habla
En un artículo publicado en julio de este año, Luis Almagro, aferrado como puede a la secretaría general de una OEA cada vez más irrelevante en el contexto latinoamericano, afirmaba:
«Definitivamente, Maduro fue subestimado en muchos casos respecto a sus capacidades de supervivencia, de manejo político y de habilidades diplomáticas, y fue consolidando su fuerza aun desde un origen con muy poca legitimidad».
El texto de Almagro, pero en particular la afirmación citada, no solo tiene un peso propio por tratarse de un articulador estelar de la campaña de cambio de régimen contra Venezuela que, finalmente, ha reconocido su fracaso con voz propia. Lo más importante, en cambio, radica en la fotografía que ofrece para entender el tiempo político actual del país.
Almagro, antes que esgrimir una opinión rupturista, supuestamente cargada de valentía y vocación al realismo, en realidad se hace eco de la percepción general que desde hace un tiempo domina en los pasillos de poder de Washington, en las oficinas de las consultoras y organismos económicos internacionales y en las salas de redacción de los medios globales de comunicación: Maduro, enfrentando un cuadro inédito de desestabilización política, amenazas internacionales y bloqueo general a la economía, ha logrado sobrevivir, consolidarse en el poder y reactivar una economía deprimida.
El burócrata hemisférico, en otro aspecto importante a destacar, da por sentado que el principio ordenador de la campaña de golpe de Estado contra Maduro se basaba, justamente, en subestimar sus capacidades y su liderazgo.
Esa arrogancia inicial que dio origen a la agenda de guerra política e internacional para derrocarlo, en la cual coexistieron el clasismo y el racismo tan propio de las élites subsidiarias de Estados Unidos, ahora debe saldarse con una realidad práctica que muestra a un Maduro con control total de la situación política. El resultado de este fracaso de interpretación en torno al presidente venezolano, en la cancha opositora, se ha traducido en pérdida de orientación, disputa por liderar los escombros dejados por Guaidó y un vacío político de representación, no solo electoral sino identitario.
Victoria estratégica en tres planos
1) Estabilidad interna y legitimación
Aunque ya desde el fracaso de la denominada Operación Libertad el 30 de abril de 2019 se preveía la fecha de caducidad del «proyecto Guaidó» en el corto plazo, no fue hasta la firma del memorándum de entendimiento en México, entre el Gobierno Bolivariano y la Plataforma Unitaria en agosto de 2021, cuando se hizo innegable el triunfo de Maduro sobre el plan de gobierno fake encabezado por Voluntad Popular.
En Ciudad de México, con la mediación del Reino de Noruega, y tras varias reuniones preparatorias, Maduro logró ser reconocido como único presidente de Venezuela por los diversos factores de la oposición e indirectamente por Washington, que apoyó el inicio formal del diálogo. Con ello, Estados Unidos se vio forzado a aceptar que la campaña de máxima presión y el eslogan de «todas las opciones están sobre la mesa» habían fracasado, Guaidó incluido.
El reconocimiento a su cargo, sellado en aquel memorándum, fue una ruptura simbólica vital para avanzar en el objetivo real de la primera etapa de la negociación: cristalizar la estabilidad política, una vez se decretase el compromiso de que las únicas vías de acción política serían las previstas en la Constitución y no las de tipo armadas o insurreccionales que ya habían generado suficiente trauma para el país.
Pese a que el diálogo se paralizó en un último intento de boicot de Estados Unidos ejecutado mediante el secuestro del diplomático venezolano Alex Saab, un movimiento visto como inaceptable por Maduro, el punto de giro de agosto de 2021 marcó las condiciones para una estabilización perdurable en el tiempo, en la cual se ha soportado el programa de la recuperación económica.
La clave de lo suscrito en México yace en cómo Maduro visualizó ese movimiento como uno de largo plazo, en el que redefinió las reglas del juego político (con base a la Constitución), dibujó las fronteras de participación y exclusión del sistema de partidos y estableció un marco de convivencia ampliamente aceptado por la sociedad y los actores políticos, materializado en las elecciones parlamentarias de 2020 y en las megaelecciones del año pasado.
Bajo estos parámetros, el presidente venezolano dio forma a un horizonte de consenso y paz, interpretando de forma correcta las aspiraciones de estabilidad y recuperación del nivel de vida de un país golpeado por la presión, la amenaza constante de intervención militar y los efectos destructivos de la guerra económica.
En síntesis, desde el memorándum en México, pasando por la victoria electoral en las parlamentarias del año 2020 y en las megaelecciones del año pasado, Maduro ha venido construyendo las condiciones para erigirse como árbitro de la política nacional y el único líder con capacidad de traducir el nuevo marco social y económico de superación individual y colectiva de la crisis a través de una narrativa creíble, organizada y configurada a partir de los propios códigos del chavismo, frente a una oposición en proceso de mitosis, divorciada de su electorado y que continúa apelando a un discurso ya desgastado.
2) Reactivación económica y nuevo equilibrio de fuerzas con el sector privado
Desde el inicio de su primer mandato, la economía fue el talón de Aquiles de Maduro y uno de los principales arietes de ataque contra su figura y sus capacidades de gobierno. Recapitulando, la caída de los precios del petróleo, la guerra económica internacional y su endurecimiento en forma de bloqueo estadounidense durante los últimos años, llevó a la economía venezolana a una profunda recesión con altos índices inflacionarios motivados políticamente, lo cual puso al mandatario en una situación de desventaja en términos de administración del poder político.
El golpe a la línea de flotación de la economía del país mediante diversos instrumentos de desestabilización, tanto internos y externos, además de ser el marco de justificación de las operaciones de violencia y golpes de color en la calle de 2014 y 2017 y un recurso de acumulación de descontento con fines de perturbación política, también funcionó como un mecanismo de presión para desfigurar el horizonte del país, afectando el tejido socioeconómico de la nación al restringir de facto el ingreso en divisas por concepto de ventas de petróleo en un 99% en el último lustro.
Maduro, desde finales el año 2018, con una lectura de largo plazo, comenzó a delinear la las bases de un plan de recuperación y reactivación económica que suponía un viraje en la matriz de la economía nacional basada en la dependencia del renta petrolera. El Presidente entendió que el bloqueo estadounidense aceleró la crisis orgánica y los límites históricos del capitalismo rentístico, y a partir de esa interpretación de la realidad ejecutó un conjunto de medidas dirigidas a eliminar las restricciones al mercado de divisas, al estímulo de la actividad privada y las inversiones foráneas y a recomponer los ingresos públicos a través de tributos internos, en sustitución de las exportaciones tradicionales.
El siguiente paso en esta dirección llegó con la aprobación vía Asamblea Nacional de la Ley Antibloqueo a medidados del año 2021, con la cual quedaba establecido un marco jurídico excepcional para facilitar inversiones de capital y su protección de las medidas coercitivas unilaterales. Las medidas tomadas por Maduro lograron estimular el consumo familiar, la actividad comercial y recuperar gradualmente el salario, una de las variables atacadas con más ahínco por la guerra.
Más allá de los resultados prácticos que han tenido las acciones económicas en pro de la recuperación decididas por Maduro, es igualmente importante referirse a la estrategia detrás de las mismas. El presidente no solo tomó medidas para sacar la economía del precipicio en un contexto de bloqueo, sino que emprendió una actualización doctrinal de la economía política del chavismo, en la que incorporó el pragmatismo de la negociación con el sector privado y la agilidad táctica de abrir espacios de acumulación de capital privada que contribuyeran al fortalecimiento de la estabilidad política.
Lo esencial de este plano es la forma en que Maduro dio forma a un nuevo equilibrio de fuerzas, una especie de tregua a largo plazo, entre el sector privado y el Gobierno Bolivariano para involucrarlo a su agenda de recuperación económica sin que ello implicara algún tipo de capitulación política. De esta manera, Maduro impuso condiciones de reconocimiento político al empresariado, primero habilitando los incentivos de creación de riqueza y acumulación, y luego traduciéndolos en una armonización con los intereses de preeminencia política del chavismo.
Como en la política interna, Maduro estableció las reglas de juego y las pautas de comportamiento de un nuevo pacto económico, basado en un marco de rentabilidad y beneficio privado donde las condiciones de entrada son el reconocimiento del chavismo, el predominio de las líneas estratégicas de desarrollo económicos del Estado y la negociación en un clima de respeto mutuo.
Maduro ha basado la acumulación de su capital político en la destreza de mantener esta tregua como una realidad práctica y, a partir de allí, recuperar la confianza del país en un horizonte de estabilidad que pasa por su continuidad en el poder.
3) Reconocimiento y aceptación internacional
Sin lugar a dudas el aislamiento internacional fabricado contra el presidente chavista fue una de las variantes en las que más Estados Unidos invirtió esfuerzos y recursos. Fueron distintos las iniciativas en este sentido, como el Grupo de Lima y el cerco diplomático, asentado en los países occidentales y el sistema de vasallaje latinoamericano, habilitado en sincronía con la promoción del «proyecto Guaidó».
El presidente venezolano entendió esta maniobra de desconocimiento como de corto alcance y duración, frente a lo cual se atrincheró en una estrategia de resistencia diplomática y reforzamiento de las alianzas estratégicas con los poderes ascendentes en Eurasia, la tríada Moscú-Beijing-Teherán. Maduro, a partir de este reajuste de su margen de maniobra internacional, sostuvo su posición de liderazgo antiimperialista en la región, diferenciándose en una región volcada a la derecha, y garantizó las fuentes de apoyo y respaldo frente a un Washington convertido en adversario común. La salida definitiva de la OEA en abril de 2019 marcó esta intención de reforzar lo existente y prepararse para un giro favorable en el mediano plazo en la escena continental.
Maduro se adaptó a un timing en contra y leyó en la emergencia de una nueva ola de gobiernos de izquierda una oportunidad para garantizar una reinserción en el paisaje institucional del multilateralismo. Así, la victoria de AMLO permitió viabilizar la negociación con las oposiciones en México, la Argentina de Alberto Fernández ofrecía un espacio para sacar a la CELAC de su estancamiento y el contragolpe en Bolivia representaba una vía de oxigenación del ALBA.
A este cuadro de reinserción gradual de Maduro en el tablero internacional, posteriormente, se agregó la victoria de Pedro Castillo que sepultó el Grupo de Lima y permitió restablecer las relaciones entre Venezuela y Perú. También se incorporó la victoria de Gustavo Petro en Colombia, con quien Maduro ya ha definido las líneas maestras para el restablecimiento de la cooperación binacional, la cual quedó sellada con la visita del mandatario del país vecino a Caracas a principios de este mes.
En el contexto de la COP 27 en Egipto, una muestra de cómo Maduro midió correctamente el tiempo y los ritmos de la desarticulación de la presión internacional en su contra, fue el encuentro con el presidente francés Emmanuel Macron, con el enviado de la Casa Blanca para el cambio climático John Kerry y con el primer ministro de Portugal, António Costa, entre otros contactos bilaterales en el contexto de la cumbre.
Maduro, tras participar en la última cumbre de la CELAC en México en septiembre del año pasado, eligió la COP 27 para volver a la escena internacional, recomponer su prestigio y construir un clima de normalización de su presencia en foros multilaterales, donde su aceptación y reconocimiento presidencial ocurre con naturalidad.
Con ello, ha sepultado definitivamente la ficción del gobierno fake de Guaidó y ha avanzado en el objetivo de su reconocimiento internacional, revirtiendo, de facto, el clima de aislamiento producto de la ofensiva geopolítica de ataque que se sustentó en cuestionar su triunfo de 2018.
Sobre la base de estos tres planos, donde cada uno de ellos ha dado sus propios resultados, Maduro avanza en construir los factores y variables a favor de cara a una nueva elección presidencial por venir.
Publicado en Misión Verdad.