Grupos yihadistas proclaman una nueva bandera luego de someter Damasco, la capital Siria (Foto: Agencia EFE).
Eventos decisivos y primeras repercusiones.
Siria ha sido, en la última semana, el nudo crítico más importante en la geopolítica de Asia Occidental, una región marcada por conflictos explosivos superpuestos que abarcan el genocidio israelí en la Franja de Gaza, la ofensiva contra Hezbolá en Líbano —recientemente congelada por un frágil y permanentemente violado alto al fuego— y los ataques sistemáticos de Ansar Allah de Yemen contra el despliegue militar estadounidense y contra embarcaciones dirigidas a la ciudad portuaria de Eilat, en el estratégico mar Rojo, y a Tel Aviv.
No obstante, en los días más recientes el eje se desplazó fuertemente hacia Siria con el inicio de una ofensiva armada de gran calado perpetrada por organizaciones terroristas y armadas, falsamente catalogadas como «rebeldes» por el mainstream occidental.
El curso de las acciones en el terreno ha sido rápido y avasallante, iniciando en Alepo con operaciones desde finales de noviembre hasta el sitio definitivo de Damasco el 7 de diciembre. Las principales cuidades del norte, centro y sur del país fueron capturadas una tras otra, lo que facilitó la llegada a la capital. Esto desembocóen la caída del gobierno de Bashar al Assad.
El evento marca el fin de la República Árabe Siria, tal como había sido conocida en los últimos 60 años.
Diversas facciones y actores beligerantes se han enfrentado en el campo de batalla. Por un lado, el gobierno de Siria, apoyado por Irán y Rusia; por el otro, el grupo Hayat Tahrir al Sham (HTS, que nuclea organizaciones integristas, grupos «rebeldes opositores» y yihadistas de Al Nusra, la subsidiaria de Al Qaeda en el país), liderados por Abu Mohammed al Jolani, exintegrante confeso de ISIS y Al Qaeda.
Pero también han sido parte de esta guerra el Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS, por sus siglas en inglés); el Ejército Nacional Sirio (SNA, por sus siglas en inglés), organizado por Türkiye y apoyado por EE.UU.; y las llamadas Fuerzas Democráticas Sirias de la región del Kurdistán, apoyadas también por Washington.
Condiciones estructurantes de los eventos
Los últimos ocho años habían sido de una relativa distensión en el conflicto, especialmente desde que inició la participación de Irán, Rusia y Hezbolá, que mediante operaciones militares conjuntas y diferenciadas en términos de apoyo aéreo, asesoriamiento y entrenamiento apoyaron en las tareas de combate terrestre al ejército de Al Assad, con lo cual habían logrado estabilizar la situación del país y contener los reductos armados.
Desde 2016, tras la victoria en Alepo de las fuerzas del gobierno, tuvo lugar el proceso de Astaná, en el que participaron Irán, Rusia, Türkiye y los involucrados en el conflicto sirio, con el fin de cesar el fuego.
Sin embargo, el territorio sirio quedó desmembrado de facto, con grupos armados que permanecieron controlando vastas áreas, algunas de ellas bajo el auspicio estadounidense a través de bases militares instaladas en el país, lo que a su vez permitió favorecer el saqueo de petróleo.
La política de sanciones destructivas, ejecutadas desde mecanismos como la Ley César, un devastador recurso que limitó al extremo la reconstrucción del país, socavó las bases económicas del país y las capacidades del Estado para fortalecer la cohesión territorial y social.
A la larga, estas condiciones de fragmentación imposibilitaron el control de los territorios ocupados por grupos armados, agudizaron el déficit de inversiones extranjeras relevantes y debilitaron estructuralmente la base económica, política y militar de la administración de Al Assad, lo cual creó el marco para el fortalecimiento progresivo de las organizaciones terroristas y «rebeldes».
Otro componente clave fue el aparente cambio hacia posturas supuestamente más tolerantes de los grupos yihadistas en los territorios bajo su control, donde lograron el apoyo de segmentos de la población, debilitaron el soporte social del gobierno y crearon nuevas alianzas. Fue especialmente decisivo en la caída de la ciudad de Hama, donde participaron «rebeldes» no afiliados, drusos y otros grupos. Pero algunas de estas prácticas políticas, a juicio de diversos analistas, son «poco creíbles».
Mínima cronología
El aparente «estancamiento» en el que se encontraba el conflicto se rompió desde finales de noviembre, cuando HTS acentuó sus operaciones y anunció el inicio de una nueva etapa de la guerra, en dirección a Alepo. En el momento de estas acciones diversos analistas geopolíticos y militares, como Pepe Escobar, indicaron que HTS contaba con apoyo de Ankara. A la campaña también se incorporó el SNA, quien tenía una sala de operaciones conjuntas con la organización terrorista en cuestión.
El 28 noviembre los llamados «rebeldes» reforzaron el control que ya tenían en la mayor parte de la provincia de Idlib, al noroeste del país.
Para entonces, Rusia amplificó sus operaciones de apoyo aéreo a favor del gobierno sirio y logró certeros ataques contra caravanas y concentraciones de estos grupos, en articulación con el ejército oficial de Siria. La intensificación de las acciones fue utilizada como una excusa formal para el inicio de la operación hacia todo el territorio por parte de HST y el SNA.
La ofensiva contra las fuerzas del gobierno desembocó el 30 de noviembre en la toma de la ciudad de Alepo, en el norte de Siria, ciudad que el gobierno controlaba desde 2016, y segunda en importancia después de Damasco.
Desde este punto se produciría un «efecto dominó» producto de la sorpresiva ofensiva por el control del territorio y la fortificación de los espacios tomados. El asalto y liberación de las prisiones suministró un número mayor de efectivos, mientras que los grupos mejor apertrechados y entrenados avanzaban.
Estos, además, operaron con drones FPV, soporte comunicacional y equipamiento, lo primero producto de asesores ucranianos y lo segundo israelíes. Algo no ajeno al ciclo bélico anterior, se reportó la presencia de mercenarios de varios países europeos.
Para el 5 de diciembre la ciudad de Hama, en el centro del país, cayó en manos de los yijadistas. Entonces se reportó que la resistencia del ejército de Al Assad fue nula e, incluso, hubo el abandono de equipo militar, un patrón que también se repitió en Alepo y en el resto de ciudades. De esta forma, el avance de los grupos armados con características de Blitzkrieg no encontró mayor resistencia.
En un determinado momento el ejército alegó a través de comunicados que estaban estabilizando la línea de contacto y no iban a ceder. A partir de ahí se dedujo que estos repliegues obedecían a una aparente estrategia ya que, al controlar mayores territorios, la capacidad y apresto de los grupos yihadistas iría disminuyendo por su dispersión táctica, lo cual los hacía más vulnerables a una contraofensiva del gobierno pues facilitaban la fortificación de enclaves priorizados.
Otras fuentes indicaron que el desplazamiento de los grupos en caravanas y en carreteras los convertía en blancos. En efecto, muchos de los golpes asestados por la aviación rusa y siria se desarrollaron en las afueras de ciudades, principalmente en los centros de comando y control en Idlib.
La caída de la ciudad de Homs, donde se esperaba la consolidación de la principal línea de defensa, se produjo replicando el mismo patrón, sin resistencia de las fuerzas regulares.
Al 7 de diciembre, los yihadistas prosiguieron su avance hacia Damasco cercando efectivamente al gobierno y entrando a la ciudad sin oposición. La información que fue emergiendo coincidía en que algunos mandos del ejército ordenaron a sus soldados no resistir al avance de los grupos.
Desenlace
Durante la mañana del domingo 8 de diciembre se reportó la caída de Damasco y el colapso final del gobierno de la República Árabe Siria.
El primer ministro sirio, Mohamed Ghazi al Jalali, el segundo funcionario del poder ejecutivo luego del presidente Al Assad, se declaró en funciones transitorias y emitió un mensaje de «unidad y esperanza» en un momento de profunda crisis nacional.
A través de un video grabado desde su residencia, Al Jalali hizo un llamamiento a la unidad nacional en medio de la toma de la capital.
En su declaración, el primer ministro enfatizó su compromiso inquebrantable con Siria afirmando que pertenece a este país y no conoce otra patria. Subrayó que las instituciones estatales no son propiedad de ningún individuo sino patrimonio de todos los ciudadanos sirios.
«Este asunto lo abordará cualquier liderazgo que elija el pueblo sirio, estamos dispuestos a cooperar para ofrecer todo tipo de facilidades y para transferir los expedientes gubernamentales sin problemas y de forma sistemática con vistas a preservar las instituciones del Estado», una señal de la posibilidad de «transición pacífica» del gobierno.
La cancillería rusa señaló que Al Assad se habría ido al exilio ordenando una transferencia del poder. «Como resultado de las negociaciones entre Bashar al Assad y varios participantes en el conflicto armado en el territorio de la República Árabe Siria, él ha decidido dejar el cargo presidencial y abandonar el país, dando instrucciones para llevar a cabo una pacífica transferencia de poder», se lee en un comunicado emitido este domingo.
Según fuentes rusas y tras la confirmación oficial reciente, Al Assad se ecuentra en Moscú.
Primeras repercusiones
Siria es una pieza clave del Eje de la Resistencia por ser un centro logístico de operaciones militares, en colaboración con Hezbolá, y una bisagra con Irán. De ahí que el colapso del gobierno es, por defecto, un revés para Palestina y, especialmente, para la resistencia en Gaza.
Los grupos que han tomado el poder han tenido abierta hostilidad hacia Irán y Hezbolá, y en varias declaraciones le tendieron la mano al gobierno israelí, quien ha confirmado su participación en la operación para derrocar al gobierno sirio tras dar apoyo de inteligencia, atención médica a las agrupaciones terroristas y abrir el frente sur, coordinado con Jordania.
La caída del gobierno ha sido aprovechada por Israel para extender su ocupación de suelo sirio desde los Altos del Golán. El mismo Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel, ha declarado que el histórico Acuerdo de Separación firmado con Siria en 1974 ha «colapsado» y ha ordenado la entrada de tropas en la llamada «zona de amortiguación» en los Altos del Golán, ocupando la totalidad del Monte Hermón, el punto de mayor altura en todo el Levante.
En teoría, esta medida «temporal», según Netanyahu, tendría el objetivo de ampliar la separación de la tierra Palestina ocupada y el nuevo gobierno yihadista. Pero en efectos prácticos esto reviste una acción de balcanización del territorio sirio, tal como ha existido, ya que gradualmente Israel está ocupando el sur del país y ya controla Dará y Quneitra.
Israel también bombardeó edificios gubernamentales en Damasco e instalaciones militares en todo el país, entre los que se encuentran la oficina de migración y la sede de la inteligencia siria, así como un aeropuerto militar.
«La situación en Siria es compleja, pero Rusia defiende sus intereses consecuentemente, en particular respecto a sus bases militares», afirmó a la agencia rusa Interfax el presidente del comité de Defensa de la Duma (Cámara de diputados), Andréi Kartapólov.
La sede de la embajada de Teherán en la capital siria habría sido asaltada, según medios. La cancillería iraní informó que su personal abandonó la sede antes del ataque.
Al parecer, los grupos yihadistas habrían comenzado a romper sus promesas de tolerancia religiosa en Alepo, donde se habría instalado una «policía de la moral» y se comenzaría a implementar el velo islámico de forma obligatoria para las mujeres.
Diversos análisis confluyen en que, en esta nueva etapa, en Siria —o lo que resulte de ella luego de una posible balcanización— la intolerancia étnica y religiosa se afianzará en detrimento de las minorías, como la islámica chiíta, cristianas, drusas y kurdas. No obstante, HTS ha tratado de mantener un discurso público a favor de la diversidad y el respeto a las minorías.
Para el político y diputado iraquí Hashem al Haidari, lejos de terminar, la guerra en Siria apenas comienza.
La región podría pasar por otra etapa de remodelación y cambio en las correlaciones de fuerza, confirmando la entrada de una era geopolítica post Sykes-Picot.