Parafraseando a John William Cooke, la teoría económica se ha vuelto, para los libertarios, en “una ciencia enigmática cuya jerarquía cabalística manejan unos pocos iniciados”. Ya desde la década del 70, los economistas que se volverían mainstream (desde los Chicago Boys en Chile hasta la conocida “mafia de Berkeley” en Indonesia), hacían gala de un lenguaje entre críptico y mesiánico, que reclamaba para sí una incuestionable legitimidad científica frente a la que los legos poco podrían hacer más que someterse. Al fin y al cabo, pese a tratar con seres humanos, para el gurú neoliberal Milton Friedman la economía era una ciencia tan exacta como la física teórica. Y sus modelos sociales derivados, una suerte de “máquina celestial”, un orden natural y espontáneo tan indiscutible como el mismísimo reino de Dios.
Pero esto, que era cierto para la Escuela de Chicago, se radicaliza cuando vemos a un personaje como Javier Milei, formado, como ya vimos, en la Escuela Austríaca, e inspirado en los liberales clásicos argentinos y en los libertarios norteamericanos. El flamante presidente argentino es un profesor y analista de riesgo que, en sus propias palabras, pasó de ser un neokeynesiano con tintes estructuralistas a convertirse en un “neoclásico recalcitrante”, para abrazar luego, con el mismo énfasis, el credo de la escuela austríaca y las ideas de la libertad.
Desbaratando el gastado mito del self made man, Milei pudo, gracias a la modesta fortuna de su padre —un chofer de colectivos devenido empresario—, desarrollar su carrera académica en selectas instituciones privadas (consiguiendo una licenciatura y dos maestrías) para especializarse luego en crecimiento económico. Finalmente, su labor profesional lo llevó a trabajar para el grupo de Eduardo Eurnekian, uno de los empresarios más ricos y poderosos del país, con inversiones en aeropuertos, energía, agroindustria, infraestructura, finanzas y –he aquí la clave— medios de comunicación.
Fue desde aquel plafón que este personaje irascible, histriónico e indudablemente carismático pudo, en 2015, pegar el salto que lo llevó desde las oficinas corporativas y las aulas universitarias a los estridentes programas televisivos de debate político, y de ahí a la política partidaria y a la presidencia de la República. Como notará quien lea sus libros, vea sus intervenciones en redes sociales o escuche sus discursos públicos, se trata de una figura híper ideologizada, en las antípodas de la derecha tecnocrática y post-ideológica que encarnó desde su fundación el PRO, el partido del ex presidente Mauricio Macri.
Los libros e intervenciones de Milei son asombrosamente redundantes: todos los tópicos de la Escuela Austríaca y de los libertarios estadounidenses aparecen allí, vulgarizados y repetidos hasta el hartazgo. El egoísmo filosófico, la crítica a la planificación económica, los impuestos como “robo legalizado” y el estado como estructura criminal, los monopolios como presuntos “benefactores sociales”, la supuesta superioridad ética y productiva del capitalismo, la justicia social como desigualdad frente a la ley, la crítica al paradigma de derechos, la envidia como móvil y antivalor de los “colectivistas” y la crítica a la teoría marxista —pero también liberal clásica— del valor trabajo.
Pero también la lectura paranoide en torno a una supuesta universalización del “marxismo cultural”, la ausencia de límites morales o sociales a la acumulación y la riqueza, la justificación natural de la desigualdad, la definición de la clase política como “casta”, la idea del agotamiento de la batalla cultural y del necesario salto al barro de la política, el monetarismo radical, los bancos centrales como instituciones contraproducentes y delictivas, el rechazo a los últimos ¡miles de años! de instituciones tributarias, la defensa del “occidente civilizado” y la admiración por los Estados Unidos y el Estado de Israel. Es decir, capitalismo y colonialismo en estado químicamente puro. Pero no sólo eso, sino una ofensiva, teórica al menos, contra todas las nociones y formas de lo común, y contra los valores humanistas más elementales.
También aparecen, una y otra vez, sus referencias intelectuales, dado que Milei no es un teórico, pero si un eficaz publicista. Adam Smith y «La riqueza de las naciones», Carl Menger y sus «Principios de economía política», Friedrich Hayek y su «Camino de servidumbre», Ludwig von Mises y «La acción humana», Robert Nozick y su «Anarquía, Estado y utopía», los ensayos de la filósofa Ayn Rand, exponentes contemporáneos de la escuela austríaca como el estadounidense Israel Kirzner y los españoles Miguel Anxo Bastos y Jesús de Huerta Soto, sus venerados próceres locales desde Juan Bautista Alberdi hasta los Benegas Lynch, para terminar con los influencers y divulgadores reaccionarios actuales, como la guatemalteca Gloria Álvarez y el argentino Agustín Laje, ambos con gran éxito de ventas.
Esta constelación de influencers, economistas, comunicadores y outsiders (reales o presuntos, no importa) comparten algunos puntos en común. No son grandes teóricos ni cuadros eruditos, pero cumplen su función principal: sensibilizan, persuaden, dan sentido y contribuyen a movilizar a sus respectivas bases. Dominan con experticia los nuevos lenguajes y estrategias digitales, y son capaces de llegar a públicos masivos, particularmente urbanos y juveniles (de hecho, en el año 2021, mucho antes de su ascenso meteórico, una clase virtual de economía de Milei y Álvarez congregó a más de 10 mil personas en simultáneo).
Aunque Laje y otras figuras han hecho explícita su apropiación de la “batalla cultural” en clave gramsciana, poco se ha reparado en otra característica, si se quiere más estrictamente leninista: la utilización de los medios de comunicación (y en este caso las redes sociales) como organizadores colectivos, una formulación que ya estaba presente en un texto clásico como el Qué hacer, obviamente en relación a medios muy diferentes (la prensa partidaria en papel y clandestina). Es decir que, a caballo de la revolución digital, los medios ya no operan como meros medios para la propagación de ideas, sensibilidades, juicios y prejuicios, sino como instrumentos políticos en sentido estricto: ejemplo de esto puede ser el armado de una compleja y masiva estructura para la fiscalización electoral, sólo asequible, por lo general, a los grandes aparatos partidarios, o la utilización de los grupos de WhatsApp como forma de organización colectiva.
Pese a este ideario (al que debemos intentar comprender como un sistema dotado de cierta coherencia, y no como un mero mosaico de ideas delirantes), y pese a su eficaz estrategia comunicacional, los libertarios son conscientes de una flaqueza que deriva de su propia radicalidad: la ausencia de experiencias que puedan presentar como modelos y alternativas reales, dado que todos los experimentos de neoliberalismo realmente existente son descalificados, al menos por los más doctrinarios, como excesivamente estatistas e intervencionistas. Quizás por eso, desde los libertarios hasta los neorreaccionarios, hayan manifestado en Estados Unidos un interés mórbido por Somalía, un país desintegrado por la guerra civil que, ante la virtual ausencia de Estado, se habría convertido en un “relativo éxito económico”, como supo afirmar el profesor Benjamin Powell.
Se trata del mismo interés que manifiestan por la construcción de micro-naciones como la no reconocida Liberland en los balcanes serbo-croatas, el modelo de ciudades-Estado como Singapur, las regiones administrativas especiales de China como Macao o Hong Kong, o incluso respecto de utopías reaccionarias en altamar, el ciberespacio o el espacio exterior. Dicho sea de paso, el dueño de la red social X, Elon Musk, manifestó de diversas maneras su apoyo a Milei (quien es, de hecho, una figura bastante cercana al arquetipo elonmuskiano). En el caso de los libertarios locales, estos pueden reivindicar, de manera aleatoria, aspectos parciales de exitosos modelos pro-mercado desde la India hasta Irlanda, o incluso a la Argentina y la Inglaterra ¡de hace siglos!
Es esta ideologización extrema y esta ausencia de ejemplos reales la que comienza a entrar en tensión, ahora que el nuevo gobierno se enfrenta a una realidad indómita, que no cabe en sus modelos matemáticos abstractos, haciendo frente a problemas que sus filósofos y economistas de referencia, ante todo euro-norteamericanos, ni siquiera alcanzaron a imaginar. En el violento choque entre realidad y dogma, entre pragmatismo e ideología, entre la resistencia social y los poderes fácticos, se dirimirá el futuro de la Argentina que ahora dirigen los profetas bizarros.