Miembros del servicio ruso participan en un desfile militar el Día de la Victoria en la Plaza Roja de Moscú el 9 de mayo de 2022 (Foto: Maxim Shemetov / Reuters).
Por: Ernesto Cazal
Derecho al futuro
Cuando los mariscales Wilhelm Keitel, jefe alemán del Alto Mando de la Wehrmacht, y Gueorgui Zhukov, uno de los mejores estrategas militares rusos de la Unión Soviética, firmaron la capitulación incondicional de la Alemania nazi en Berlín el 9 de mayo de 1945, la Gran Guerra Patria había cumplido 1 418 días con sus noches. La Segunda Guerra Mundial arribaba a su sexto año, con el capítulo europeo, sin duda el más sangriento, llegando a su fin.
La invasión nazi al territorio soviético comenzó el 22 de junio de 1941, y desde entonces hasta la liberación definitiva de las repúblicas socialistas y de Europa del Este y la victoria final en la capital del Reich, la historia de esta guerra estuvo marcada por la tragedia y el heroísmo sin precedentes en el llamado Frente Oriental.
Las cifras de bajas soviéticas, la mayoría conformada por civiles, llegaron a contabilizarse hasta los 27 millones de personas, el mayor saldo de toda la Segunda Guerra Mundial —el Ejército Rojo perdió más de 8 millones de soldados y oficiales—. Los testimonios del genocidio y la resistencia en libros y películas dan cuenta de los sacrificios que debió soportar un pueblo, variopinto pero unificado, que decidió construir una epopeya de resiliencia y estrategia militar sobre las ruinas que el fascismo esparcía a lo largo y ancho de todo el continente euroasiático.
«El fascismo pretendía someter la existencia humana a unas reglas tan monótonas, desalmadas y absurdamente crueles como las que rigen la estratificación de sedimentos en el fondo marino, la erosión de los macizos montañosos y los cambios de temperatura. Pretendía subyugar la razón, el alma, el trabajo, la voluntad y los actos del hombre convirtiéndolo en un mineral e infundiéndole la infeliz y cruel docilidad de un esclavo, como la de un ladrillo que se desprende de un tejado y cae sobre la cabeza de un niño».
Lo anterior es un fragmento de Stalingrado —titulada anteriormente Por una causa justa—, la novela del escritor y periodista Vasili Grossman que precedió a la monumental Vida y destino, las cuales en conjunto retratan la experiencia, a modo de ficción, de la línea del frente, pero basadas por completo en las historias que recopiló y reportó como corresponsal de guerra in situ.
A dichas pretensiones resistieron con entereza y valentía los civiles que formaron parte de las milicias, bajo uno u otro oficio, haya sido en la producción de bienes y servicios o como militantes armados, junto con el Ejército Rojo, primero en defensa de pueblos y ciudades asediadas por la arremetida nazi, luego en el rompimiento de las líneas enemigas camino hacia la liberación propia y de otros pueblos europeos.
Pero los horrores de la guerra relámpago antecedieron, germinaron la posterior épica: en una, si no la mejor película antiguerra, Ven y mira de 1985, dirigida por el bielorruso Elem Klímov, somos espectadores activos de cómo los ojos y el rostro completo de sus niños protagonistas, Flyora y Glasha, involucrados en el frente partisano, cambian de la inocencia y la ternura infantil a la crudeza y el entenebrecimiento a medida en que son testigos presenciales, y casi víctimas, del genocidio que pueblo a pueblo llevaba a cabo la Wehrmacht.
Al final de la película, Flyora se llena de vigor y determinación para llevar a cabo la gesta, junto con millones de compatriotas, de liberación y derecho al futuro. La experiencia de violencia extrema, miedo y dolor fueron incubadoras del empeño que llevaría a los partisanos y al Ejército Rojo a destruir la maquinaria nazi.
Los altos jerarcas del Tercer Reich, que pretendían replicar los éxitos del Blitzkrieg en el occidente europeo, se dieron cuenta a los pocos días de la invasión que su juicio, que subestimaba la calidad de los estrategas y tropas soviéticos, era erróneo. Los diarios de Joseph Goebbels son profusos en confesiones sobre el pobre estado de la estrategia hitleriana ante la realidad resistida de su enemigo existencial; ya el 2 de julio escribía: «En conjunto, se combate muy dura y obstinadamente. De ningún modo puede hablarse de paseo. El régimen rojo ha movilizado al pueblo».
La Gran Guerra Patria le dio un sentido unívoco de nación a la Unión Soviética, arrasada en su flanco occidental durante los primeros pasos de la Operación Barbarroja, interrumpida tras unos meses por la voluntad popular de existir, de otorgarle a la vida un carácter sagrado a contrapelo de la muerte mecanizada del fascismo, como rezaba el himno del poeta Vasili Lébedev-Kumach («La guerra sagrada») y era cantada entre trincheras, racionamientos y sangre: «Que el más noble furor hierva como una ola, / ésta es la guerra del pueblo, una guerra sagrada…».
Con la movilización de todo el pueblo, la dirección político-militar de Stalin y de los altos mandos desarrolló una estrategia, adaptada según las distintas fases de la guerra, que elevó la producción armamentística, la logística castrense y la dimensión político y económica a un nivel sin precedentes, dado el tamaño geográfico y demográfico de la nación y los acontecimientos que permitieron darle un carácter nacional y patriótico a este escenario de muerte y destrucción.
Hitos
El curso de la Gran Guerra Patria puede distinguirse en etapas fundamentales para conquistar la histórica victoria de aquel 9 de mayo de 1945. La Blitzkrieg fue derrotada bajo los muros de Moscú en enero de 1942 y brindó la antesala a una serie de eventos que marcarían el destino del ocaso germanofascista.
Grossman, en sus despachos —recopilados en el tomo Años de guerra—, contaba los pesares, heroicidades y reflexiones del pueblo soviético en la línea de contacto con el enemigo, y fue testigo presencial de la batalla de Stalingrado —hoy Volgogrado—, que duró entre el 17 de julio de 1942 y el 2 de febrero de 1943, punto de inflexión de la Segunda Guerra Mundial, hecho del que se tenía conciencia en el mismo momento de la victoria, tal cual lo analiza el periodista judeoucraniano en las páginas de Estrella Roja, el periódico del Ejército Rojo:
«Gracias al azar, o quizá fue voluntad del destino, el nuevo 6.º ejército se enfrentó con el ejército de Stalingrado al mando de Chuikov. Entonces, en otoño del año 1942, en el Volga, el 6.º ejército atacaba furiosamente y embestía contra nuestra defensa mortal. Aquí, en el Dniéper, cambiaron los papeles: era el Ejército Rojo quien llevaba la ofensiva y el 6.º ejército de Hollit quien se defendía. Allí, en Stalingrado, en el período crítico de la Gran Guerra Patria, las enormes masas de tropas blindadas de Paulus, apoyadas por la escuadra del ducho pirata aéreo Richthofen, embistieron la gran línea de defensa del Volga durante cien días y cien noches. Allí, en aquella línea, el mundo fue testigo de la catástrofe sufrida por la estrategia del alto mando alemán. La ofensiva alemana se estrelló contra la firmeza de la infantería rusa, contra la sabia y lacerante fuerza de la artillería soviética. Allí, mientras sufrían pruebas crueles y adversidades bajo el fuego enemigo, cara a cara con la muerte ávida y terrible, se elevaron con toda su talla gigantesca el soldado, el oficial y el general del Ejército Rojo, poniendo de manifiesto toda su fuerza, paciencia, talento y riqueza de alma, su voluntad clara y férrea. Junto con los cadáveres de los alemanes muertos, las divisiones de granaderos y de asalto eliminadas de las listas de efectivos, junto con los tanques y aviones de picado Stuka, fueron también eliminadas, destrozadas y quemadas la doctrina de la hegemonía mundial del fascismo y la doctrina de la estrategia ofensiva de las tropas fascistas alemanas. Después de Stalingrado, el hitlerismo comenzó a hablar de la defensa; después de Stalingrado, el fascismo comenzó a vociferar sobre la «muralla oriental», sobre la «muralla del Dniéper», sobre la «línea Leningrado-Odesa», sobre la conservación de las tierras ocupadas y de las riquezas adquiridas con el pillaje. Antes de Stalingrado, los fascistas hablaban de otra cosa: del dominio sobre todo el mundo. Y he aquí que las divisiones del Ejército Rojo, que en el otoño de 1942 habían defendido Stalingrado, se preparaban en enero de 1944 para asestar el golpe decisivo al 6.º ejército alemán, que había pasado a la defensiva en la plaza de armas de Níkopol, en la corriente baja del Dniéper».
En efecto, la derrota del enemigo en el Arco de Kursk y el Dniéper dieron un vuelco radical a todo el curso de la Segunda Guerra Mundial, provocando la expulsión definitiva de los invasores del territorio de la Unión Soviética.
Tras lo cual comenzaron a sucederse los principales hitos internacionales de la Gran Guerra Patria, demostrando que el Tercer Reich y su necesidad de Lebensraum —concepción racista-geoeconómica del expansionismo imperialista alemán— estaban desintegrándose a medida en que avanzaba la liberación de Austria, Albania, Bulgaria, Hungría, Noruega, Polonia, Rumania, Checoslovaquia y Yugoslavia.
La necesaria marcha hacia Berlín allanó la clausura de 12 años de hitlerismo y de una coalición fascista en Europa que fue anunciada por la bandera roja de la 150ª división de la Orden de Kutuzov de segunda clase, de la División de Fusileros de Idritsa, icónicamente izada sobre el Reichstag en la capital alemana.